Duodécima de abono en la Real Maestranza de Sevilla

Manzanares se libra del naufragio

  • El diestro alicantino corta una oreja del único toro con fondo de una corrida descastada y muy floja de Juan Pedro Domecq

  • Enrique Ponce y Ginés Marín, de vacío

Manzanares, en un natural al segundo toro, al que cortó una oreja.

Manzanares, en un natural al segundo toro, al que cortó una oreja. / Juan Carlos Muñoz

Llenazo de nuevo y decepción nuevamente. No cabía un alfiler y en el tendido 5, donde continuaba entrando gente con el primer toro ya en el ruedo, se armó un lío gordo porque quienes llegaban fuera de hora, de pie en el pasillo y escalera, no dejaban ver lo que sucedía a aquellos que ocupaban sus localidades. El fuego cruzado entre quienes molestaban y el resto quedó en palabras, como entre el público sentado y los porteros, a los que increpaban para que cerrasen la puerta de acceso.

La corrida de Juan Pedro Domecq, noblota, pero descastada y muy floja se cargó la expectación. Una corrida sin toros da para poco y únicamente José María Manzanares pudo agarrarse al mástil que ofreció el segundo toro para salir a flote de un espectáculo que naufragó.

Con ese segundo, castaño, alto, de nombre Manzanilla -fue el único toro no aguado y que no aguó el espectáculo-. Manzanares lo recibió con buenos lances y Ginés Marín se lució en un quite a la verónica y una preciosa media. Paco María le agarró un buen puyazo. Manzanares, en las afueras, lo tanteó bien con la diestra. Con la izquierda alargó los muletazos y los engarzó en ligazón por lo que hizo saltar la música y la primera ovación fuerte de la tarde. Confió en las fuerzas del noble animal y le bajó la mano en otra serie con buenos naturales. A ello unió buenos pases de pecho. Faena interesante y desigual, con el contrapunto de un desarme. Lo mejor y decisivo, por lo que se libró definitivamente del naufragio y recibió un trofeo, fue el impecable volapié en el que enterró la espada en lo alto. Merecida oreja.

Otra historia distinta sucedió en el quinto, porque el animal, sin brío alguno, aguantó una tanda con la izquierda y poco más. El mejor estoqueador de estas últimas temporadas sorprendió en la suerte suprema y falló con la escopeta ante Escopetero con una manita de pinchazos.

Lo de Ponce fue insistencia e insistencia en sacar agua de dos pozos sin agua. En el primer toro, Dibujante, se esforzó machaconamente en dibujar muletazos ante un astado noble, muy aplomado y parado, llevando su empeño hasta escuchar algunas protestas para que cortase una labor sin emoción alguna.

Las imágenes de la duodécima de abono de la Maestranza Las imágenes de la duodécima de abono de la Maestranza

Las imágenes de la duodécima de abono de la Maestranza / Juan Carlos Muñoz

Con el cuarto, Ojeroso, la cosa fue casi un calco. A éste toro, pese a que lo cuidaron en varas, quedó parado. Ponce sacó algunos muletazos sueltos componiendo la figura. Pero aquello no tuvo nunca visos de faena porque no había toro.

Ginés Marín tuvo un primer toro que peleó con bravura en varas. Derribó al padre del diestro, el buen piquero Guillermo Marín, a punto de ser aplastado por la cabalgadura y que fue ovacionado fuertemente. Ponce se apuntó un buen quite por chicuelinas. El toro llegó justito de todo a la faena de muleta que brindó Ginés a Sergio Ramos, quien fue ovacionado. El animal se quedaba corto y el torero cinceló sendas tandas cortas por ambos pitones. Lamentablemente, Proeza se había desgastado en su hazaña en varas.

Sexto y sexto bis fueron devueltos por su invalidez ante las protestas del respetable. En plena noche saltó como sexto tris un toro largo, como el metraje de la función, que fue protestado. El animal, flojísimo, se defendía en algunas acometidas y en otras perdía las manos. Marín, en su única tarde y ante su suerte en esta feria, debió jurar en arameo.

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