Calle rioja

La metamorfosis de empresario en poeta y "novillero cuajado"

  • El libro se lo prologa Juan Carlos Mestre y se lo presentó Juan Cobos Wilkins.

LA tierra y el mar. El sentido común y la aventura. Las dos partes de la primera lección de geografía que aprenden -¿aprendían?- los niños en la escuela son sumandos esenciales del libro de poemas La verdad liberada. La puesta de largo de José María de la Cuadra Corbacho (Madrid, 1953). Un poeta novel, "un novillero cuajado", dice de sí mismo, que contó para tomar la alternativa con dos primeros espadas, Juan Carlos Mestre (Villafranca del Bierzo, León, 1957), autor del prólogo, y Juan Cobos Wilkins (Minas de Riotinto, Huelva, 1957), cómplice de una amena y bellísima presentación.

Se llenó el salón de actos de la Fundación Valentín de Madariaga. "La poesía no es empresarialmente ninguna aventura". Lo decía Ismael Rojas, de la editorial Anantes, que ha editado el libro, a sabiendas del origen del autor. De la Cuadra Corbacho viene del mundo de la empresa: energía, restaurantes, proyectos agrícolas, construcción. Asuntos en los que hay mucha prosa, algo de poesía y muchísimo ensayo, vivencias profesionales que le han dado tablas para hablar de su poesía. "No sentí miedo escénico cuando he tenido que hablar en público de cosas horripilantes".

Este libro es una mina, y no sólo por la procedencia minera del prologuista y el presentador, hijos del mismo año, amigos ajenos a su coincidencia en esta empresa, en el sentido que le da a la palabra Álvaro Mutis en su trilogía de Maqroll el Gaviero. Empresas y tribulaciones de un poeta que nació en Madrid por accidente. Que vivió una infancia feliz marcada por los ojos azules de su madre -el color del Mediterráneo, del cielo de Andalucía- y por la pasión narrativa de su padre, "un hombre de Pío Baroja, de Cien años de soledad, que tuvo tres percances de avión y nos enseñaba en el párpado la secuela de una bala que le pasó de refilón".

Esa infancia le lleva a Julio Verne, a Salgari. El internado posterior, a las escapadas románticas: Byron, Espronceda. Romanticismo dentro de un orden, porque en el guión espontáneo, admirable, que le propuso Cobos Wilkins, el poeta novel, empresario curtido, se mostró más partidario del amor "de la esperanza" que del amor "que se sufre y se padece". Nada de Anna Karenina. A dos pasos del Lope de Vega, de la glorieta de Bécquer en el Parque de María Luisa, sus poemas fueron ayer los más leídos en los dominios de Forestier. Los leyeron los que compraron su libro mientras servía una copa Enrique Soto; leyó dos poemas su amigo Christian Fernández; otro el propio editor, empresario circunstancial. Una editorial joven que presenta en un Gato en Bicicleta, en el palacio de los Marquese de La Algaba o ayer en el que fuera pabellón de Estados Unidos en el 29, con la acogida cálida de Ángela de Madariaga.

Autor y presentador le contaban cuentos de terror a sus hermanas pequeñas. Las dos se llaman Mercedes. Otra circunstancia. Verdad liberada ¿de qué?. "Del pudor, de las circunstancias, de proceder de un mundo que no era literario; probablemente liberada de una parte de mí mismo". Escribió siempre, ahora publica. Lector de Neruda, Machado, Tolstoi, Conrad, Lajos Zihaly; relector de La Metamorfosis. En el centenario de la obra de Kafka, la señaló como "magnífica metáfora de la soledad".

Cobos Wilkins destaca en el libro una luz íntima y otra luz pública. La dicotomía está en la presentación. El poeta, anacoreta de la palabra, convertía ese acto privado en un acto coral. Alguno le preguntó si daría el paso de escribir "prosa de tipo terrorífico". Para eso está una crisis "que ha sido devastadora". El poeta no tiene miedo. Ya lo pasa el empresario "sobre todo de noche".

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