El fallido arquitecto que vivía en casas de papel (en la muerte de Tomás Balbontín)
OBITUARIO
Ha muerto con las botas puestas. Con su último artículo de Abc en los quioscos, esos pabellones de los últimos románticos del periodismo. Hablamos por última vez en la entrada de la frutería de Faustino, ese frutero que ya es un clásico de la calle Baños, la calle con mayor número de periodistas por habitantes de la ciudad. Tomás Balbontín tenía apellido de arquitecto y al principio le llamó la saga de la estirpe, el oficio en el que su tío Alberto Balbontín y Delgado-Roig hicieron un tándem tan inseparable como el de Mauri y Maguregui. Pudieron más las casas de papel con andamios de rotativa. Edificios efímeros que sin embargo en la vida de un periodista son imperecederos.
Le ganó muchas batallas a la muerte, siempre salía airoso, fuerte, sonriente. La más épica, cuando prácticamente desahuciado se benefició de un trasplante y fue como el trillizo que acompañó a Luis y Ana, los hijos que tiene con Nani Carvajal, otra periodista de raza, como él. Se mudaron del Tiro de Línea a la calle Baños. No faltó una semana a la cita con sus lectores. Me viene a la memoria un partido de fútbol de periodistas contra concejales en el que Tomás Balbontín le marcó tres goles a Guillermo Gutiérrez, el delegado de la Policía Local. Después confraternizamos en bares próximos a la Alameda. Se va en este año guadaña (como le llama Mercedes de Pablos), esposo de la primera mujer que en más de cien años presidió la Asociación de la Prensa de Sevilla. Detrás de su aparente dureza había mucha ternura. Detrás de sus golpes de tecla aparecía la suavidad del hijo enamorado de la ciudad, dolorido con sus olvidos, con sus trampas, con sus eternas miserias de metrópoli casquivana. Escribía a golpes, como Umbral y Bukowski, pero el lector encontraba la caricia en las esdrújulas y un adiós siempre postergado.
También te puede interesar
Lo último
Contenido ofrecido por SO/Sotogrande Spa & Golf Resort
Contenido Patrocinado