Ignacio Sánchez Mejías: un matador de toros en la Academia

TOROS Y LETRAS

Buenas Letras cierra en la Casa de los Pinelo las jornadas que refuerzan la vigencia literaria del diestro sevillano

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Ignacio Sánchez Mejías asegura ahora que Sánchez Mejías estará incluido en la conmemoración de la generación del 27

Eva Díaz Pérez y el profesor Manuel Romero en la apertura de la segunda sesión de las jornadas dedicadas a Ignacio Sánchez Mejías.
Eva Díaz Pérez y el profesor Manuel Romero en la apertura de la segunda sesión de las jornadas dedicadas a Ignacio Sánchez Mejías. / Ismael Rubio

La Real Academia Sevillana de Buenas Letras concluyó este miércoles las jornadas dedicadas a Ignacio Sánchez, ese “torero ilustrado para la Edad de Plata” que titulaba la propia programación de un evento que no puede ser casual. Esta reivindicación literaria y cultural del polifacético matador sevillano -capitaneada por Eva Díaz Pérez- se produce en vísperas de una conmemoración fundamental: el centenario de la toma de espíritu de grupo de la generación del 27 que promete centrar la vida cultural española del próximo año.

Esas vísperas no se han librado de la correspondiente tensión política ante el ninguneo inicial de la figura de Ignacio por parte del mismísimo ministro de Cultura, Ernest Urtasun, que en fechas recientes se ha visto obligado a reconocer la importancia de Ignacio en la definitiva cohesión de aquel grupo de poetas que acudieron a Sevilla en diciembre de 1927 a celebrar el tricentenario de Luis de Góngora bajo los oficios, el bolsillo y la impresionante simpatía del torero, que los agasajó en su casa de Pino Montano en una fiesta esotérica en la que no faltó una visita al manicomio de Miraflores en pleno auge del psicoánalisis.

La Casa de los Pinelo, sede de Buenas Letras, ha sido el escenario de ese recorrido por la faz poliédrica de un personaje que, 91 años después de su trágica muerte tras la horrenda cornada de Manzanares, sigue despertando admiración e interés; de un personaje que tampoco podría entenderse sin el caldo de cultivo en el que se movió. El propio Sánchez Mejías, que había abierto la Edad de Plata -en su vertiente taurina- sosteniendo la cabeza muerta de su cuñado Joselito en la enfermería de Talavera, la iba a cerrar simbólicamente catorce años después en el traslado agónico por las tierras de La Mancha mientras la gangrena fatal trepaba por sus muslos.

Ignacio Sánchez Mejías, rodeado de algunos componentes de la generación del 27.
Ignacio Sánchez Mejías, rodeado de algunos componentes de la generación del 27. / M.G.

Aquella muerte, que no podía ser más literaria, iba a inspirar la que seguramente es la más bella elegía escrita en castellano. La firmó Federico García Lorca sin saber que el reloj de su vida también tenía las horas contadas. La referencia al Llanto lorquiano ocupó la ponencia del profesor Andrés Amorós en el cierre de la primera de las dos sesiones preparadas. Eva Díaz Pérez había sido la encargada de situar la figura de Ignacio en medio de la efervescencia cultural del 27. Le iba seguir el profesor Juan Carlos Gil, director de la cátedra de Comunicación y Tauromaquia que toma el nombre del torero en la Universidad de Sevilla. Gil trazó magistralmente el camino recorrido por Sánchez Mejías desde su condición de torero a su vocación de escritor, cronista y dramaturgo.

Esa afición por las tablas iba a centrar la intervención de Manuel Romero Luque, profesor de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Hispalense. Romero realizó un recorrido por dos las obras de teatro escritas por Ignacio, Sinrazón y Zayas, enmarcándolas en las circunstancias vitales del torero y los propios condicionantes de una época que se vive a la vanguardia.

Quedaba aún el turno de el historiador Antonio Fernández Torres que ya había firmado hace algunos años -al alimón con Amorós- el libro Ignacio Sánchez Mejías, el hombre de la Edad de Plata y en la actualidad es responsable del archivo museo dedicado a la memoria del torero en Manzanares. Aún quedaba una charla final, sin que la lluvia dejara de rebotar en el patio plateresco de los Pinelo. Eva Díaz Pérez y el académico Rogeio Reyes Cano iban a sentenciar a Ignacio como definitiva alma de la Generación del 27.

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