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Marilyn era una de las tres Gracias de Rubens

Calle Rioja

Emotivo homenaje a Enrique Valdivieso y Carmen Martínez en la Academia de Buenas Letras en la que él ingresó en 1995

Recordaron al profesor vallisoletano que llegó a Sevilla en 1976 desde La Laguna

La vuelta al mundo en 80 Sevillas

La Casa de los Pinelo se llenó en el homenaje de Buenas Letras a su académico Enrique Valdivieso. / Redacción Sevilla

No le gustaba nada la solemnidad, pero hubo tanta emoción, tanto afecto, tanto temblor por la pérdida en el homenaje que sus amigos rindieron a Enrique Valdivieso (1943-2025) en la Casa de los Pinelo, su casa desde que en 1995 ingresó como miembro de la Academia de Buenas Letras, que nada de solemne sobrevoló la sala por la que tantas veces repartió su sabiduría, su genio.

El acto lo organizó y lo cerró la última de las intervinientes, Pilar León-Castro. “La ciudad se estremeció”, dice gráficamente para describir el estado de ánimo tras conocerse la noticia aquel 2 de febrero. Tragedia en la calle Mateos Gago. Fátima Halcón Álvarez- Ossorio tuvo el privilegio de formar parte de la primera promoción de alumnos del profesor que en 1976 llegó a Sevilla desde la Universidad de La Laguna como agregado de cátedra. Desde 1982 era catedrático, el año que su ciudad fue sede del Mundial. Fátima lo conoció en el Alcázar, donde Valdivieso era comisario en 1977 de una exposición sobre la pintura flamenca en la época de Rubens.

Al hermano de sangre que perdió lo reemplazaron sus hermanos de Sevilla. Dos de ellos contuvieron a duras penas la emoción para recordarlo en diferentes momentos. Alfredo J. Morales compartió con él muchísimos proyectos: Sevilla Oculta, la Guía Artística de Sevilla y Provincia. Trabajos que pergeñaban en el pequeño piso que Valdivieso tenía en la Plaza de los Refinadores. Primero con Olimpia, su hija mayor, que vive en Paris; más adelante, ya con Beatriz y Leticia correteando por el sofá, presentes ambas en esta sesión necrológica llena de vida. Ellos tomando notas a mano; Carmen Martínez, Meme, su esposa, que falleció con él el fatídico día, pasándolo a máquina “y pensando qué preparaba de comer”.

En las Penas de San Vicente

Ramón María Serrera es hermano de Juan Miguel, el catedrático que falleció poco antes de que se inaugurase la exposición que con tanto mimo preparó con motivo del cuarto centenario del nacimiento de Velázquez. Recién llegado a Sevilla, Valdivieso comía habitualmente en casa de los Serrera. Una vivienda de la calle Gravina con un Gustavo Bacarisas en el salón “que hubo que vender a Previsión Española porque no había ningún sitio donde ponerlo”. Con el paréntesis canario de La Laguna, venía de una ciudad castellana con una Semana Santa muy diferente. En el piso de Gravina, la familia Serrera, Casimiro, el padre, y su esposa, lo acogieron como un hijo más. Cada Lunes Santo veía a los cinco varones en fila salir con la túnica de nazarenos para hacer estación de penitencia con las Penas de San Vicente. Un año no pudo resistir la tentación y salió de nazareno.

Los profesores Morales y Serrera, como en el guión de una película, reconstruyeron momentos de los últimos días de Enrique Valdivieso. El primero, dos días antes de su muerte, le acompañó en la lectura de la tesis doctoral de su hija Beatriz. El segundo compartía un coleccionismo muy particular con su colega: los cromos y las estampas de Marilyn Monroe. “La semana antes de su muerte me trajo a la Academia de Buenas Letras un sobre. Dentro había un acrílico de Marilyn pintado por él”. El especialista en tantas obras de arte cambió en la afición de los cromos. Uno de sus últimos libros, regreso a la infancia, fue Cromos de fútbol del Real Valladolid. La época dorada, 1948-1964.

