La tribuna

Juan Carlos Rodríguez Ibarra /

Carniceros de toros bravos

ES raro escuchar en cualquier feria de cualquier pueblo o ciudad que programe corridas de toros o novilladas el nombre de los toros que van a ser lidiados y matados en los cosos taurinos. Lo habitual es que se publicite y se transmita de boca a oído el nombre de los toreros, novilleros o rejoneadores que van a intervenir en esos espectáculos taurinos. En una corrida donde vaya a torear José Tomás, o El Juli, o Talavante, o Perera, o Ponce, los aficionados no dicen que esa tarde van a ver al toro de nombre Media Luna o Bastoncito. A veces, al final de la corrida, el nombre de un toro vuela por los mentideros, bien porque ha dado la vuelta al ruedo, bien porque fue indultado debido a su fiereza, bravío y embiste, bien porque acabó con la vida del torero al que cogió en una de las muchas oportunidades que tuvo el toro en su mano a mano con el torero. Ejemplos de esas circunstancias las ha habido en esta temporada y las seguirá habiendo mientras el toro y el torero se enfrenten en una plaza para continuar con la tradición. Paquirri o el Yiyo son sólo dos de los ejemplos que se pueden poner de lo dicho y de lo caro que sale en algunas ocasiones la lucha contra el toro.

Existen otros festejos taurinos en los que el protagonista es el toro, porque en ellos no existen profesionales que armados con un trapo, decidan pelear hasta que uno de los dos se rinda. El de más nombre es el llamado Toro de la Vega, de cuya existencia todo el mundo ha oído hablar y muchos han visto en directo o por televisión. Pero no es el único. España se llena en los veranos de acosos taurinos semejantes o peores que el de la Vega. En ellos, el protagonista es el toro. El año pasado supimos el nombre que puso su ganadero al toro de la Vega y la ganadería en la que pastaba. Seguramente, ese toro pensaría que su destino final sería el de encontrase con algún torero que quisiera pelear con él en cualquier plaza de toros. Pero no siempre el destino te conduce por los caminos que habían sido diseñados por ti o por las circunstancias. Ya se sabe que existen muchos universitarios que estaban destinados a ser ingenieros, biólogos, farmacéuticos, profesores, filólogos, químicos o físicos y, sin embargo, una mala planificación y un derroche de talentos han hecho que no estén trabajando en aquello para lo que estudiaron. Se dice que el destino de un toro bravo es el de morir en una plaza de toros después de ser toreado por el torero, pero como tantos licenciados, graduados y doctores, muchos de esos toros se ven obligados a cambiar el oficio y terminan muriendo en una plaza pública adoquinada o empedrada o en un descampado acotado, huyendo de una algarabía que lo persigue con saña y cobardía.

Ya se sabe que existe un fuerte movimiento en España en contra de los festejos taurinos sin que se tenga el más mínimo interés en separar el acoso de la corrida. Que los grupos que defienden y protegen a los animales, entre ellos al toro de lidia, estén en contra de algunos espectáculos en los que el toro acude como víctima indefensa para escarnio y sufrimiento, no tiene por qué escandalizar a nadie. Es su deseo y su obligación. Lo verdaderamente importante para la pervivencia de las corridas de toros sería que taurinos y toreros denunciaran aquellos festejos que en nada se parecen a lo que ellos practican en las plazas de toros de pueblos y ciudades. No parece que estén por la labor los miles de aficionados taurinos que hace unos meses participaron en una multitudinaria manifestación en defensa de la Fiesta; la manifestación fue encabezada por algunos de los matadores de toros de mayor presencia en el escalafón, como Enrique Ponce o El Juli. Al término de la manifestación, el matador de toros valenciano, Enrique Ponce, leyó un manifiesto en defensa de "un bien cultural, que ampara la Constitución" y reivindicó la tauromaquia "como portadora de valores sociales y humanos, y como soporte básico y principal de la biodiversidad en nuestro país". No hubiera estado mal que hubieran aclarado que cuando hablamos de un bien cultural que ampara la Constitución, estamos hablando de corridas y no de acosos a toros bravos o vaquillas indefensas vapuleados y muertos en sitios diferentes a los que serían el destino final de una ganadería de toros bravos. Merecerían alguna respuesta aquellos ganaderos que vendiendo el toro de la Vega, pongamos por caso, dicen dedicarse a ser ganaderos de toros bravos. Es como si el director de películas porno declara que él hace películas de amor. ¿Ganaderos de toros bravos? Mejor carniceros de toros bravos.

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