Sevilla FC | Análisis

La Champions, por ahora, le queda grande: a dar la cara en la Europa League

Joan Jordán y Munir animan al resto de compañeros durante el protocolo de inicio del Salzburgo-Sevilla.

Joan Jordán y Munir animan al resto de compañeros durante el protocolo de inicio del Salzburgo-Sevilla. / Christian Bruna / Efe

Cada vez que el sevillismo celebra como halagüeño un sorteo de Champions, como cuando le tocó el Borussia Dortmund, o esta campaña, con un grupo tan asequible a priori, el fútbol le estampa en la cara al Sevilla una cruda realidad: este equipo, este grupo de profesionales con Julen Lopetegui a la cabeza, tiene marcado por ahora un tope cuyo listón ha quedado señalado dos temporadas seguidas. No llega al nivel en la Champions.

El luto es necesario para desaguar el dolor, parafraseando al poeta -y amigo- José Manuel Benot Ortiz. Y hoy vive el Sevilla su momento luctuoso tras la abrupta caída en Salzburgo. La afición necesita señalar a los culpables y cada uno elegirá al suyo. Habrá quien culpe a Joan Jordán por su agarrón infantil a Adeyemi, un chaval de 19 años que ha desarbolado en dos partidos todo el sistema de Lopetegui. Habrá quien señale a Munir, por no atinar a colar la pelota dentro con todo a favor. Habrá quien señale a la diosa Fortuna, por el duro castigo de revertir el destino del Sevilla en apenas dos minutos. Pero las causas del fracaso, estrepitoso, en la Champions está temporada tiene raíces más profundas.

El Borussia Dortmund, el rival deseado por todos en el sorteo de la temporada pasada, ya dio un aviso serio. Con Haaland por bandera, ciertamente, pero también con un fútbol mucho más actual que el que viene practicando el Sevilla, siempre fiel al ideario del fútbol control, en una renuncia obligada a otra de las marcas con las que llegó Lopetegui al Sevilla: la presión alta, las líneas adelantadas y los robos en campo contrario. La plantilla que tiene no le aguanta esa tralla porque le falta fondo físico, que no fuerza física.

El Dortmund no fue el único equipo que destapó las vergüenzas del fútbol control, de una plantilla envejecida que tiene que jugársela en su día clave con futbolistas treintañeros o con un delantero al que se le indicó el camino de salida ya desde la primavera pasada, cuando Lopetegui ni lo convocó en las últimas seis jornadas. 

Ya el Salzburgo, en el Ramón Sánchez-Pizjuán, repitió la epifanía europea que muestra al Sevilla como un equipo feble que está al pairo de los avatares de un partido cuando debe mostrar en Europa sus virtudes... y sus vicios, por mucho que su entrenador se empeñe en controlar el juego, para luego descontrolarlo en partidos clave con cambios inexplicables: ¿Ocampos de lateral, siendo el que da más llegada y gol en estos momentos?

La presión económica

Una de las causas profundas del fracaso en la Champions es la obligación que el consejo de administración impone a su plantilla de profesionales elevando el listón de los ingresos por competiciones hasta los 80 millones de euros. El ejercicio pasado, deficitario, también tuvo una partida sin cumplir, porque el listón se elevó hasta los cuartos de final. Esta temporada, se subió un poco más incluso sin tener en cuenta que ya hubo una decepción importante en octavos. Y esto es un riesgo elevado que acaba calando a la plantilla.

Precisamente porque en el grupo hay futbolistas responsables, hombres hechos y derechos, la plantilla es permeable a esa presión. "Es un golpe muy duro, era importantísimo para nosotros pasar a la siguiente fase, deportivamente y económicamente". La frase no es de José Castro, de José María Cruz, de Monchi ni de Lopetegui. La asunción de esa realidad corresponde a Fernando, uno de los líderes del este equipo, que plasmó así de crudamente cómo está afectando esa presión a la plantilla, que salió a jugar en el Red Bull Arena con la espada de Damocles de los 12,4 millones que se jugaba el Sevilla ayer y también los 10,6 millones presupuestados por el hipotético pase a cuartos de final...

El sistema de juego

"Hemos aprendido la lección del Lille, tenemos que jugar con tranquilidad, sin precipitarnos". Esta frase, acertada, la dijo Joan Jordán, antes de tener que vérselas con Adeyemi, que no entiende de fútbol control, de presupuestos ni de otras zarandajas. En dos carrerones, el joven internacional alemán desmontó todo el sistema y el ideario de Lopetegui igual que lo hizo Haaland la temporada pasada en Nervión.

Pero el exceso de cualquier aspecto también es pernicioso y en Salzburgo daba grima ver cómo Augustinsson, con 0-0, tardaba un mundo en realizar un saque de banda para finalmente entregarle la pelota al contrario, como enciende a muchos sevillistas ver cómo tras un robo incluso en campo contrario el balón vuelve a la zaga o al portero.

