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Helena Arriaza

La cocina se ha convertido en 'reality'

SI por algo me encantó la primera edición de Masterchef fue porque se limitaron a mostrarnos un concurso de cocina. La segunda edición fue un poco más allá y perdió parte del encanto al hacernos partícipes de los conflictos entre los concursantes, con el abandono de Gonzalo incluido. Soy defensora a ultranza de los realities, pero el programa de La 1 ha perdido mucho al entrar en ese juego. En esta tercera edición lo de menos es la esencia de los fogones. Lo que destaca es lo que se cuece fuera de las cocinas. Ya en el primer programa de la temporada, en el que se presentaba a todos los concursantes, quedó patente que para conseguir el delantal era necesario tener una historia personal o un trabajo que llamase la atención. Entre los cocinillas no falta de nada: La señora mayor que no entiende los platos modernos a la que todos ven como una abuela, el vendedor ambulante, el militar frustrado, la modelo ñoña, el de las artes marciales que patalea, la nutricionista que a todo le saca punta o la concejala del PSOE. Que por cierto, la expulsaron la semana pasada pero demasiado ha durado teniendo en cuenta que el programa se emite en RTVE. Además en cada programa vemos cómo sale a relucir parte de la vida personal de los participantes. Este martes recibieron cartas de amor de sus parejas. Risas y llantos destacaron en detrimento de sus creaciones culinarias.

Si lo de los concursantes ha hecho que decaiga la calidad del formato, lo del jurado lo supera con creces. Esta vez Pepe, Jordi y Samantha no parecen los mismos que en las anteriores temporadas. Con su forma de tratar a los futuros chefs, los comentarios desafortunados que llegan a la humillación, las broncas que les echan incluso cuando no tienen motivos y las caras sobre actuadas que ponen para hacerse los duros, lo único que transmiten es que su intención es crear polémica y espectáculo. Además Samantha ya cansa. Tiene un programa de cocina, tiene un exitoso catering, pero ejerciendo de jurado deja mucho que desear. Hasta los concursantes ignoran sus valoraciones. Pero si no entiendo que Samantha esté ahí, menos comprendo el papel de Eva González. A veces hasta se me olvida que es la presentadora. Se limita a lucir modelitos que casi nunca le hacen justicia, a despedir a los concursantes y a narrar lo que ocurre con un acento forzado para esconder el andaluz. La sevillana me cae bien, me gusta cómo se desenvuelve en sus trabajos pero en Masterchef sobra. Con las explicaciones de Pepe no hace falta que nadie conduzca el programa.

Otro aspecto que ha ido cambiando con el paso de las ediciones es la publicidad. En La 1 no hay pausas para los anuncios pero en MasterChef están continuamente haciendo publicidad. Se pasan: los libros, los utensilios de cocina, la escuela de Jordi, los electrodomésticos, el supermercado. Exagerado. Al final para lo que menos tiempo hay es para ver cómo cocinan los aspirantes y para aprender de los invitados profesionales. Lo que me parece peor es que si le quieren dar el aire de reality show que le están dando es que a la primera de cambio expulsaran a Alberto, el creador del León come gamba. Hasta ahora lo mejor de la edición.

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