Tardes en el recuerdo

La miurada más apoteósica

  • Domingo de Feria, 1970. Pepe Limeño cortó cuatro orejas por segundo año consecutivo y en la corrida de Miura. El hecho de que los tres toreros saliesen por la Puerta del Príncipe es algo que nunca volvió a repetirse.

DICE la historia del toreo que cuando el viejo Miura recibió la noticia de que Juan Belmonte le había cogido el pitón por la mazorca a un toro suyo fue cuando empezó a morirse. No podía entender cómo había podido pasar algo así, por lo que cuando el mayoral se lo comunicó dicen que se retiró abatido a sus aposentos en la casa solariega de la Plaza de la Encarnación. Pero los tiempos cambian de tal manera que ese caballero que era don Eduardo Miura sintió una satisfacción enorme cuando se enteró de que todos sus toros se habían ido desorejados al desolladero en la luminosa tarde del domingo de Feria de 1970.

Nunca se había visto nada parecido y lo cierto es que no se ha repetido en el coso del Arenal que la terna completa salga por la Puerta del Príncipe y con el acompañamiento del mayoral. Era el remate de la Feria de 1970, domingo 19 de abril, festividad, entre otros, de San León IX. Y quizá influyese en esta explosión apoteósica la poca altura artística registrada, pero lo cierto es que cuando José Martínez Limeño, Sebastián Palomo Linares y Florencio Casado El Hencho traspasaron el dintel de la primera puerta del mundo de Tauro, el personal se dio por satisfecho. Que a una corrida de don Eduardo se le cortasen ocho orejas era para darse con un canto en los dientes y para olvidar el largo repertorio de tardes plúmbeas como registró aquella Feria del 70. Ocho orejas que se repartieron de la siguiente manera: cuatro para Limeño y dos por barba Palomo y El Hencho.

Por entonces, aún no se había establecido la obligatoriedad de cortar tres trofeos para el honor de salir por el Paseo de Colón, pero el entusiasmo del gentío que abarrotaba la plaza obligó al usía a darle elsalvoconducto a laterna completa.

Pocas veces he visto en una plaza a un torero tan emocionado como aquella tarde vimos a Pepe Limeño. El sanluqueño, que se había convertido en un fijo para matar la corrido de la A con asas, redondeó en esa tarde su cima más alta en el albero maestrante. Era su tercera miurada consecutiva y si en el 68 había cortado dos orejas, ya al año siguiente cortó cuatro para repetir en este 70 la faena.

Era la consagración definitiva de un gran torero que nunca tuvo la recompensa de moverse por los lugares más confortables del escalafón, de ahí que en esta tarde sevillana le afloraran las lágrimas en el convencimiento de que su vida podía tomar un giro muy favorable. Luego los días de vino y rosas serían efímeros, demasiado efímeros, ya que cuando se vio en un cartel de postín, que fue al año siguiente con el Cordobés y su paisano Parada, para matar una corrida de Arranz denunció ciertas irregularidades en el sorteo a favor del Benítez y ello le acarreó ser condenado a volver a las corridas duras.

Pero vayamos al meollo de esta corrida de Miura y no nos olvidemos que en ella se anunciaba una primera figura del escalafón, Palomo Linares. El jiennense no sólo no acababa de entrar en Sevilla sino que el año anterior fue actor principal de un hecho insólito y ciertamente desagradable. Anunciado el domingo de preferia del 69 con Victoriano Valencia y Curro Romero para matar una corrida de Benítez Cubero el festejo no se dio. La autoridad no aprobó la corrida, Palomo se negó a matar otro hierro y el gobernador civil, el omnímodoJoséUtrera Molina, dejaba la Maestranza cerrada a cal y canto sin una nube en el cielo y el no hay billetes en taquilla. Por lo tanto, Palomo se apuntó al año siguiente una corrida que no querían ni ver en pintura a los de su estatus, la de Miura.

Y la corrida salió que ni siquiera parecía de Miura, pues la mayoría del encierro embistió con una fijeza poco habitual en los productos de Zahariche. Cumbrero, Farolito, Serrano, Judío, Botero y Hormiguero se comportaron como si en vez de en Zahariche se hubiesen criado en Los Derramaderos.

El lote de Limeño, Cumbrero y Judío, fue excepcional y excepcional resultó la actuación del sanluqueño. El toreo al natural de Pepe Limeño a su primero estuvo rayando la perfección, los pases de pecho inconmensurables y aunque el torero no salió demasiado airoso de la suerte de matar, el rápido efecto del espadazo hizo que la euforia se desatase para que ya no decayera hasta el final del festejo. También le cortó las orejas a su segundo,que fue mansón, pero muy colaborador con el torero. Pepe lo cuajó en el sentido más literal de la palabra y por entonces la plaza seguía siendo un crisol de sensaciones que la convertían en una especie de manicomio.La efectividad de la estocada llevó las orejas a las manos de Pepe y con mucha gente pidiendo el rabo, el torero dabas dos vueltas al ruedo con las lágrimas surcándole las mejillas.

La tarde se había embalado desde el primer triunfo de Limeño y aunque el lote de Palomo fue más complicado, la raza del torero hizo lo suficiente como para subirse al carro exitoso de Limeño. Se peleó con los dos de su lote en sendos duelos que rozaron el patetismo y con el adobo trascedente de todo su repertorio de torero de casta que nunca se dejaba ganar la pelea. Faenas que inicia toreando, pero de rodillas y otreando por bajo, no pegando banderazos aéreos, ganándole terreno para que la emoción terminase por poner a revienta calderas unos tendidos que ardían desde el paseíllo. Dos faenas vibrantes, de torero macho que llegaba a Sevilla con el cuchillo en la boca y unas ganas enormes de revancha, dos orejas a sangre y fuego para, tras doblar el quinto, dar la vuelta al ruedo con sus compañeros.

El cordobés Florencio Casado El Hencho, que había tomado la alternativa recientemente, no sólo no desentonó sino que le puso empaque a su labor para, además, darle a la corrida la nota dramática con una voltereta espeluznante en un cambio de mano en el sexto y después de un emocionante cite a distancia para ligar y manda. Los mató a los dos con guapeza, desorejó a ambos y así, con un triunfo clamoroso, se clausuraba una Feria bastante baja de tono artístico. Con los tres y el mayoral de Miura a hombros por el Paseo de Colón se ponía punto final al ciclo y punto seguido a una euforia quizá excesivamente triunfalista. Y así de esta manera terminó una de las ferias más grises que se recuerdan, una Feria que se abrió con la alternativa de Rafael Torres, una de las mayores esperanzas que Sevilla alumbró para el toreo.

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