LAS EMPINADAS CUESTAS

Amparo Rubiales

Mujeres árabes

LA semana pasada conmemoramos el centenario del primer 8 de marzo, proclamado por la ONU Día Internacional de la Mujer, trabajadora, porque todas lo son, otra cosa es que tengan empleo. A lo largo de estos años la efeméride no ha hecho más que crecer en importancia, como demostración de que la igualdad de género, pese a lo mucho conseguido, todavía no se ha alcanzado en ningún lugar del mundo. Lo logrado no ha sido fácil, lo hemos tenido que pelear duramente y el final no parece cercano, no hay más que ver lo que diariamente ocurre: terrorismo machista, brecha salarial, menor tasa de actividad, no conciliación de la vida, etcétera.

Pero en este año las mujeres del llamado primer mundo no podemos olvidarnos de lo que les está ocurriendo a las mujeres del norte de África, las de esos países que están participando, en pie de igualdad con los hombres, en esa inmensa y gozosa lucha por la libertad de sus pueblos que están haciendo, con más o menos éxito. Con la desgraciada excepción de Libia, en la que ese tirano que es Gadafi está provocando una sangría atroz, ante la mirada perpleja del resto del mundo, que no sabe cómo hacerle frente, donde ha triunfado la rebelión cívica la democracia ha ganado, pero las mujeres tienen miedo de, una vez más, ser relegadas y que sus derechos vuelvan a ser olvidados; para empezar, hay un mal síntoma: la presencia de éstas en los nuevos gobiernos está siendo prácticamente nula.

El denominado mundo árabe, de mayoría musulmana, es el que más ha limitado, y limita, los derechos de las mujeres: desde la ablación del clítoris hasta la imposición de con quién deben casarse, pasando por su mayor analfabetismo, dedicación a las tareas del hogar y la imposición de tantas costumbres, entre ellas esa del velo, que aunque a muchas no les importa, tiene connotaciones tan feas, como muchas de las nuestras, pero lo cierto es que sufren discriminaciones intolerables. No podemos cruzarnos de brazos, asistiendo, pasivamente, a la feliz liberación de estos pueblos, dejando que se vuelvan a olvidar de la mitad de la población que son las mujeres. Hay que denunciarlo y gritar que sin la liberación de estas, la suya tampoco será posible. ¿Por qué nos pasa siempre lo mismo a las mujeres? En alguna ocasión he pensado que es como si pesara sobre nosotras una maldición divina, pero como no creo en ello, me inclino más por lo que dice la egipcia Nawal el Saadawi: "el problema de la mujer es crónico y está enraizado en el patriarcado y la religión" y, efectivamente, las mujeres son inferiores en todas las religiones y éstas todavía pesan demasiado en nuestras vidas.

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