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La tribuna

Cristina Cruces Roldán

¿Qué le pasa(rá) a la tele?

LOS últimos datos del Barómetro Audiovisual de Andalucía (BAA) ponen de manifiesto que, en pleno apogeo digital, la televisión sigue siendo el medio de comunicación preferido para informarse y entretenerse. Así lo manifiesta la mitad de la población andaluza que, en aparente paradoja, no oculta su censura a determinados contenidos televisivos.

La falta de objetividad y neutralidad, el desigual tratamiento de los partidos políticos, excesos de violencia y publicidad, la imagen deformada de los jóvenes (a quienes -afirma- se presenta falsamente como vagos, egoístas y violentos), el lenguaje inapropiado y soez, escasas intenciones educativas y demasiado volumen y letra pequeña en los anuncios, se convierten en centro del descontento ciudadano.

Llama la atención, además, que en la edición de 2010 del Barómetro emerja una reconvención inédita hacia las tradicionales joyas de la corona de la tele. Los informativos, estándares de autoridad, calidad y solvencia entre la opinión pública, son para siete de cada diez los programas con más contenidos violentos, y asuntos tales como el sensacionalismo con el que enfocan la confrontación política o el tiempo excesivo que dedican a los sucesos se desaprueban con porcentajes similares. Algo ha cambiado para que ningún telenoticiario que se precie abra con menos de un periodista micrófono en mano al albur de la tormenta, enfangado con sus botas de agua, o cierre sin un tono despeinadamente espontáneo en el diálogo de sus presentadores.

La implantación de la Televisión Digital Terrestre (TDT) suscita la aceptación de la mitad de la población, pero parece reducir sus ventajas a un aumento de canales ofertados y a una mayor calidad de imagen y sonido. Son minoritarios el conocimiento y uso de servicios de audio descripción o señales, y la percepción general es que una mayor oferta de canales no ha servido para conseguir una mejor programación, rompiendo las expectativas expresadas hace cuatro años de conseguir contenidos múltiples y de calidad.

En muchos casos, el tiempo ha demostrado que asistimos no más que a burdas tácticas de rescate y rotación de redifusiones y programas obsoletos, y, en alguno en concreto, una alguna apuesta informativa solvente ha desaparecido en favor de los cameos (literalmente) de las 24 horas de Gran Hermano.

Estos datos aparentemente contradictorios (si es tal el descontento, ¿cómo es que cada andaluz dedica dos horas y media diarias a ver la tele?) avalan una hipótesis incontestable: los recelos que la televisión suscita no disuaden de su atractivo de entretenimiento, motivación básica de la mitad de quienes se sientan frente al televisor. No nos dejemos engañar, sin embargo, por una visión excesivamente adocenada de las audiencias televisivas.

Las relaciones con el audiovisual siguen modificándose ante la multiplicación de ofertas, y los espectadores son cada vez más flexibles y receptivos a estos cambios.

La fragmentación de las cadenas (Canal Sur, Antena 3, TVE1 y Telecinco sumaban en 2007 el 70% de las preferencias, y en 2010 su peso específico ha descendido 13 puntos) va de la mano de otro tipo de fragmentación: la de los dispositivos digitales, que -como hemos podido comprobar en las compras de Navidad- proliferan como regalos de moda. Tablets, móviles, miniordenadores, mp5 o cámaras con conexión incorporada abren un mundo de soportes móviles y personales, fuertemente competitivos con el modelo familiar y fijo de la tele.

Andalucía supera ya en seis puntos la media nacional de acceso a internet y, en el transcurso de cuatro años, la televisión, principal perjudicada en estas dinámicas, desciende 18 puntos como primer medio de acceso a la actualidad, lo que le vale apenas una victoria pírrica sobre la radio o la prensa escrita, mientras que Internet se multiplica por tres y ¡casi por 30! como primer medio de información y entretenimiento en el mismo periodo.

Cierto es que estas tendencias están socialmente segmentadas, y que la edad -en mayor medida que la formación- se alza como variable determinante del trasiego estadístico: entre cuatro y cinco de cada diez jóvenes andaluces prefieren internet a la televisión, se ha duplicado su uso en pocos años dentro del grupo, y en los hogares con menores de 13 años la tele se ve 20 minutos menos cada día, rebajando su peso como medio de entretenimiento en 15 puntos, por comparación al resto de hogares.

Pero los jóvenes crecen, y los datos avisan de malos tiempos para una televisión inamovible o excesivamente dependiente de ciertos segmentos socio demográficos. Si es cierto que los tiempos de confusión siempre alumbran luces, todavía queda una oportunidad para apostar por esas audiencias del futuro que se adivinan, a no dudarlo, cada vez más conscientes, fragmentables e infieles.

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