Se podrá replicar que el Sevilla ha ganado una Europa League ganando a equipos de Champions con este sistema de juego. Pero caben varios peros. Primero, que ya no está Banega, el alma libre que le daba el tempo al partido y que se saltaba las líneas cuando creía conveniente. Segundo, que los pilares del equipo siguen siendo los mismos dos años y pico después y la media de edad, ya elevada de partida, se ha acentuado con fichajes de veteranos de guerra como el Papu, Delaney, Lamela, incluso Augustinsson (27 años)... Y tercero, que a aquella fase final de la Europa League, en el que el Sevilla no era favorito, llegó el equipo tras los tres meses de parón por el confinamiento.

Desde entonces, poco a poco, el Sevilla ha ido, al tiempo que sus futbolistas envejecían, renunciando necesariamente a la presión alta. Y esto también se ha visto en todo la fase de grupos. El repaso del Lille en Nervión, en este sentido, fue importante. Y en la final de Salzburgo se maximizó la cautela y no hubo atisbo de esa seña de identidad olvidada, también por el cúmulo de bajas que le ha impedido llegar fresco a la misma. 

El desgaste del 'unocerismo'

También se podrá decir que en Dortmund, cuando estaba contra las cuerdas, el Sevilla sí plantó sus reales en el campo contrario y atosigó al equipo alemán. Es decir, sabe hacerlo y lo ha hecho cuando le ha urgido y ha tenido fuerzas. Ahora le fallan también por esa presión constante en cada partido. "Son muchos partidos seguidos jugándote la vida", dijo Ocampos tras el sufridísimo triunfo sobre el Villarreal. El unocerismo también tiene que ver con esos esfuerzos continuados... y puede que con el cúmulo de lesiones musculares, obviése la de Lamela, y también la de Suso, que ha sufrido un nuevo infortunio en forma de lesión de tobillo.

El problema del fútbol control y del unocerismo es que impide dosificar las fuerzas durante los partidos, las piernas y las mentes no se sueltan casi nunca con el resultado, por el escaso margen de los marcadores. Y a esto se une un vicio que es causa y consecuencia al mismo tiempo de ese ideario: la falta de mecanismos para un juego al espacio, más dinámico, asumiendo riesgos en los pases y, más aún, la ausencia casi endémica de contragolpe. Hay futbolistas cuyo perfil encajaría mejor en otro tipo de fútbol que están como metidos con cuña en el sistema. ¿Munir, Rafa Mir, Óscar Rodríguez, el propio Papu? Y hay otros que, por su personalidad, sí se saltan los corsés, léase Ocampos.

El mercado y la plantilla

Monchi tuvo que hacer juegos malabares para reforzar la plantilla en un mercado varado por la crisis postcovidiana. "Ha sido un mercado raro, difícil y complicado", dijo el director deportivo. Principalmente, no pudo dar salida a todos los futbolistas que hubiera deseado, por la carestía general de los clubes y la falta de movimientos. Pero eso no le ha impedido fichar a futbolistas que siguen respondiendo al perfil de veteranía para sumar piezas en una plantilla ya con la edad media bastante alta: Jesús Navas, Rakitic, Fernando, Papu Gómez... y ajora Delaney o Lamela. La media de edad actual de la plantilla es de 28 años, cinco más que el Salzburgo, por ejemplo.

También ha fichado a jóvenes como Montiel -maldita su suerte: propició la única jugada digna de gol y acto seguido perdió el balón del 1-0-, que en enero cumplirá 25 años. Quizá el Sevilla esté echando en falta futbolistas jóvenes con proyección, con Koundé como paradigma ideal para que el Sevilla crezca en la Champions. Pero aquí choca esa opción con la realidad de la presión continua de vivir por encima de sus posibilidades, un modus operandi al que no renuncia el club en su autoexigencia.

Y la Europa League...

El Sevilla se encuentra en estos momentos luctuosos como en tierra de nadie. Su torneo fetiche, el paragüero que ha levantado seis veces, ya no es un objeto de deseo. Monchi habló de preocuparse ahora de "levantar el ánimo del vestuario" cuando fue preguntado tras la derrota por cómo iban los lesionados. Ya Rakitic, cuando arribó en el verano de 2020, dejó clara cuál era la línea editorial del club. "Con todos los respetos a la Europa League, que nos ha dado tanto, vengo a ayudar a dar otro paso más".

¿Se le ha quedado chica la Europa League al Sevilla al mismo tiempo que parece no dar la talla, por ahora en la Champions? He ahí una cuestión que debe solventar el departamento de fútbol, con Monchi a la cabeza. Levantar el ánimo es clave. Porque ahora tendrá el vestuario una doble presión añadida: mantener el listón en la Liga para repetir en la Champions y asumir que es favorito, como hexacampeón del segundo torneo continental, cuya final se juega además... en el Ramón Sánchez-Pizjuán. Pero la Liga Europa queda aparcada hasta febrero, ahora toca limpiar las mentes.

La Champions ya es pasado, al consejo de administración le tocará hacer cuentas, reajustes y fichajes, necesarios, a la baja. Y a los máximos responsables técnicos, léase Monchi y Lopetegui, les queda un reseteo completo: el primero más medio plazo, entre enero y el verano; al segundo, de forma inmediata. El sábado, en San Mamés, espera el Athletic de Marcelino. Ahora toca levantarse tras la derrota, aprender de los errores, apelar al nunca se rinde, estar más juntos que nunca... Porque el objetivo sigue siendo "poner el campamento base en la Champions", como recuerda siempre José Castro.

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