Navidad: el encuentro que salva

tribuna de opinión

El arzobispo recuerda que el centro de la Navidad no son los efectos visibles ni las consecuencias sociales que se derivan de ella, sino la causa originaria que le da sentido a todo:la persona de Jesucristo

Navidad: el encuentro que salva / M. G.

24 de diciembre 2025 - 06:50

Cada año, cuando llega la Navidad, se despiertan en nuestra sociedad sentimientos y anhelos profundos. Las luces, los encuentros familiares, los regalos, los gestos de solidaridad y los buenos deseos forman parte del paisaje habitual de estas fechas. Todo ello posee un valor y una belleza indudables. Sin embargo, conviene recordar con claridad que el centro de la Navidad no son los efectos visibles ni las consecuencias sociales que se derivan de ella, sino la causa originaria que le da sentido a todo. Y esa causa no es otra que la persona de Jesucristo. La Navidad es mucho más que una idea, un sentimiento o una tradición cultural, es un acontecimiento. Es la irrupción de Dios en la historia humana, es el misterio admirable de un Dios que, movido por un amor infinito, no permanece distante, sino que se acerca, se hace uno de nosotros y entra en nuestra historia concreta para salvarnos. Como proclama la fe de la Iglesia, celebramos que “nos ha nacido un Salvador” (cf. Lc 2,11). Jesús viene a salvarnos. Esta es la gran noticia que da sentido a todo lo demás.

En un mundo marcado por la incertidumbre, la violencia, las desigualdades y el sufrimiento de tantos inocentes, la Navidad nos recuerda que Dios no ha abandonado a la humanidad. Al contrario, ha querido compartir nuestra condición, asumir nuestra fragilidad y caminar con nosotros. El Hijo eterno del Padre entra en el tiempo; el Infinito se hace pequeño; el Todopoderoso se presenta como un niño necesitado de cuidado y ternura. Este es el escándalo y, al mismo tiempo, la grandeza de la Navidad cristiana. Por eso, vivir la Navidad de verdad no consiste solo en mantener unas costumbres o en reproducir unos gestos heredados, sino en dejarnos interpelar por este acontecimiento y abrirnos a un encuentro personal con Cristo. El cristianismo no se reduce a una ética, a una visión del mundo o a un conjunto de valores, por muy nobles que estos sean. Como señaló con lucidez el gran pensador alemán Romano Guardini “la esencia del cristianismo no es una doctrina ni una moral, sino la persona de Jesucristo”. Esta afirmación, tan sencilla como profunda, resulta especialmente iluminadora en Navidad.

La fe cristiana nace y se sostiene en un encuentro. Un encuentro que transforma la vida, que da sentido a la existencia y que abre horizontes de esperanza. Los pastores y los magos no acudieron a Belén movidos por una idea abstracta, sino atraídos por una presencia. Se encontraron con un Niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre, y en ese encuentro descubrieron a Dios hecho carne. También hoy la Navidad nos invita a lo mismo: a encontrarnos con Cristo vivo, a reconocerlo, acogerlo y adorarlo. Cuando este encuentro es real y profundo, la vida cambia. De la persona de Jesús brota una manera nueva de mirar al ser humano y de comprender el mundo. De su vida y de su mensaje se desprenden valores que todos reconocemos como fundamentales: la justicia que defiende la dignidad de cada persona, la paz que nace de la reconciliación, el amor que se entrega sin condiciones, la solidaridad que se hace cargo del más débil, la misericordia que no excluye a nadie. Estos valores no surgen de la nada; tienen su raíz en Cristo.

Aquí se sitúa el núcleo del humanismo cristiano. No se trata de un pensamiento restringido al hombre o a una construcción ideológica, sino de una visión de la persona iluminada por el misterio de la Encarnación. En Jesús, Dios revela plenamente al hombre su propia verdad y su vocación más alta. Por eso, cuando la sociedad asume estos valores, cuando se traducen en gestos concretos de justicia, de fraternidad y de cuidado mutuo, está bebiendo –a veces sin saberlo– de una fuente profundamente cristiana. Sin embargo, es importante no invertir el orden. El riesgo de nuestro tiempo es quedarnos solo en los efectos y olvidar la causa; admirar los valores cristianos sin reconocer su origen; hablar de paz, de solidaridad o de fraternidad sin referencia a Cristo. La Navidad nos llama a volver a las raíces, a la fuente de donde brota todo. Si se pierde a Cristo, esos valores terminan vaciándose de contenido o reduciéndose a consignas bienintencionadas, pero frágiles.

Jesús viene a salvarnos. Esta es la gran noticia que da sentido a todo lo demás"

Por eso, la Navidad es una invitación a apuntar a lo esencial. A detenernos en medio del ruido y de la prisa para contemplar el misterio de un Dios que se hace cercano, a abrir el corazón para que Cristo nazca también en nuestra vida, en nuestras familias, en nuestras comunidades y en nuestra sociedad. No se trata de un nacimiento simbólico, sino real: Cristo quiere habitar en nosotros, iluminar nuestras decisiones, sanar nuestras heridas y sostener nuestra esperanza. Celebrar la Navidad con sentido, con profundidad y con verdad implica no apagar en el alma los brotes de la fe, de la esperanza y del amor efectivo y compartido. Implica cuidar nuestras tradiciones, que son expresión de una fe encarnada en la cultura, pero sin quedarnos en la superficie. Implica, sobre todo, dejarnos encontrar por Cristo y responder a su amor con una vida coherente y entregada.

En medio de las noches de nuestro mundo, la Navidad es un estallido de luz; en medio de los conflictos y las divisiones, es una promesa de paz; en medio del egoísmo y la indiferencia, es una llamada al amor verdadero. Todo esto es posible porque Jesús ha nacido, porque Dios ha entrado en nuestra historia, porque Cristo viene a salvarnos. Que esta Navidad nos ayude a volver al centro, a lo esencial, a la persona de Jesucristo. Que no nos quedemos solo en los efectos, sino que vayamos a la raíz. Y que, desde ese encuentro vivo con Él, podamos construir una sociedad más justa, más fraterna y más humana.

No hay comentarios

Ver los Comentarios

También te puede interesar

Lo último