FERIA Toros en Sevilla hoy | Manuel Jesús 'El Cid', Daniel Luque y Emilio de Justo en la Maestranza

Antonio Garnica Silva. Catedrático emérito de la Hispalense y sacerdote

"No creo necesario lo del celibato de los curas; San Pedro estaba casado"

  • Este cura-profesor es uno de los mayores conocedores de la vida y obra de Blanco White, heterodoxo sevillano con el que comparte su rechazo a todo fanatismo religioso o político

En un momento de la charla Antonio Garnica saca a relucir el libro La fiesta de los locos, del teólogo protestante Harvey Cox. Lo desconcertante -como tantas cosas en este peculiar sacerdote- es que lo hace cuando habla de su Hermandad del Calvario, una institución de prosapia contrarreformista en la que Garnica encontró y sigue encontrando ese espíritu de "amistad y unión" que emanan las buenas asociaciones religiosas. También pertenece y ha realizado estación de penitencia con Santa Marta y Los Estudiantes. Descendiente de un vizcaíno que llegó a Andalucía con Felipe III durante la Guerra de las Alpujarras, a Antonio Garnica, quizás el mayor conocedor de la vida y obra del gran heterodoxo Blanco White, se le podría considerar como un librepensador católico. No es un cura progre al uso, tampoco opositor profesional y cansino a todo lo que viene de Roma, pero sí un hombre comprometido con una religión que busca la felicidad y la emancipación del hombre, lejos de esa pesadilla en la que algunos se han empeñado en convertir a la asamblea de los cristianos. "A Blanco White también le gustaban las cofradías, su familia era muy del Valle", dice como para justificar el que, mientras las fuerzas aguantaron, vistió todos los años, cuando la Luna de Parasceve asombaba entre los tejados, el negro ruán de la fiesta de los locos.

-No puedo resistir la curiosidad, ¿qué hace en esa foto con la reina de Inglaterra?

-He sido el guía de muchos reyes que han venido a Sevilla. El primero fue el del Nepal, que luego murió asesinado. Su mujer siempre iba detrás, lo que me daba muchos problemas a la hora de explicar las cosas. Me resultó especialmente interesante la visita en 1983 del rey de Suecia, Carlos Gustavo , y su mujer, la reina Silvia, que me pareció extraordinariamente inteligente. Estuvimos dos días y Carlos Gustavo apenas preguntaba nada. Sin embargo, al salir de la visita a la fábrica de la Cartuja el monarca se fijó en una casa pintada de colores chillones, un burdel, y me preguntó qué era. Yo, un tanto cortado, le dije que era "una casa de mala reputación". "¿Y qué es una casa de mala reputación?" insistió el monarca. "Una casa de putas" le tuve que decir yo en inglés... Se puso colorado y la reina me miró como diciendo "vaya el tonto de mi marido".

-¿Algún rey árabe?

-Sí, el rey Husein de Jordania. Le preguntamos a los de protocolo si tenía alguna restricción con la comida o la bebida, y nos dijeron que no, que fuera de Jordania, comía lo que se acostumbrase en cada país. La reina Noor era muy guapa y Juan Carlos I la miraba con gran admiración.

-¿Y la reina de Inglaterra? Tiene fama de estirada.

-¡Qué va! Conmigo fue una persona muy simpática. Cuando entró en la Catedral lo primero que comentó sorprendida fue que era muy alta. En ese momento, el maestro Ayarra empezó a tocar el God Save the Queen, y yo le hice caer en la cuenta de que era la primera vez que ese himno sonaba en la Catedral y que lo estaba interpretando uno de los mejores organistas del mundo en uno de los mejores órganos de España. Ella quedó muy agradecida. En la Capilla Real me preguntó que por qué había tantos claveles blancos, y yo le expliqué que era en homenaje a ella y a la Virgen, que era propiedad de los Reyes de España. Después le regalaron un gran ramo de claveles blancos y la propia reina Isabel se acercó al Arzobispo y le pidió que le llevase las flores a la Virgen de los Reyes. El ahora cardenal Carlos Amigo interpretó mal sus palabras y le mandó dos claveles a cada virgen sevillana, lo que también fue un bonito gesto. Ya en el Alcázar, Isabel II de Inglaterra se paró ante un seto de arrayán y preguntó por su nombre. "Tiene un olor muy grato", dijo, y arrancó un poco y lo metió en su real bolso. Se lo conté a Burgos para que lo escribiese.

-Pero antes de estas amistades monárquicas usted había sido uno de esos curas progres de los sesenta y setenta...

