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La tribuna

Luis Manuel García Méndez

Pagar en cubanos

ESTO es Castilla, señores, que hace a los hombres y los gasta", dijo Alfonso Fernández Coronel. El girondino Pierre Victurnien Vergniaud advirtió: "La revolución, como Saturno, acabará devorando a sus propios hijos". Los hermanos Castro, en cambio, han optado por pagar sus facturas en cubanos, una moneda dúctil, apta para comprar impunidad, silencio, petróleo, protagonismo y miedo.

La última transacción acaba de producirse con la muerte de Orlando Zapata Tamayo, albañil, negro y disidente. Quien intente comprar dignidad usando su propia vida, deberá pagar al contado. Es la lección que continúa una tradición instaurada en 1959, cuando Huber Matos, en desacuerdo con el giro totalitario de la revolución, renunció a la jefatura del Ejército en la provincia de Camagüey. Fidel Castro lo condenó a treinta años de prisión con los cuales compró su derecho al monólogo. Nadie más desertaría.

Durante los 60, consolidado su mandato vitalicio en la isla, Castro relanzó su carrera hacia la política mundial. Miles de jóvenes cubanos y latinoamericanos, moneda para adquirir hegemonía, fueron entrenados para fundar guerrillas monitoreadas desde La Habana. Ciclo que se cerró cuando Ernesto Che Guevara fue abandonado en la selva boliviana, un precio módico para recomponer las relaciones con la URSS, contraria al aventurerismo cubano, y conseguir su patrocinio. Más tarde, la política militar en África sería concertada con la casa matriz. Miles de muertos sufragaron en las selvas el protagonismo del líder.

La invasión a Granada el 25 de octubre de 1983 fue, posiblemente, la mayor tragicomedia de este sistema monetario. Mientras 7.300 soldados norteamericanos se dirigían a Granada, Fidel Castro ordenó a los 700 obreros cubanos defender hasta la muerte el aeropuerto de Punta Salinas que construían allí. "¿No existe la posibilidad de que usted sacrifique a los cubanos?", preguntó a Castro un periodista de la CBS. "Bueno, no seríamos nosotros, serían los EEUU los que estarían sacrificando a los cubanos", respondió.

Al módico precio de 700 obreros-mártires, la Administración Reagan reconsideraría el costo de una posible invasión a Cuba. Y el aparato de propaganda del régimen convirtió los deseos en noticia. Todas las emisoras de la isla anunciaron que, tras heroica defensa, el último cubano murió abrazado a la bandera. En realidad, y sin vocación suicida, los primeros en huir fueron los asesores militares. Viendo que la Embajada soviética ya estaba llena, los constructores se rindieron. Saldo: 25 muertos, 59 heridos y 638 prisioneros.

En 1989, el fusilamiento del general Arnaldo Ochoa, Héroe de la República y el militar cubano más condecorado, evitó que cundiera el mal ejemplo de glasnost y perestroika entre una oficialidad formada en academias soviéticas. Y ante las declaraciones de un narcotraficante capturado por la DEA sobre la implicación del Gobierno cubano en el tráfico de drogas, Castro compró su propia inmunidad con las vidas de los hermanos La Guardia y otros oficiales.

Tras varios secuestros de naves para cruzar el Estrecho de La Florida, la hora de impartir una lección al pueblo cubano llegó en la madrugada del 13 de julio de 1994, cuando fue hundido el remolcador 13 de Marzo. Treinta y siete personas murieron, entre ellos diez niños. La lección se repitió en 2003, cuando tres jóvenes de raza negra fueron juzgados y ejecutados en 72 horas, a pesar de que su intento de secuestro no produjo víctimas ni daños materiales. Durante la Primavera Negra de ese año, fueron repartidos en juicios sumarísimos 1.450 años de prisión entre 75 disidentes, activistas y periodistas independientes. Veinte mil cubanos habían firmado el Proyecto Varela. Era el momento de ratificar el monopolio del poder.

El uso de los cubanos como moneda se extiende también a cientos de miles de cooperantes internacionales: sirven por igual para adquirir alineación en la arena internacional que petróleo en Venezuela. En los siglos XVIII y XIX, algunos dueños "echaban a ganar" a sus esclavos, quienes trabajaban por cuenta de su amo y, en ocasiones, se les permitía ahorrar parte de sus ingresos para comprar la libertad.

También los dos millones de exiliados tienen valor de cambio. Desde 1959, todo ciudadano que opta por el exilio es desvalijado hasta de sus recuerdos familiares. A cambio de la libertad, sólo se le permite conservar la memoria. Desde entonces, el Gobierno cobra la "carta de libertad" (tarjeta blanca), tasas abusivas por documentos y servicios consulares; grava las remesas y fija precios de monopolio en el comercio minorista: un sistema perfecto de ordeño al exiliado. Y lo más perverso, como propietario de todos los cubanos, el Estado te alquila por meses a tu padre, a tu hermano o a tu madre si quieres invitarlo a visitarte en Madrid o Miami. La exportación de cubanos es la industria más rentable del régimen. El exiliado deja de ser súbdito y se convierte en dólares.

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