La aldaba
Carlos Navarro Antolín
El desgarro de la muerte en el Parlamento de Andalucía
Las empinadas cuestas
SE ha escrito mucho sobre la primera mujer alcaldesa de París, Anne Hidalgo, y es lógico, porque las mujeres hemos estado tan ausentes del mundo de lo público que cuando lo logramos somos siempre noticia; ser la primera alcaldesa de la capital de Francia, cuna de la libertad, igualdad y fraternidad, es muy simbólico.
Coinciden en su elección otros factores que la hacen noticiable: la pérdida de las elecciones por su partido, el socialista, que además gobierna en ese país, su doble nacionalidad francesa y española, su origen gaditano, sus padres emigrantes y republicanos, hoy viviendo en nuestra Andalucía, reconocida con la Medalla de la Junta. Dialogante, según cuentan, siempre fiel a su historia y a sus valores.
Sin embargo, me interesan aún más otras dos cosas que se han dicho de ella, que es laica y feminista, por la sencilla razón de que en España, en donde conozco a muchas mujeres feministas y socialistas, yo misma así me considero. Nunca, que recuerde, nos hemos definido como laicas abiertamente, aunque lo seamos; me he dado cuenta de que el valor de la laicidad entre nosotros es, públicamente, minoritario y apenas se considera. Si así te denominas, quienes te oyen te clasifican, sin más, dentro de la categoría de l@s anticlericales peligros@s. Sin embargo, la laicidad sólo quiere que se organice la vida de forma independiente a las religiones; busca, como dice el artículo 16 de la Constitución, que ninguna confesión tenga carácter estatal.
En España, el feminismo todavía tiene mala prensa, pero el laicismo aún más; nadie se declara laicista y si se dice está mal visto. La causa está en la religión católica que ha invadido, durante siglos, nuestras vidas a través de la educación; siguen peleando para conservar esa hegemonía y saben que ni feminismo ni laicismo son posibles sin un sistema educativo que los favorezca. Hacen evaluable la religión y defienden la segregada. El deber educativo de un Estado laico es asegurar las condiciones necesarias para alcanzar una ciudadanía plena.
Ser feminista no es fácil; muchas mujeres, con vida autónoma, lo son y no lo reconocen, pero declararse laico es aún más difícil; las religiones temen la emancipación de la mujer y rechazan la laicidad, para no perder influencia social. Hoy, en vísperas de la Semana Santa, para la que deseo lo mejor, declaro ser también laica y feminista, como lo es nuestra Constitución (arts. 9, 14, 16). Esta es mi identidad.
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