¿Por qué es imprescindible 'La línea invisible'?
Una ficción necesaria
Mariano Barroso crea una narración creíble sobre los primeros cachorros de ETA en la nueva serie de Movistar +
¿Merce la pena ver La línea invisible? Sí, mucho. En estos años todo el mundo tiene un surtido de series pendientes de ver, son tantas las recomendaciones que nos asfixian antes de hincarle el diente a cualquier plataforma que terminamos viendo al final Grease o En busca de la arca perdida.
La línea invisible, ficción propia de Movistar +, es imprescindible. Se ve en algo más de una noche, en una tarde larga (6 capítulos de 45 minutos que fluyen), no embota, porque se desgrana con soltura y sin excesivas complejidades espacio-temporales, y su temática nos interesa a todos: cómo pudo eclosionar en un movimiento terrorista el nacionalismo vasco furibundo.
Ahora que tenemos que centrarnos más que nunca en el presente, hay que echar una mirada a un pasado que todavía no se ha divulgado, como los orígenes de ETA.
La ficción de Mariano Barroso plasma con credibilidad la imagen social de los años 60, esa España que se abría con esfuerzo a la modernidad y que aceptaba condicionamientos anacrónicos a cambio de una mejora en el confort.
Una España con coche, lavadora y televisor. Una sociedad anticuada con mejoras electrodomésticas, entre una Iglesia que ha comenzado a cuestionarse a sí misma (y en el País Vasco es además ventajista), y la dictadura, que entiende los cambios como gestos de debilidad. Un País Vasco que dejaba de ser refractario a lo exterior para dejarse embeber con las influencias técnicas e ideológicas del exterior y avivar el victimismo cultural como mejor herramienta para alcanzar propósitos sindicales y políticos.
El actor Alex Monner brinda un excelente trabajo como el gafapasta Txabi Etxebarrieta, un joven pedante e idealista, poeta en castellano, dependiente de las anfetaminas, alumno aventajado y profesor de informática en 1968, y cuya influencia de un hermano enfermo, abogado (Enric Auquer, muy logrado), le llevan a la tóxica pulsión patriótica de empuñar las armas.
Quien empuja a esos cachorros de mucha teoría y escaso bagaje (encarnados por Anna Castillo, Patrick Criado) es El Inglés (Asier Etxeandía, siempre creíble), un acomodado vasco exiliado en Francia que promueve fondos para que Euskadi sea otra Argelia. Es el ideólogo que apresura a los de ETA desde la pasión insana. Culpable de la espiral de odio que termina arrastrando al pueblo llano.
Enfrente, funcionarios que actúan con el sentido del deber de su condición. Antonio de la Torre es el pragmático inspector Melitón Manzanas, a quien no le va a temblar el pulso ante la deriva inesperada de una violencia creciente. Una resbaladiza figura que esta serie humaniza (lo que supondrá el rechazo de los nacionalistas vascos). Y nos encontramos al más infortunado, al agente gallego José Antonio Pardines, primera víctima de ETA.
Barroso no necesita fabricar partidismos para mostrar todo este mosaico de desdichados. El guionista Alejandro Hernández, el de No habrá paz para los malvados, es experto en describir lo engañosos que son los maniqueísmos y las verdades absolutas.
La línea invisible es un gran fracaso colectivo pero sobre todo es una inmensa derrota de quienes se sumaron a un idealizado fuego exterminador, una guerra de juguete que salió muy cara y que, a la vista está, no les sirvió para nada.
Esta serie de Movistar + hace ya años que debió tener una equiparación en la televisión en abierto. En la TVE actual, controlada por Podemos, ya va a resultar imposible: para los defensores del actual gobierno los únicos muertos dignos de respeto y recuerdo son los del bando republicano de la ya lejana Guerra Civil.
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