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El cuento peregrino que se escapó de García Márquez

  • Hispanidad. El colombiano Ignacio González vino de Medellín a estudiar Periodismo en Pamplona. El verano del 82 llegó a Sevilla, donde vivió su particular síndrome de Estocolmo

El cuento peregrino que se escapó de García Márquez

El cuento peregrino que se escapó de García Márquez

Gabriel García Márquez presentó en la Expo 92 su libro Doce cuentos peregrinos. Una docena de historias escritas entre 1976 y 1982. Este último fue un buen año para él. Le dieron el Nobel de Literatura. Y también para su amigo Felipe González Márquez, que ganó las elecciones con mayoría absoluta.

En 1982 empieza un cuento peregrino, de pura peregrinación, que no aparece en el libro que le editó Mondadori a García Márquez pero protagoniza un compatriota suyo. El cuento número trece. De Medellín a Sevilla.

Su familia, Aurora y los dos niños, llegan a Sevilla coincidiendo con la visita del Papa

Ignacio González nació en el barrio Manrique de Medellín el 21 de septiembre de 1944. Ese día, Luis Cernuda cumplía 42 años, profecía cronológica de la fascinación por una ciudad, su Ocnos fortuito y amado. Infancia feliz, adolescencia complicada, propias de un país cortocircuitado por la violencia y el narcotráfico, el entorno que retrata Héctor Abad Facciolince en El olvido que seremos. Ignacio se vino a España a estudiar Periodismo. No sabía que la Universidad de Pamplona era del Opus, pero esa circunstancia le regaló dos parabienes: convertirlo en uno de los mejores diseñadores de periódicos que hubo en España y conocer a Aurora, navarra de un pueblo llamado Lerga.

Ignacio llegó a Sevilla el verano de 1982. El del Mundial de Pertini y Naranjito. Vino a hacerse cargo de la edición gráfica de Diario 16 Andalucía. Como el puente de Manzanares en Triana, estaban las estructuras pero faltaba el agua, la rotativa desde la que sacar el periódico. Ese paréntesis de espera lo pasó en la casa sevillana de la calle Martínez Montañés, en el barrio de San Lorenzo, que era la sede de Radio 16 en la que llevaban el timón Iñaki Gabilondo y Paco Lobatón.

El periódico, río de tinta de papel, se hizo realidad en una nave del Polígono Calonge, junto a la Giralda industrial de Plomos Figueroa. Sus hijos eran muy pequeños. Primero nació Miguel, que ahora es profesor de Piano en Madrid. Después Amaia, de la que su madre venía embarazada desde Colombia. Estudió Arquitectura y ahora ejerce este oficio en Londres en el mundo del cine. La madre y los pequeños llegaron a Sevilla en los primeros días de noviembre de 1982. Coincidió con la visita de Juan Pablo II a la ciudad, en pleno traspaso de poderes del Gobierno de Leopoldo Calvo-Sotelo a Felipe González.

El de Medellín padeció en Sevilla el síndrome de Estocolmo. Estuvieron aquí dos años y medio, y cuando regresaron a Madrid en 1985 ni un solo año han dejado de volver. Consciente de que el presunto contrario es un complementario, igual que el Opus, en las antípodas de sus ideas, le regaló el amor de su vida, su ateísmo militante se entregó con delectación, la fe del asombro, a la Semana Santa, cuyo bautismo vivió viendo la hermandad de San Gonzalo volver a su barrio.

Murió en Madrid en 2013. Casi cuatro décadas después de su llegada a Sevilla, Aurora y Amaia, su mujer y su hija, con música de piano de Miguel, volvieron al bloque de pisos donde residieron. Está tal como lo dejaron. Calle José Luis de Caso, muy cerca del estadio de Nervión.

En ese piso recibía a compañeros del periódico, a quienes nos agasajaba con vallenatos e inéditos cuentos peregrinos. Por allí pasaron colombianos afincados en España, como la periodista Ana Cristina Navarro o Antonio Caballero. A veces nos cruzábamos en la entrada con su vecino Enrique Tronco Magdaleno, que jugaba en el Sevilla. Un delantero que nunca fue Pichichi, pero tiene en su currículum ser nombrado por Alfredo DiStéfano en sus Memorias, aparecer en una fotografía de Miguel Ángel León y ser vecino de Ignacio González, que no ocultaba el bostezo ante el realismo mágico. La piscina sigue en el mismo sitio y ya han pasado tres generaciones de porteros. Porteros de inmuebles; el cancerbero Dassaev regentó una tienda de deportes enfrente, al lado de la gasolinera. Otro cuento peregrino, pero de Chejov.

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