¿Pero los toros qué son? ¡judios o cristianos!
Olvera por fin es ¡un pueblo libre de corridas de toros! gracias a los votos de IU ¿Y antes qué eran los de Olvera? ¿Esclavos taurinos?
¡¡Olvera!! Ese pueblecito tan bonito de la provincia de Cádiz donde el pasado día 4 de febrero su Ayuntamiento en un pleno ordinario dio la campanada municipal contra la tauromaquia. Pintoresco no es que los seis concejales comunistas (al toque de trompeta) con sus seis votos, más el de calidad de su alcalde, José Luis del Río, siete, contra los cuatro del PSOE (menos mal) y dos del PP no hayan podido revocar la machada 'progresista'. No sería lo peor, es que declararon a bombo y platillo que por fin Olvera se declaraba "ciudad libre" de corridas de toros. Y la pregunta es ¿Antes de esta estupidez democrática qué eran en Olvera? ¿esclavos taurinos?
Y es que cada día la clarividencia de estos políticos, solo de carnet, de aluvión de tercera regional nos sorprenden más, en vez de preocuparse en sus plenos de cómo bajar el paro de su pueblo, se declaran por fin libres abjurando de la ominosa fiesta de los toros cuando creíamos que ya la Constitución de Cádiz había desterrado a la Inquisición.
Ante este nuevo 'golpecito bajo', uno más, a la más popular de las diversiones del españolito medio, pienso en la fuerza realmente que tiene nuestra fiesta y en todo por lo que ha tenido que pasar esta manifestación ya Cultural, particularidad que se la han pasado en Olvera por el arco del triunfo los de Izquierda Unida y su alcalde.
Para prohibirla ya lo hacía también la Iglesia Católica. El canónigo Agustín Arbeloa, en una conferencia celebrada en 1987 para el Club Taurino de Pamplona en una aportación de la clerecía a la fiesta, argumentaba que como antítesis a la presencia de la figura del toro en la tradición religiosa, desde Roma el eje de la Iglesia prohibió en 1572 la asistencia de los curas a los toros bajo la pena de excomunión, que posteriormente en 1590 se sustituiría por la pena del pago de 10 ducados y 10 días de cárcel y que además en pleno auge de La Inquisición se originó el dilema de "si lo toros eran judíos o cristianos" y por lo tanto de si había que repudiarlos o hermanarse con ellos. Se resolvió al argumentar algunos curas que este animal debía ser bueno porque era el emblema del evangelista San Lucas. En este sentido Aranguren dijo "los toros se convertirán para los eclesiásticos en un signo de unión y ecumenismo". Añadiendo que hoy en día no existe ninguna clausula eclesiástica que rompa con este tradicional impedimento. Pero no sólo las prohibiciones de antes y de ahora que llevamos comentadas hoy, es que la corrida en si misma en su organización también ha tenido que luchar denodadamente con otras facciones como la autoridad en ella y de quien era políticamente dueña la Corrida.
Viene de largo. Desde e1 1260 y 1371 en los Privilegios concedidos por Fernando III El Santo de quien tenía que dirigir o presidir la corrida de toros. Desde siempre una autoridad gubernativa ha reclamado el mando supremo de la Plaza de Toros y el lugar elegido, así que a través de los años no solo acumuló el poder sobre el público sino sobre el propio desarrollo de la lidia. Fue y sigue siendo una mezcla de atribuciones que se presta a distintos enfoques. Cuando en 1743 con su peculio personal el rey Fernando VI se construye la Plaza de la Puerta del Alcalá en Madrid, con ella vuelve a renacer con fuerza el pleito de las competencias llegando hasta tener que habilitar dos palcos, uno para la autoridad militar que lo exigía y otro para la autoridad política. Esta dualidad trajo abusos y peleas por la 'poltrona' presidencial. El poder de algunos presidentes llegó a extremos tales como el ocurrido el 21 de agosto de 1848 en Madrid. En una corrida muy mansa el presidente resolvió devolver uno de los toros a los corrales; pero como el pobre empresario no tenía más toros, soltó uno de los que antes había sido también devuelto, creyendo que el público se tragaría aquello; pero no fue así y el respetable (que de lo de respetable ya trataremos algún día) no cayó en la trampa, y formó tal bronca que tomó visos de tragedia. Al presidente no se le ocurrió otra cosa que mandar poner grilletes al pobre empresario y pasearlo por el ruedo escoltado por los alguacilillos a expensas de recibir golpes y morir en el paseo víctima de un botellazo o un porronazo; todavía no se habían descubierto los envases de plástico. Fue tal el disgusto y el susto de aquel pobre hombre que a los pocos días murió.
Así que nuestra pobre fiesta ha ido atravesando desiertos unos detrás de otro, ahora es el de Olvera. La plaza de toros de Madrid por su dura ejemplaridad y ser capital del reino se erigió en modelo en solucionar problemas sociales. Marcelo Martínez Alcubilla nos relata como en 1887, curioso por demás, es cierto procedimiento de la Inquisición, que era la base del sistema preventivo puesto en práctica según el general Nogués, célebre ministro de Carlos III al que se le encargó despejar Madrid y a su plaza de toros los días de corridas de un enjambre de cojos, tullidos, mancos, tuertos, ciegos y mendigos de toda clase y edad, así que mandó encerrarlos a todos en el ruedo y soltarles 'novillos de la época'.
Dicen que todos saltaron la barrera, corrieron y tomaron el 'olivo'. No quedó nadie en la plaza, a todos los mandó a la cárcel. Lo que no sabemos es que pasó con alguno ciertamente cojo o ciego. Desde luego los presidentes en sus palcos situados en lo más alto del coso son inalcanzables al cabreo del respetable. Los de la plaza de Las Ventas, de verdad, son de una seriedad y severidad que asustan. Ustedes los han visto sonreír alguna vez. Sera por eso,… ¡Como decía Federico!… "…porque tienen de plomo las calaveras".
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