Así era la Hacienda Ibarburu en tiempos de esplendor
La heredad de Dos Hermanas es un tesoro arquitectónico del siglo XVIII protegido como Bien de Interés Cultural
Hacienda Ibarburu: La gran joya del olivar andaluz abandonada y condenada a muerte
Cualquier tiempo pasado fue mejor. Estos versos de la elegía de Jorge Manrique se pueden aplicar a la perfección a la Hacienda Ibarburu, la joya arquitectónica del siglo XVIII situada en Dos Hermanas que está abandonada y condenada a muerte por sus dueños y las administraciones. Esta heredad se ha puesto siempre como uno de los ejemplos más sobresalientes de las construcciones de su tipo en la provincia de Sevilla y Andalucía. En publicaciones como Las haciendas del olivar o en la extensa obra Cortijos, Haciendas y lagares, publicado por la Junta de Andalucía, siempre ha contado con uno de los espacios más destacados y extensos e importantes fotografías.
La Hacienda Ibarburu es un monumental complejo arquitectónico que data de mediados del siglo XVIII y que representa uno de los más singulares ejemplos de la arquitectura rural andaluza. Declarada Bien de Interés Cultural (BIC) en la categoría de Monumento desde 2002, “esta hacienda olivarera combina de forma magistral la funcionalidad de una explotación agropecuaria con la suntuosidad de la arquitectura palaciega de su época”, resumen las publicaciones especializadas.
Uno de los rasgos más distintivos del inmueble es su fachada principal, donde una portada de estilo barroco clasicista, más propia de un palacio urbano, contrasta con el entorno rural. Esta portada se divide en dos cuerpos, destacando un vano de medio punto flanqueado por pilastras toscanas y una espadaña superior que albergaba una campana y el nombre de la hacienda, hoy casi imperceptible. A nivel cromático, el edificio es peculiar por el uso del color almagra en la totalidad de sus muros, que juega visualmente con el blanco reservado para cornisas y el contorno de los vanos.
El corazón de la actividad agrícola se encontraba en el patio de labor. A este patio se abrían las dependencias para los trabajadores (caseros), las caballerizas, las naves para el ganado y las cocheras. Las caballerizas destacaban por su techumbre de vigas de madera sostenida por columnas de mármol, mientras que la nave para el ganado impresiona por su sucesión de catorce arcos de medio punto sobre pilares, hoy prácticamente perdido. La zona noble o señorío ocupa el flanco opuesto al patio de labor. Su fachada presentaba una doble arquería sobre columnas de mármol que conectaban con una torre mirador de planta cuadrada con balcones en cada frente. En su parte posterior, un patio ajardinado con una pequeña fuente octogonal ofrecía un espacio de recogimiento.
Construida en torno a 1748, la hacienda es un fiel reflejo del esplendor económico rural del siglo XVIII. En esa época, la aristocracia y las clases acomodadas se desplazaron de las ciudades al campo, promoviendo construcciones que trasladaban los esquemas de la arquitectura palaciega a las explotaciones agrícolas. La Hacienda Ibarburu, que conserva en buen estado una viga de prensa de gran interés, es un caso paradigmático de esta fusión de estilos.
Por sus valores arquitectónicos y etnológicos, la Hacienda Ibarburu fue inscrita como Bien de Interés Cultural con la categoría de Monumento mediante el Decreto 259/2002 de la Junta de Andalucía, publicado en el BOJA el 12 de noviembre de 2002. “Esta protección legal garantiza la preservación de un inmueble que no sólo es un hito arquitectónico, sino también un testimonio de la actividad olivarera y la estructura social de su tiempo”, señala la Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía. Algo que, evidentemente, no se cumple.
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