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Carlos Colón

Santa Catalina no es una pelota

SANTA Catalina es un templo católico, y por lo tanto un espacio de oración, contemplación, celebración y administración de los sacramentos. Pero es también Patrimonio Nacional desde 1912 (triste centenario el que está viviendo), Bien de Interés Cultural y por ello patrimonio de todos los sevillanos. Y entre ambas cosas no hay contradicción. O no debería haberla.

Porque últimamente se ha extendido la idea de que si en la restauración de un templo interviene la Administración pública, éste debe perder su uso exclusivamente religioso para convertirse en un espacio neutro -cultural, expositivo, concertístico, museístico- al que se acceda previo pago o identificación como nativo y en el que el culto quede reducido al mínimo. La propia Iglesia parece haberlo asumido imponiendo el pago para su visita y restringiendo el culto a su mínima expresión. Casos del Salvador y la Catedral, víctimas de esta desamortización cultural.

No debería ser así. En el expediente de declaración de Santa Catalina como BIC se reconoce como su única actividad la "ceremonia cristiana". Expresión, por cierto, tal vez calculadamente ambigua ya que ceremonia es dar culto a las cosas divinas o reverencia y honor a las profanas, mientras que culto es el conjunto de ritos y ceremonias litúrgicas con que se tributa religiosamente homenaje y honor únicamente a lo que se considera divino o sagrado. Por ello sería más exacto utilizar culto en vez de ceremonia.

La inversión de dinero público en la restauración de un templo que es propiedad de la Iglesia, a la vez que Patrimonio Nacional y BIC, no debería comprometer su dedicación exclusiva al culto ni imponer su conversión en un museo con culto a (reducido) tiempo parcial. Lo que no entra en contradicción con su accesibilidad gratuita durante el mayor número de horas posible a cuantos quieran visitarlo como monumento; eso sí, guardando el respeto en actitudes y vestimenta que la naturaleza del lugar exige. Subvención no es derecho de pernada.

El triste caso es que en el centenario de su declaración como Patrimonio Nacional, Santa Catalina lleva ocho años cerrada y se está hundiendo. Ayuntamiento, Junta y Arzobispado dan la sensación de estarse tirando la pelota unos a otros. Tanto la de las deudas de lo poco hecho como la de lo mucho que queda por hacer. Lo grave es que esta pelota es una joya gótico-mudéjar del siglo XIV con importantes añadidos del XVI y el XVII; y que guarda uno de los tesoros mayores de la ciudad: el Sagrario de Leonardo de Figueroa, asombroso juego espacial barroco que convierte una minúscula capilla en una deslumbrante y dorada experiencia de engaño de los sentidos.

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