ESTAMOS ante un caso que bien puede calificarse de molesto chino en el zapato. El encontronazo del Sevilla y Monchi es tan inoportuno que se ha colado de rondón en estos días de vino y rosas que vive el sevillismo. El binomio ha dado tan buen resultado durante tanto tiempo que lo menos que podía esperarse es la colisión por culpa del maldito parné, pero está claro que los contratos están para cumplirse, incluso en casos como éste.

Monchi fue un descubrimiento de Roberto Alés en un tiempo de vacas escuálidas. Corría el verano del año 2000 y el isleño pasaba de ejercer como delegado del equipo, en los viajes mayormente, a ocuparse de la dirección deportiva de un club en bancarrota. En bancarrota y recién descendido a Segunda División para empezar una labor que iría dando frutos pasito a pasito. Monchi tuvo el tino de pasar del fichaje de Taira al de Dani Alves o del de Rubén Vega al de Julio Baptista.

Tuvo la habilidad de comprar latón y vender a precio de oro, siendo un punto culminante aquella venta de Reyes al Arsenal que tanto cabreó al aficionado pero que sería el punto de partida para una tesorería próspera que justificaba aquella sentencia de José María del Nido padre calificando de calderilla la deuda. Y vinieron los títulos y la figura de Monchi se metía en lo más alto de la historia del Sevilla, un lugar privilegiado del que nadie nunca podría apearle.

Se fue a la Roma sin problema y volvió bajo palio tras el fracaso de sus sucesores para que más plata llegase a Nervión. Y llegó el controvertido verano de 2022, considerado como el causante de una temporada nefasta con final feliz. Ahora quiere volver a marcharse y no admite pagar por el año que le queda. Es un caso embarazoso por lo que Monchi significa en el Sevilla, pero los contratos están para cumplirse y es él quien rompe la cuerda. Lo dicho, como un chino en el zapato.