Cuestión de magisterio
CONTRACRÓNICA: DÉCIMA DE ABONO
La actuación de Morante abrió un ancho abismo con sus compañeros de terna reafirmando la idea de ser uno de los mejores toreros de nuestra vida
Resumen de la corrida de la décima de abono
Morante renueva su magisterio en una espesa tarde de pescaíto
JUAN Belmonte pudo lucir un vestido azul de Prusia con cordoncillos y abalorios blancos la última tarde que hizo el paseo en la plaza de la Maestranza, en la corrida patriótica del 18 de octubre de 1936 que dejó para la historia las tablas de la plaza pintadas con la bandera nacional y el ¡Viva España¡ rotulado en la muleta de Manolo Bienvenida, seguramente el mejor de su casta que iba a encontrar la muerte menos de dos años después, tras ser operado de un tumor incurable.
No fue la última corrida en la vida del Pasmo de Triana por más que hubiera considerado que su carrera profesional estaba amortizada en la temporada de 1935, un año después de la ventajosa reaparición urdida de la mano de Eduardo Pagés en un revival coral que incluyó a Rafael El Gallo y al infortunado Ignacio Sánchez Mejías, que iba a encontrar la inmortalidad literaria en la muerte evitable de Manzanares. Pero hay que volver a la figura de Belmonte: la minuciosa investigación del tratadista taurino Luis Rufino Charlo permitió en su momento alumbrar algunos agujeros negros. Belmonte aún llegaría a enfundarse el vestido de torear -posiblemente el mismo traje azul de Prusia que había lucido en Sevilla- para torear un olvidado festejo crepuscular en el coso de los Tejares de Córdoba, organizado “para engrosar la suscripción en favor del glorioso Ejército y fuerzas auxiliares, que están liberando a España de la tiranía marxista”, según señalaba la prensa de la época en medio de la exaltación patriótica que siguió al alzamiento del 18 de julio. Sirva la evocación histórica -esas batallitas que encantan al plumilla que firma esta contracrónica- para ubicar, con toda seguridad, la inspiración de la indumentaria escogida por Morante de la Puebla para afrontar el tercer compromiso en el abono abrileño de 2025, casi 89 años después de esa última tarde belmontina en la que el mayor epígono de Gallito ha vuelto a mostrar su magisterio y su impresionante compromiso.
Dicen que el hábito no hace al monje pero la impresionante cultura taurina de Morante, la inspiración de sus mejores ternos, obedece a su férreo y decidido compromiso con la profesión. Lo hemos escrito varias veces este año; lo volvemos a repetir ahora. Morante ha vuelto para torear. Y lo hizo en este recuperado Lunes de Alumbrado -con su peculiar y espeso paisaje humano de ternos oscuros y galas femeniles que esperan la fiesta del Real- dando una auténtica lección de torería natural, valor sostenido y personalidad diferenciada que puso en evidencia los vaivenes de sus colegas de terna, a los que gana en edad, gobierno y hasta en años de alternativa.
La corrida iba a poner de manifiesto, en definitiva, el delicado momento del negocio por más que el taurineo pueda argumentar que Manzanares pudo puntuar con uno de los mejores toros que han salido a cuentagotas en la feria -el quinto de Matilla se le fue enterito y habría merecido la vuelta- o que Talavante se metió a la gente en el bolsillo con una de esas faenas efectistas que animan el cotarro sin dejar ningún rescoldo en el brasero.
Morante engrandece su magisterio, su condición de gran torero y un conocimiento de la profesión que está por encima de las ventajas de la técnica. El diestro de La Puebla se los pasa más cerca que nadie y desde esa reunión con los toros, en ese compromiso con el toreo y su mejor historia, puede dictar las más hermosas lecciones de un ciclo en el que aún tiene que hacer otro paseíllo.
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