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Quique Sánchez Flores, la gran esperanza del Sevilla en 2024

Quique, con la mirada fija en el balón antes de golpearlo en un entrenamiento.

Quique, con la mirada fija en el balón antes de golpearlo en un entrenamiento. / Antonio Pizarro

El año 2024 que entra ha de ser el de Quique Sánchez Flores. El entrenador madrileño confesó en su presentación que los vínculos con Sevilla tienen raíces emocionales profundísimas, desde su residencia aquí cuando su padre, Isidro Sánchez, tras colgar las botas, se estableció en Sevilla y aquí estudió el joven vástago, alumno del Portaceli y socio del vecino equipo de Nervión.

Desde entonces, como ha reconocido más de una vez, le cogió cariño al Sevilla, antes de que dos de sus momentos más amargos los viviera contra el equipo de Nervión. La primera vez fue el 28 de octubre de 2007, cuando Manolo Jiménez debutó en el banquillo sevillista en lugar de Juande Ramos con un contundente 3-0 sobre el Valencia. El jefe de prensa del equipo che anunció su destitución en la sala de prensa del Sánchez-Pizjuán, justo después de la comparecencia del madrileño, por orden de Juan Soler. Sólo era la jornada novena, el Valencia ¡era cuarto y estaba a cuatro puntos del líder, el Real Madrid! “Pierdo un cargo, pero gano una vida”, dijo al día siguiente Quique aliviado.

Fue un gesto feísimo que se le quedaría grabado en el mismo lugar en el que se presentó 16 años después como la gran esperanza del Sevilla, quien le dejó otra huella indeleble cuando, una semana después de coronarse con el Atlético de Madrid campeón de la Europa League ante el Fulham, le ganó la final de la Copa del Rey en el Camp Nou. Fue el equipo de Antonio Álvarez, que ganó con goles de Diego Capel y Jesús Navas al de Forlán, Agüero... y Reyes.

Ahora, Quique, y su nutrido cuerpo técnico con gente curtida como José Luis Oltra o David García Cubillo, tiene la gran oportunidad de cerrar su círculo emocional y también tapar las heridas que le dejó el club nervionense. Una entidad que anda a la deriva y que necesita la mano firme de un técnico con oficio, con veteranía, con cicatrices futbolísticas más o menos recientes. Los bandazos, las disensiones de un vestuario dividido y con vacas sagradas, la precariedad económica para el mercado, y los aprietos de la clasificación liguera se presentan como campos de batalla para que se vea la mano del experto Quique, espoleado por lo emocional y por el prurito de volver a triunfar en un grande.

De momento, empezará el año 2024 con una semana intensísima de retos y emociones. El jueves 4 enero, mientras el Heraldo Real colma de ilusión las calles de Sevilla, el equipo de Quique Flores recibe al pujante Athletic Club. Será su puesta de largo como entrenador sevillista en el Ramón Sánchez-Pizjuán. Sentirá por primera vez el calor de su grada, que tantas veces admiró como visitante. Y lo hará obligado a empezar a reconducir la precaria clasificación liguera tras su esperanzador debut en Granada y su frustrante derrota en el Metropolitano.

Y luego acudirá a El Ferrol para disputar una eliminatoria copera que es de las más difíciles entre los equipos de Primera, frente al segundo clasificado de Segunda División, que no conoce la derrota en A Malata. Un doble reto en la apertura del año. Un doble test de altura para el ilusionado Quique Sánchez Flores en su aventura sevillista.

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