La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Humillados pero fieles

La afición a un equipo es más que un matrimonio: no conoce el divorcio por mucho que defraude, engañe o humille

La fidelidad de los aficionados a sus equipos me asombra. El fútbol debe ser algo totalmente distinto a otras aficiones. Más que un matrimonio, pues no conozco a ningún divorciado de su equipo por mucho que este le defraude y engañe. Casi una vocación. Unas pocas buenas rachas le valen por muchas malas. Si un director de cine rodara tantos petardos infumables como la mayoría de los equipos largan a sus aficiones, hace tiempo que habría dejado de ver sus películas. Si un escritor me aburriera e incluso cabreara novela tras novela dejaría de leerlo. Si un músico desafinara en tres de cada cuatro interpretaciones no se me ocurriría ir a sus conciertos. Pero el aficionado al fútbol no es así.

Supongo que la clave está en que la afición al cine, la literatura o la música es indisociable de personas concretas, mientras que la afición a un equipo es una especie de amor platónico que no toma en cuenta las realidades tangibles -entrenador, jugadores, juego, resultados- sino los colores, el escudo, el himno… El aficionado jamás abandonará a su equipo por catastróficos o mediocres que sean los resultados temporada tras temporada, por malos e insultantemente indiferentes y poco profesionales que sean el entrenador y los jugadores, mercenarios cuyo única patria es la pasta y a veces hasta ni se ganan el sueldo. Al contrario: cuanto peor vayan las cosas, más entusiasta será, con más atormentado ardor sentirá sus colores, más disfrutará sufriendo y protestando… Solo entre los suyos, desde luego, que no es cosa de que ni los rivales ni nadie digan lo que él dice. Y si el equipo baja a segunda, todos a segunda con él. Considerando un mérito, como si fueran heridas de guerra, los muchos kilómetros recorridos siguiendo al equipo por campos de segunda.

Todo se rompe en esta vida, menos el vínculo entre el aficionado y su equipo. Es un raro matrimonio sin divorcio, un raro amor a una inconstante patria que muda de temporada en temporada, perseverando solo la afición mientras los jugadores que pueden abandonan sus queridos colores para irse a mejores clubes y solo regresan si fracasan… Pero esto no cuenta para el aficionado que ama a su equipo con pasión desmedida "hasta la muerte" y aún más allá, hasta el tercer anillo. No lo entiendo. Y menos desde el sábado por la noche cuando, como con tanto acierto tituló el compañero Francisco José Ortega, mi Sevilla humilló a todos los suyos.

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