-Sí, tras unos inicios desastrosos en el Seminario de Sevilla, yo había realizado mis estudios eclesiásticos en Comillas y, en verano, viajaba por Inglaterra, Bélgica y Francia, lugares donde había encontrado una Iglesia muy diferente a la que entonces había en España. Empecé mi carrera como sacerdote en Huelva, donde cogí fama de revolucionario, por lo que el obispo me invitó seriamente a estudiar Filosofía y Letras en la Universidad de Sevilla. Cuando un obispo te invita a estudiar.... Aquello me sentó muy mal, pero pronto me di cuenta de que estaba hecho para la Universidad.

-¿Y cómo llegó a la figura de Blanco White, el gran tema de investigación de su vida académica?

-Unos meses antes de terminar la carrera me propusieron quedarme en la Universidad con vistas a crear una cátedra de Inglés. Dije que sí y me fui ese verano a hacer un máster a Georgetown. Fue el catedrático López Estrada el que me propuso que estudiase la figura de Blanco White, al que yo no había oído nombrar en mi vida. Era el año 1968 y Blanco White todavía era considerado como un escritor maldito. López Estrada me dio el libro Liberales y románticos, de Vicente Lloréns, quien terminó siendo como un padre para mí, y decidí dedicar mi tesina al tema de Blanco y Sevilla.

-¿Qué visión tenía de su ciudad natal Blanco White?

-Sevilla es el gran tema de Blanco. Para él, la ciudad representaba la Iglesia católica y el conservadurismo, pero también la belleza y el arte. A Blanco le gustaba la Semana Santa y el baile de los seises, lo que la gente llama el folclore religioso, aunque detestaba fenómenos como los flagelantes y aplaudió su prohibición. Especialmente, no le gustaba el celibato del clero católico, no por una simple cuestión sexual, sino porque él quería tener una familia, esposa e hijos, algo que le parecía normal. En este sentido es mucho más sincero que sus amigos, sobre todo Alberto Lista y Arjona, que tenían amantes y líos con mujeres sin ningún problema. Es verdad que, en Madrid, Blanco vivió una vida un tanto libertina y que tuvo un hijo ilegítimo... Uno puede aguantar hasta cierto punto... Él hizo todo lo posible por no ordenarse cura y quería ser ingeniero naval, pero sus padres, que eran muy religiosos, se empeñaron. Pudo soportar todo eso gracias a la literatura.

-Hemos dado con otro de los grandes temas del día, Blanco y la literatura.

-Aquí tengo la edición de sus Poesías Completas, en castellano y en inglés, una labor que me llevó veinticinco años. Como decía mi maestro Vicente Lloréns, Blanco es el único autor español que ha sabido escribir poesía en inglés... Perdone el salto, pero quiero recordar que Blanco White fue el que le habló a Washington Irving de Sevilla. Lo conoció en la tertulia de Lord Holland, el gran protector de los liberales españoles en el exilio. Poca gente sabe que el escritor norteamericano estuvo en Sevilla trece meses, mientras que en Granada sólo estuvo uno. Es más, el primer cuento de la Alhambra, que no está publicado, lo escribió en Sevilla.

-Regresemos a la poesía de Blanco, ¿cómo es?

-Es la típica poesía de su época, en consonancia con la escuela sevillana del siglo XVIII, más ilustrada que romántica, pero no la encuentro muy grandiosa... Quizás la poesía inglesa de Blanco es mejor que la española, porque es más romántica, más abierta a la experiencia.

-A Blanco le atrajo mucho también la política. Es uno de los grandes del liberalismo español.

-Es más, Blanco fue el que introdujo la palabra liberal en Inglaterra. Lo hizo en un artículo que escribió en un periódico británico. La palabra se hizo inmediatamente muy popular.

-No deja de resultar paradójico ver a un cura católico estudiando a un escritor-sacerdote que abandonó el catolicismo para pasarse primero al anglicanismo y luego al unitarismo.

-En la continuación de las Cartas de España, que yo descubrí en dos bibliotecas inglesas e incorporé a la última edición, aparece un alter ego de Blanco que es un sacerdote anglicano que no puede aguantar más a su iglesia y regresa a España, a la Coruña, porque ha descubierto que a todas las iglesias se las conoce más por lo que odian que por lo que aman...Es su testamento... En esta parte se ridiculiza a la Iglesia anglicana, a la que considera toda corteza exterior.

-¿Pero el estudio de Blanco White no le supuso una crisis de fe, no removió sus creencias?