Entre Howard Carter e Indiana Jones, Valdivieso formaba con Serrera y Morales los tres mosqueteros del patrimonio artístico. El segundo lo recordó subiendo por una escalera de madera a la zona de las pinturas, con un plumero y una cinta métrica. Sus compañeros sujetaban la escalera y hacían fotografías, que tardaban tres días en ser reveladas, porque no había ni ordenadores ni fotos digitales.

En la preparación de Sevilla Oculta, Morales y Valdivieso entraron en casi todos los conventos de clausura. Casi todos, porque la madre superiora de las Mínimas de San Francisco de Paula les dijo que ni hablar porque su presencia afectaría “al silencio y recogimiento de las hermanas”. La de las franciscanas de Santa Clara les quitó la campanilla con la que debían anunciar su presencia en diferentes partes del convento.

Reconocido en Triana

Hay Valdivieso para rato. Fátima Halcón compartió la ilusión que le hacía ser nombrado hijo adoptivo de Sevilla. Ya lo era de Triana desde 2015, en agradecimiento por las gestiones que hizo para que se restauraran los frescos de Pedro de Campaña. No pudo ver en las librerías, y muy pronto saldrá, la obra con la que ganó en 2024 el premio Archivo Hispalense, El despojo pictórico sevillano en el siglo XIX: de la invasión francesa a la desamortización de Mendizábal y la revolución de 1868. Porque Valdivieso, además de experto en el Barroco, se volcó en la pintura del siglo XIX “cuando casi nadie, por no decir nadie, le prestaba la menor atención” (Morales).

Su alumna Fátima y sus compañeros Morales y Serrera evocaron esos terceros tiempos en el bar La Moneda, “con el suelo lleno de cáscaras de cacahuetes y altramuces”, donde despachaba un primo hermano de Curro Romero. A todos les regaló momentos inolvidables: los encuentros en Casa Cuesta, la Peña Trianera, con Pita Andrade o Pérez Sánchez, directores del Museo del Prado, donde durante cuatro años trabajó en el departamento de Pintura Española. Ramón María Serrera lo visitó alguna vez en el piso madrileño “sin frigorífico ni teléfono ni calentador” que compartía con Jesús Urrea. O las citas con Diego Angulo Íñiguez cuando venía a Sevilla en Navidad y se alojaba en el Hotel Inglaterra.

Boleros en la radio

“Valdivieso fue un soplo de aire fresco en la Universidad de Sevilla”, dice Morales. Hubo compañeros a los que no agradaba la cercanía y campechanía de un agregado de cátedra, su “torpe aliño indumentario” o que hiciera con María Esperanza Sánchez un programa de radio sobre boleros. Un historiador de Valladolid y una periodista de Salamanca en Radio Sevilla. Ancha es Castilla. Hijo de padres sordomudos, era una eminencia en el Barroco, el arte de y para los sentidos.

El Valdivieso castellano lo evocó René J. Payo, director de la Real Academia Burgense de Historia y Bellas Artes, la que compartió con la de Buenas Letras la logística de la exposición de los Machado. Lo conoció en 1990 en Valladolid, cuyo patrimonio artístico estudió con denuedo antes de llegar a Sevilla, como el de Palencia y Salamanca. En 2022, con Jesús Urrea, publicó Rescatar el pasado: Retablos vallisoletanos perdidos, alterados o desplazados. “Aunque no era un hombre pío”, dice Serrera, “era extremadamente creyente. Se ha pasado toda la vida buscando la belleza; ahora está donde siempre quiso estar, al lado de la belleza, que Dios lo tenga en su gloria”. Recomendado como hermano de la Caridad, estudioso de Valdés Leal y devoto de la Mortaja.

Alguien vio que una de las tres Gracias de Rubens se parecía a Marilyn Monroe.

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