Tardes en el recuerdo

...y abrió la Puerta por quinta vez

  • Sábado de preferia 1980. Se lidiaron toros de Carlos Núñez para Curro Romero, José María Manzanares y Espartaco, que era nuevo en esta plaza Muchos habían sido los que vaticinaron que el Faraón estaba acabado

RESURRECCIÓN. Y en esto que un torero al que se le había escrito el epitafio tras dos temporadas de tardes negras, resulta que resurge, hace bueno lo de que quien tiene el duro es quien únicamente puede cambiarlo y otra vez, Sevilla toreando por las calles. Es 19 de abril de 1980, sábado de preferia, se anuncia el debut en la Maestranza de Espartaco, entra José Mari Manzanares en la Feria y abre la tarde Curro Romero. Ese Curro presuntamente acabado y que por vez primera en diez años no ha estado en la Maestranza el Domingo de Resurrección.

Ha habido un tremendo baile de corrales y la corrida de Juan Pedro que estaba anunciada ha sido desechada. Llegan más toros del hierro veragüeño y tampoco obtienen luz verde, por lo que el problema se subsana trayendo seis toros de Carlos Núñez. Tres llevan el hierro de Núñez Moreno de Guerra y los otros tres el de Herederos de Carlos Núñez. La expectación es alta, altísima.

Ese invierno había roto Romero su relación profesional con Antonio Ordóñez y se han hecho cargo de sus asuntos Victoriano Sayalero y Juan Luis Bandrés. Además deja su cuartel general de siempre en el hotel Colón y se viste en Los Lebreros. Hay muchos cambios en su vida y la verdad es que serán para bien, según va a demostrarse a través de una tarde para la historia, otra más en ese noviazgo que mantienen Sevilla y Curro. Hasta ese día, el torero llevaba contabilizadas cuatro salidas por la Puerta del Príncipe desde aquella del Corpus de veinte años atrás. ¿Batiría esa tarde su propia marca?

Y la tarde pintó bien desde que se abrió de capa para fijar al primer toro de la tarde. Una tarde luminosa que se hará sobrenatural cuando en la faena del cuarto sonaban las campanas de la Giralda que convocaban a sabatina. Tarde que iba a quedar grabada a fuego en el oro del albero gracias a las muñecas mágicas de un torero al que el toreo le bajaba a las manos directamente del corazón. Y eso que sus compañeros de terna anduvieron brillantes, pero el toreo era, es y será siempre lo que Curro realizó esa tarde de preferia del 80.

De corinto y oro iba vestido el Faraón en un traje muy bordado. Resulta complicado espigar en el tiempo cómo fueron las dos faenas de Curro. El tiempo se ha encargado de enmarañar las sensaciones y sólo hay que recalcar que lo ocurrido fue como la redacción de una carta de amor del novio a la novia, tal como lo resumió el querido Joaquín Caro Romero en su crónica en un título memorable de sólo tres palabras, Romero y Julieta.

Ni que decir tiene quien era la Julieta de esta hermosa historia de amor. Y es que pocas veces se ha entregado una plaza a un torero como se entregaba Sevilla a Curro. Una tarde más de abril el camero se había sentido, la inspiración le había bajado a las muñecas y se daba el milagro de una resurrección que no muchos esperaban. Verónicas increíbles, alguna media prodigiosa, ayudados por alto y por bajo, trincheras, redondos inconmensurables, naturales a más no poder de naturalidad, estocadas a la primera, las dos orejas del primero y una del cuarto visaron el salvoconducto con el que cruzar la Puerta del Príncipe por quinta vez... y última.

Manzanares ya gozaba por entonces del favor de la Maestranza, pero dando la sensación de que rodaba en tres cilindros, que podía dar mucho más de sí. En esta tarde, el alicantino estuvo poderoso y brillante, pero la oreja con petición de la segunda no fue argumento como para plantar cara al recital del Faraón. Parecida cuestión la de Juan Antonio Espartaco en la tarde de su debut en la plaza de su tierra. Aunque había encabezado el escalafón de novilleros durante un par de campañas, jamás había hecho el paseo en Sevilla. Muy firme en el toro del debut, le pidieron la segunda oreja, pero en el que cerró plaza también sufrió el síndrome Romero y por mucho que lo intentó, ya la gente estaba loca por llevarse a su torero en hombros.

Fue un cataclismo en la plaza de toros de Sevilla por la resurrección de un torero al que muchos le habían entonado gorigoris de dudoso gusto. Ya quedaban pocos que apostasen por el torero que mayor crédito ha recibido de Sevilla, pero Curro no estaba acabado, sólo parecía aletargado. Y Sevilla se volvió loca para abrir después de muchos años la Puerta del Príncipe. La salida, como si fuese Curro encima de un paso y con los sones de un tambor rociero como especie de cruz de guía para tan singularísima procesión. Era la quinta salida del Faraón por la puerta soñada. Corpus del 60, Ascensión del 66, Feria del 67, Corpus del 68 y este sábado de preferia del 80. Sábado de gloria grabado en el alma de un currismo que sigue vigente a pesar del tiempo que pasó después de aquella mañanita en una plaza de carros. No hay quinto malo y esa quinta Puerta del Príncipe fue muy especial.

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