Crítica arte

La variedad del compromiso

  • La galería Rafael Ortiz celebra sus 25 años con una exposición de recorrido sinuoso y variado por los gustos de sus dueños: un proyecto de vida, más que una colección

Aprendiendo a mirar. 25 años de la Galería Rafael Ortiz. Centro de las Artes de Sevilla (CAS, en el Monasterio de San Clemente, entrada por la calle Torneo). Hasta el 16 de enero.

Convertida en la galería de referencia en Sevilla, sobre todo después de la marcha a Madrid de otras galerías estrella -Juana de Aizpuru y Pepe Cobo-, Rafael Ortiz ha sabido conjugar en todos estos años el nada fácil trabajo empresarial con la atención a los artistas y el cuidado del público interesado. 25 años sin desmayo en el cumplimiento de esta labor no es pequeño logro y más teniendo en cuenta la plaza en la que se lidia. Ahora la galería se celebra con una exposición que reúne a muchos de sus artistas y afectos.

Una obra mural de Eugenio Ampudia recibe al visitante y marca la temperatura de la exposición. En Arco 93, fruto del intercambio de parcelas serigrafiadas por identidades múltiples y cómplices, el mural de fotografías polaroid muestra los retratos de los activos visitantes del proyecto en el stand de la galería en aquel Arco, dejando zonas sin sustituir que forman las palabras guerra fría; expresión que querían reflejar la sensación que tenía el entonces prometedor y hoy muy consolidado Eugenio Ampudia del trato del artista con el mercado del arte. Esa posible zona de conflicto desaparece en la exposición, que no es una exposición sobre la galería Rafael Ortiz, aunque también, sino sobre dos personas, Rafael y Rosalía, que son galeristas y enamorados del arte de su tiempo.

No encontramos, por tanto, recorridos cronológicos ni se ha optado por recurrir a piezas importantes que han sido expuestas en los 25 años de la galería sino que se ha preferido un recorrido sinuoso por los gustos y placeres del matrimonio de galeristas concretados en obras del fondo de la galería y, sobre todo, de su propia colección. La selección es amplia y variada, quizás demasiado variada para lo que puede entenderse hoy día por colección, pero esto, aquí expresado por lo menos, puede ser una ventaja y un acierto.

En realidad, no se trata de una colección, sino de un proyecto de vida en el que las obras de arte con las que conviven y trabajan constituyen buena parte de su fundamento.

María Corral se ha encargado de seleccionar y ordenar las obras para proponer una exposición de compromiso entre la vida cotidiana de las piezas, la importante trayectoria de la galería en la ciudad y la trascendencia pública de los artistas y sus obras. El resultado es un ejercicio de disfrute y memoria para el espectador que puede encontrarse por primera vez con obras que no conocía o añadir y hasta modificar la percepción de otras que contempló cuando se expusieron en la galería.

En el montaje se señalan diversos focos de atención, agrupando las obras por afinidades con zonas que actúan de descanso o recapitulación (Imi Knoebel o la pared de los pequeños formatos), y cuidando en lo posible las transiciones entre artistas tan diversos. Carmen Laffón, el Equipo 57 y Luis Gordillo aparecen como los principales centros en torno a los cuales se organiza la exposición. Así, junto a las obras de Carmen Laffón, entre las que destaca un dibujo casi inédito de los 70, se disponen las de Teresa Duclós y Joaquín Sáenz y también las de Burguillos, indicando cercanía generacional y de sensibilidades más allá de la apariencia externa de las obras. Más evidente incluso es la zona dedicada a la abstracción geométrica, con la referencia clara del Equipo 57 (la recuperación de su obra y su puesta en valor ha sido ejemplar por parte de la galería) junto a Barbadillo, Elena Asins o Palazuelo.

Ejemplar es el uso que se hace de Gordillo en el montaje; por un lado aparece con obras de los 70 junto a históricos de la Nueva Figuración Madrileña como Guillermo Pérez Villalta y Alcolea y por otro, en la pared de enfrente, con una obra más reciente colgada junto a artista jóvenes como Verbis, Miki Leal, Pereñíguez o Manolo Bautista. Pero la exposición, además de repasar la historia de la galería reserva espacios para pequeñas sociedades; lógicas en el caso de los estupendos libros de Artschwager y Wentworth, o las de Vostell y Joan Brossa, pero bastante más insólita e igual de sugestiva en el caso de José María Baez y Pedro G. Romero, tan diferentes de letra y música. Estos encuentros y otras sorpresas, el muy recomendable catálogo entre ellas, reserva la exposición en la que el CAS ha hecho un esfuerzo por adecentar sus salas.

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