"Al docente universitario hoy no se le tiene en gran estima"

José León Castro | Catedrático de Derecho Civil de la US

La calidad de la enseñanza superior y la actualidad política de España centran esta entrevista cuando se cumple un año de su jubilación en la Hispalense

José León Castro, catedrático de Derecho Civil de la Universidad de Sevilla.
José León Castro, catedrático de Derecho Civil de la Universidad de Sevilla. / D. S.

–¿Cómo está siendo este curso tan atípico en la universidad?

–No soy el más indicado para contestar a eso. Por fortuna o por desgracia, el comienzo de la pandemia coincidió con el advenimiento de mi jubilación legal. Eso me impidió despedirme de mi vida universitaria, tras 48 años y tras tanto haberla querido, como hubiera sido lo habitual, pero aún me siento con ánimo y fuerzas para impartir alguna que otra lección, siquiera sean jubilares y aunque no sea ésta la universidad que un día me llamó por pura vocación a su servicio.

–¿Concibe la enseñanza superior sin la presencialidad en las aulas?

–Los alumnos han sido las grandes víctimas de la situación. El contacto personal con el profesor es fundamental, del mismo modo que éste se enriquece con la frescura que los jóvenes le aportan. No obstante, le diré que no todo se enseña en las aulas. Parafraseando a Machado, el aula de la vida es nuestro más genuino estrado y el profesor debe ser un ejemplo dentro y fuera de aquellas.

–Hubo bastante polémica estudiantil por los exámenes presenciales en febrero, ¿cuál es su opinión al respecto?

–El examen no es más que la valoración final de una etapa académica cuando ésta se ha ido cumpliendo a diario con rigor y una metodología adecuada. Nunca tiene que servir para buscar las carencias del alumno sino para calibrar su capacidad de juicio y entendimiento. Pero sí le digo que, en una prueba oral, por ejemplo, es clave la actitud que el alumno sea capaz de desarrollar. Personalmente entiendo que los alumnos traten de buscar las mayores ventajas en pos de superar sin más la asignatura, pero al final a nadie se le oculte que será la vida y la calle quienes los evalúen del modo más exigente.

–¿Comparte la idea de que los docentes universitarios, a diferencia del resto de etapas educativas, no sean prioritarios en la vacunación frente al Covid?

–Desconozco los criterios sanitarios al respecto, pero no hay duda de que la misma vulnerabilidad ofrece cualquier colectivo de docentes sea cual sea su espacio laboral o la edad de los alumnos. Más bien creo que al docente universitario, por muchas razones, hoy no se le tiene en gran estima por parte de los responsables de la política universitaria y hasta ni siquiera de la sociedad, siendo como es la universidad el templo del saber.

"El examen nunca tiene que servir para buscar las carencias del alumno sino para calibrar su capacidad de juicio y entendimiento"

–El Gobierno ha retomado los grados de cuatro años, que la Hispalense ha mantenido. ¿Cree que es lo mejor?

–Casi nunca nada es mejor que lo anterior. Antes las licenciaturas eran de cinco años y los módulos de docencia de cuatro horas. Eso permitía enseñar no sólo el rostro de una disciplina sino también su alma y su esencia. Tal vez por eso la formación con la que hoy se sale de la universidad no esté precisamente a la vanguardia de las universidades europeas. La LRU no trajo demasiadas buenas cosas. Se empezó la igualación de abajo hacia arriba, se crearon decenas de universidades, se degradó la idea de la Cátedra sin pensar, como afirmara Orwen, que hay iguales más iguales que otros. Creo que el modelo universitario tradicional sufrió un notable deterioro tanto en lo cuantitativo como en lo cualitativo.

–¿Por qué existe esa percepción de que la enseñanza superior actual es de peor calidad que la de décadas anteriores? ¿Quizás el problema venga de los institutos?

–Sin duda, la preparación con la que llega el alumno preuniversitario no es la óptima. Pero también destacaría un deber importante en el profesorado. Hoy no existen los maestros de otros tiempos. Yo disfruté de dos seres excepcionales, el profesor Cossío, mi maestro, y mi padre, José León Castro, ambos con una idea sublime de la escolástica. Hoy todavía se habla de la escuela sevillana del profesor León Castro, pero todo eso en la actualidad se ha perdido. La culpa, seguramente, será de todos, pero, aunque sin duda existen excelentes alumnos y discípulos muy valiosos, la venerable figura del maestro ha ido paulatinamente desapareciendo. Yo sigo enarbolando el grito unamuniano de “Viva la inteligencia” como baluarte de la excelencia de nuestro alumnado.

–Ha firmado tribunas de opinión en las que ha mostrado claramente su pensamiento sobre la realidad política española, ¿es un ejercicio que desde la institución que representa el saber debe hacerse más a menudo?

–Desde la universidad, para que siga siendo madre y maestra, hay que asumir compromisos individuales y procurar dar testimonios personales. De lo contrario, la convertimos en madrastra y a nosotros mismos en cómplices del sistema y éste, hoy por hoy, es de los más perversos que puedan imaginarse. Quizás por ello, percibo cierta desilusión, cuando no apatía y comodidad, en la actitud de muchos universitarios.

–¿Considera que todavía sigue siendo necesario un Gobierno de emergencia para hacer frente al Covid?

–No es sólo ni exactamente para hacer frente al Covid y más que de emergencia aludí a la fórmula de la concentración. Pero hay virus aún peores que el que nos asola. Y sí, creo que es absolutamente necesario. En nuestra historia contemporánea se logró construir un verdadero monumento a la convivencia y al fair play político que fue la Constitución. Hoy se la quiere dinamitar desde dentro y todo lo que no sea recuperar aquel espíritu nos conducirá al fracaso si no a la liquidación.

"Yo sigo enarbolando el grito unamuniano de 'Viva la inteligencia' como baluarte de la excelencia de nuestro alumnado"

–¿Hoy día es imposible gobernar si no se hace en bloque, sumando varios partidos?

–Mire, con el primer Gobierno de la Transición, con Adolfo Suárez, España mereció el respeto de todo el mundo, o con Felipe González, que logró una perfecta sintonía con los principales líderes europeos. Hoy, la izquierda es una suma de bloques fragmentarios y anárquicos que van a lo que han venido, a dividir, engañar y destruir, y la derecha carece de un auténtico liderazgo. A esa bipartición superficial y hueca han contribuido también los medios de comunicación, de uno y otro sesgo, salvo algunas honrosas excepciones que han entendido que in medio stat virtus. Pero desde luego, tengo para mí que esos líderes existen, léanse Almeida, Ayuso, Cayetana, Feijóo y algunos más con independencia de su adscripción a un grupo u otro. Más le digo, culpables habrá muchos, pero responsable sólo hay uno. Creo que me entiende.

–Me quedo con una frase suya: “Ninguno de nuestros políticos actuales tiene programa de partido, sino intereses personales”. ¿Es esa realidad la síntesis de una mediocridad nacional?

–Sí, sin duda. Ello se debe al vacío ideológico, a la falta de formación política y a la deshonestidad de la clase dirigente. Sé que es elitista lo que acabo de decirle, pero no soporto la mediocridad, y cuando ésta va unida a la corrupción, a la falta de ética, a la egolatría o a la maldad, el resultado inevitablemente es el que estamos padeciendo. España, hoy, dista mucho de lo que fue no hace tanto y soy muy escéptico de que algo cambie si no cambia todo.

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