-No, porque, como ya le he dicho, yo ya había conocido la Iglesia Católica francesa, muy moderna para la época, que no tenía nada que ver con lo que criticaba Blanco. No leí nada de este autor que me sorprendiese.

-Por cierto, que este escritor fue un personaje muy reivindicado durante los años de la Transición como un símbolo de la lucha contra el fanatismo. Sin embargo, hoy está completamente olvidado.

-Tiene usted razón. En los años que ha comentado tuvo bastante éxito, y tanto el diario El País como Alfonso Guerra hicieron mucho por difundir su obra, incluso se creó la Asociación de Escritores Políticos Blanco White, pero después... Para mí es un gran misterio.

-¿Quizás porque el español es de naturaleza poco liberal?

-Probablemente. En mi vida he recibido muchas más cartas contra Blanco White que a favor. Una vez, tras dar una conferencia en Harvard sobre esta figura, un arzobispo norteamericano de origen mexicano me preguntó cómo habiendo tan buenos católicos sobre los que escribir había dedicado mi vida a investigar sobre un heterodoxo.

-Precisamente, el escritor Manuel Gregorio González me recordaba hoy durante el almuerzo que uno de los que mejor estudió a Blanco White fue el inolvidable ultracatólico don Marcelino Menéndez Pelayo, quien le dedica al sevillano un capítulo de su monumental Historia de los heterodoxos españoles.

-En la Biblioteca de Menéndez Pelayo, en Santander, localicé unas cartas en las que este autor le explicaba a sus amigos americanos que el heterodoxo que más le atraía era Blanco White. Parece que al final de su vida Menéndez Pelayo renunció a muchas de sus opiniones, como si hubiese tenido una conversión liberal, pero eso está muy oculto.

-Dejemos a Blanco entre las brumas inglesas de sus dudas y hablemos de otro personaje sevillano al que usted también ha dedicado parte de sus investigaciones: el cardenal Wiseman.

-Al igual que Blanco, Wiseman era un sevillano de origen irlandés. De hecho, las dos familias eran muy amigas, aunque Nicholas Wiseman era bastante más joven y conservador que Blanco. Su familia tuvo que abandonar Sevilla debido a las guerras napoleónicas y, con el tiempo, Wiseman llegaría a ser el primer cardenal-arzobispo de Westminster con el restablecimiento de la Iglesia católica en Inglaterra, en 1850.

-Escribió una novela que tuvo mucho éxito y que le dio nombre a la calle sevillana donde nació: Fabiola.

-Lo gracioso es que al resto de cardenales les sentó fatal eso de que escribiese una novela. Hoy puede parecer cómico, pero, hasta hace poco tiempo, el cardenal Ilundain, cuando visitaba el Seminario de Sevilla, entraba en las habitaciones de los seminaristas para ver si tenían novelas y, al que le encontraban una, le retrasaban la fecha de ordenación. Fabiola es una novela que pretende exaltar la gloria de los mártires, muchos de ellos inventados, y del catolicismo, pero también es una guía de Roma, ciudad en la que Wiseman vivió mucho tiempo y conocía perfectamente.

-Siempre se habla mucho de una posible unión entre la Iglesia católica y la anglicana, pero nunca se produce. ¿A qué se debe esto?

-Realmente, no hay ninguna iglesia protestante tan cercana al catolicismo como la anglicana, mucho más que los ortodoxos, que no nos pueden ni ver. El gran problema es la autoridad del Papa. Juan Pablo II llegó a decir que estaba dispuesto a renunciar a esta cuestión, pero no pasó de ahí. Las diferencias son mínimas. Por cierto, un apunte: quien acabó con la discriminación de los católicos en Inglaterra fueron los conservadores con la Catholic Emancipation Act, no los liberales.

-Hablando de papas, ¿qué opina de Francisco?

-Me gusta bastante, pero estoy esperando a que nombre a los primeros obispos.

-El papa Francisco no rehúye el debate sobre un asunto que, como ya hemos hablado, afectó mucho a Blanco White: el celibato del clero. ¿Cuál es su opinión sobre el tema?

-Hay sacerdotes católicos, como los maronitas del Líbano, que pueden estar casados y no ocurre nada. No creo necesario lo del celibato de los curas; el primer Papa, San Pedro, y muchos de los apóstoles estaban casados y tenían hijos. Hay una visión rara en este asunto. Tengo muchos buenos amigos que se salieron de cura por esta cuestión y eran estupendos. Francisco ya ha recordado que el celibato no es un dogma de fe.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios