En el umbral de la adolescencia y de las afueras
Metrópolis. Avenida La Borbolla
Corazón. Un viaje en los márgenes del espacio y en los límites del tiempo en el 31, que suena a final de año y comienzo de todo, una línea que es bus del 27 y arranca en una avenida que recuerda a un Borbolla que hace un siglo fue alcalde
El año también termina en domingo, igual que la semana. Una semana de 365 días, como reza la pegatina del 010 en una ventanilla del autobús de la línea 31: Atención al Ciudadano 24 horas al día 365 días al año. Los años pasan volando y además no hay que hacer ningún esfuerzo. Los años pasan más deprisa que los minutos, sobre todo cuando uno espera el autobús.
El 31 sale de la avenida Carlos V, deja a un lado la que lleva el nombre de su hijo, Felipe II, y va en busca de sus banqueros a la altura de Ramón Carande, que también le da nombre a un instituto en la avenida Almirante Topete, calle Corrientes del Tiro de Línea. Esta línea 31 entra en las entrañas de la ciudad y llega a las afueras, como los 31 de diciembre de cada año. En los márgenes del espacio, en los límites del tiempo. Es muy fácil hacer mala literatura con la buena literatura. Estas líneas vuelven a llegar, es cierto, al corazón de las tinieblas, pero sin salirnos del título de Conrad, en las tinieblas al menos hay corazón. Lo llevan bien henchido las tres mujeres que suben al autobús con sus respectivos carros cargados hasta los topes. "Vamos vacías y venimos cargadas. Somos vecinas mandaderas", dice Margarita, 73 años, natural de Antequera. Manuela, 83 años, se baja en Manuel Fal Conde, que ahora se llama Victoria Domínguez Cerrato. La tercera se llama Consuelo, nacida en Santa Olalla del Cala, que se bajará en Luis Ortiz Muñoz, junto al grafiti de Murillo, donde sale a recibirla una chiquilla, uno de sus trece nietos. Viene del MAS del Tiro de Línea con las cosas de la cena de Nochevieja. "Mi padre era tratante de ganado y cuando no había ferias trabajaba de camarero, un gitano muy trabajador".
Esta noche termina el año Puigdemont y empieza el año Murillo. En rigor, el cuarto centenario del pintor empieza mañana, 1 de enero. Y como dice el anuncio, hay Mundial, prórroga balompédica de la revolución rusa. Antes de llegar a la barriada Murillo y recorrer todo el Polígono Sur, incluido el árbol de Navidad junto a la parroquia de Jesús Obrero, el 31 recorre una Sevilla más burguesa y clase media que también está de centenario. La Avenida de la Borbolla le debe su nombre a don Pedro Rodríguez de la Borbolla y Amoscótegui de Saavedra, que en 1918, en puertas del siglo, fue nombrado alcalde de Sevilla después de haber sido ministro en los gobiernos de Moret y de Romanones. Vio cumplido el sueño que no pudo alcanzar su bisnieto José Rodríguez de la Borbolla, que al menos fue presidente de la Junta de Andalucía de 1984 a 1990. Sustituyó en el cargo a Rafael Escuredo, que tuvo su sede presidencial en el Pabellón Real, uno de los edificios que diseñó Aníbal González en la Plaza de América. lLa segunda sede autonómica después del despacho formato piso de Ikea que tuvo Plácido Fernández-Viagas en la Diputación.
Cuando Rodríguez de la Borbolla llega a la alcaldía de Sevilla, la ciudad ya llevaba años preparando la Exposición Iberoamericana. Hace un siglo estamos en el año que concluye la Primera Guerra Mundial, pero la fecha que inicialmente se barajó para inaugurar el certamen, esa obra que se divisa por la parte derecha del autobús, fue 1914, el año en el que se inició el conflicto.
Esta línea evoca el final de un año, el inicio de un sueño -la Segunda República-, y por las zonas que recorre es el bus de los poetas del 27. Cuando abandona la avenida de la Borbolla en su confluencia con Manuel Siurot, por megafonía se anuncia que pasará por las calles Gerardo Diego y Pedro Salinas, poetas separados por las avenidas que dan nombre a Ramón Carande y el cardenal Bueno Monreal. En aquel 18 que Borbolla llega a la alcaldía, Carande tenía 30 años; Salinas, 26; Gerardo Diego, 21; y Bueno Monreal, 13 años. Éste sería arzobispo de la diócesis entre 1957 y 1982, es decir, antes y después del Concilio, desde el nacionalcatolicismo hasta los socialistas. Como Salinas vivió en Sevilla y fue profesor de su Universidad, también se vio inmerso en el maleficio de la foto: los dos sevillanos de la generación, Luis Cernuda y Vicente Aleixandre, no están en la foto del Ateneo. El primero es parte fundamental de la Sevilla que recorre el 31.
"Pasaba Albanio ya el umbral de la adolescencia e iba a dejar la casa donde había nacido. Y hasta entonces vivido". La cita de Ocnos es la única prueba de vida en la parte central del antiguo cuartel de Ingenieros de la Borbolla donde el padre del poeta fue destinado como comandante. Los pabellones militares están entre las calles Las Cruzadas y Montevideo. Cernuda, sevillano de 1902, debió mudarse en la época en la que Borbolla llegó a la alcaldía. Cambió la casa de Acetres, perpendicular a Cuna, "por otra en las afueras de la ciudad. Era una tarde de marzo tibia y luminosa, visibe ya la primavera en aroma, en halo, en inspiración por el aire de aquel campo entonces casi solitario". Ayer la ciudad le regaló al turista una primavera revenía con sorprendentes registros en los termómetros. Dos hombres enjabelgan una parte de los pabellones militares. Parecen Pepe Gotera y Otilio en una ciudad pendiente de la celebración donde todos sus ríos son afluentes del Vinalopó, caldo de cultivo de las uvas de la albricia. "Siguen siendo pisos militares, pero algunos los han subastado", dice uno de los pintores.
El 31 tiene una parada en la esquina de la avenida de la Borbolla con Felipe II. David fotografía las casas número 57 y 59 de la primera de esas calles, atraído por su arquitectura regionalista. El número 55 se llama Villa Susana. David es parisino, como sus amigos Enmanuel, Hugo, Louis y Nora. Tienen entre 27 y 28 años, forman parte de una expedición de doce jóvenes franceses, niños de Mitterrand, la última grandeur, que cada año eligen una ciudad diferente para pasar el cambio de año. Sevilla es la meta elegida después de vivencias en Roma, Berlín, Praga y Madrid. Enmanuel apunta el nombre de Aníbal González en su cuaderno de viaje. El periodista les dice que han elegido un buen destino. Napoleón era un admirador de los cuadros de Murillo y mucho más uno de sus lugartenientes, el mariscal Soult. Goya y Picasso murieron en Francia y allí fueron muchos de los cuadros de Murillo. Algunos nunca volvieron.
En Felipe II se ven señales del Aeropuerto y de la estación de Santa Justa. Un cambio sustancial para una calle que en tiempos tenía la vía del tren y un paso a nivel que formaba parte del ritual de la estación de penitencia de Santa Genoveva. Juan Roig y Rosa Hernández venden noticias pero su historia es preciosa. Regentan desde hace tres lustros el quiosco de prensa situado en la esquina de Felipe II con La Borbolla. A dos pasos de la parada del 31. Un cóctel perfecto: el autobús urbano y el periódico de papel.
Se ríen con las fechas. Rosa nació en 1978, como Pablo Iglesias. Juan, con el apellido del dueño de Mercadona, en 1979, como Albert Rivera. Representan a la nueva España, que además es un periódico de Oviedo. Rosa nació en Sabadell, hija de emigrantes andaluces. Juan es del centro de Sevilla, del barrio de San Lorenzo. Pareja desde que comenzó el milenio, casi seis trienios de uvas de Nochevieja, se conocieron cuando él trabajaba en un taller de motos frente a Casa Ricardo, antigua Casa Ovidio, y ella en un bar de la calle Alcoy.
Los turistas franceses, la Francia jovial de Macron, reparan en la Sevilla de Aníbal González, que se aprecia desde donde hacen las fotos en el Pabellón Real, las torres del Pabellón Mudéjar y un lateral del Museo Arqueológico. Rodríguez de la Borbolla fue alcalde fugaz, relevado por Francisco de las Barras y Aragón, el Barritas del mosaico de personajes que Carande llamó Galería de Raros. El 31 tiene que parar en Almirante Topete esquina con calle Estepa. Pasa un cortejo de beduinos. Metáfora de los polvorones para endulzar el año Murillo.
De Capitanía a los pabellones de Aníbal González
De las afueras poéticas que Cernuda describe en el abandono de la casa natal de Acetres a las afueras reales de esta línea que regresa desde el Polígono Sur por la barriada Antonio Machado y el instituto Joaquín Romero Murube. En la avenida de la Borbolla hay unas cuantas casas unifamiliares, todos con nombres femeninos, la sede del Colegio de Médicos y el edificio Borbolla junto a la calle Brasil. Al otro lado, sin viviendas, la Sevilla del 29, desde el edificio de Capitanía en plaza de España a los pabellones de la plaza de América, unidos por el parque de María Luisa.
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