Cáncer de mama metastásico: la otra cara del lazo rosa
Día Mundial del Cáncer de Mama Metastásico
Con tratamientos de por vida y esperanza en la ciencia, decenas de mujeres andaluzas con cáncer de mama metastásico luchan por cronificar la enfermedad y por no ser invisibles
Viven con un cáncer incurable, pero no se dejan definir por él. Quieren seguir siendo madres, trabajadoras, amigas, mujeres con sueños y con vida. En Andalucía, decenas de mujeres conviven cada día con el cáncer de mama metastásico, una enfermedad que no tiene cura, pero sí esperanza.
Gracias a la investigación, la misma que hoy reclaman reforzar, la supervivencia mejora y la calidad de vida se alarga. Bajo el lema Juntas cambiamos la meta, la Asociación Española de Cáncer de Mama Metastásico impulsa proyectos de investigación y apoyo a las pacientes, convencida de que la unión y la ciencia son la única manera de seguir adelante.
Son Gara, María José, Fabiola, Virginia o Silvia, pero podrían ser muchas otras. Cada una de ellas vive la enfermedad de una manera distinta, pero todas comparten la misma certeza: el cáncer de mama metastásico les ha cambiado la vida, aunque no las ha definido. Son mujeres andaluzas que han aprendido a convivir con tratamientos continuos, revisiones médicas y la incertidumbre del futuro, sin renunciar a su día a día, a sus familias ni a sus sueños.
Entre citas hospitalarias y momentos de cansancio, siguen encontrando motivos para reír, celebrar y mirar hacia adelante. Su objetivo no es inspirar lástima, sino mostrar una realidad que necesita ser vista y escuchada para que la investigación avance y la esperanza se mantenga viva. Hablan con la serenidad de quien ha pasado por el miedo y ha decidido seguir caminando. Comparten su experiencia para que otras mujeres se sientan acompañadas y para que la sociedad entienda que el cáncer de mama metastásico no es el final, sino otra forma de vivir. Sus historias son un testimonio de fuerza, de comunidad y de vida.
"Queremos vivir más tiempo, cambiar esa meta de los cinco años"
Gara Vázquez Campos, 45 años, Coría del Río (Sevilla)
Cuando a Gara Vázquez Campos le diagnosticaron cáncer de mama en 2017 tenía 37 años. Acababa de irse a vivir con su pareja y soñaba con formar una familia. "Estaba en el mejor momento de mi vida", recuerda. Pero una mamografía rutinaria cambió el rumbo de sus planes. "Me llamaron para hacerme una segunda prueba y ahí me lo confirmaron. Era un estadio III, no metastásico todavía", añade.
Pasó por cirugía, quimioterapia y dos años de tratamientos preventivos. "Fue durísimo, pero al final parecía que estaba limpia", cuenta. Sin embargo, apenas un año después, en 2020, llegó el golpe más duro: el cáncer había regresado, esta vez con metástasis en el hígado, los pulmones y los huesos. "Ahí se me vino el mundo encima. Lo primero que pensé fue: me voy a morir. Le pregunté al médico cuánto tiempo me quedaba", afirma con emoción.
Desde entonces, Gara vive con quimioterapia cada 21 días. "Llevo así desde 2020, sin interrupciones. Cuando tengo las defensas bajas o las plaquetas mal, se retrasa, pero no se detiene. Es un tratamiento de por vida", explica. Los efectos secundarios son devastadores: cansancio extremo, diarreas, infecciones, problemas pulmonares. "Lo más difícil es convivir con los efectos de la quimioterapia. Cada mes es como pasar una gripe fuerte que no termina nunca", manifiesta.
La enfermedad cambió su vida por completo. Perdió su trabajo y su matrimonio. "Mi pareja se fue. Esta enfermedad te cambia todo, te quita muchas cosas. A mí me privó incluso de ser madre", lamenta. Aún así, ha encontrado fuerza donde menos lo esperaba. "Me sorprende mi propia fortaleza. A pesar de estar mal, siempre intento salir adelante. Tengo el apoyo de mis amigas, que han sido un gran pilar. Pero en cuanto a pareja, eso lo doy por cerrado. No creo que esta enfermedad sea compatible con tener una relación. He asumido que así estoy bien", sostiene
Hoy, Gara está estable. Las metástasis no han avanzado. Su esperanza, dice, se sostiene en los avances médicos. "Sabemos que no hay cura, pero sí hay nuevos tratamientos que nos dan más tiempo. Queremos cambiar la meta de los cinco años de supervivencia. Por eso insistimos tanto en la investigación: es la única forma de alargar la vida", detalla.
También denuncia la falta de inversión pública en este ámbito. "Las asociaciones somos las que impulsamos la investigación real. Este año, desde la Asociación Española de Cáncer de Mama Metastásico, hemos financiado 280.000 euros en proyectos. Pero a nivel institucional no hay un compromiso serio", explica.
En los grupos de apoyo que mantiene con otras mujeres, Gara encuentra comprensión y consuelo. "Nos escribimos todos los días, compartimos lo que nos pasa, los efectos de los medicamentos, los cambios de tratamiento… Es una red que nos sostiene", cuenta con orgullo.
Cuando le preguntan qué significa para ella el lema Juntas cambiamos la meta, no duda. "Queremos vivir más. No queremos pensar en morir, queremos más tiempo. Eso es cambiar la meta". Y deja un mensaje para quienes acaban de recibir el diagnóstico. "Lo primero es tranquilidad. No te vas a morir mañana. Hay tratamientos que funcionan, hay esperanza. Nosotras seguimos luchando, no nos conformamos. Queremos vivir más tiempo, y no vamos a parar hasta conseguirlo", concluye.
"Hasta para tener un cáncer hay que tener suerte"
María José Prieto Ross, 62 años, Málaga
Cuando a María José Prieto Ross le diagnosticaron cáncer de mama metastásico en 2017, no era una paciente más. Esta malagueña llevaba toda su vida trabajando como médica en urgencias hospitalarias y sabía perfectamente lo que significaban esas palabras: metástasis óseas. "Me lo diagnosticaron directamente con metástasis. Y, curiosamente, me hice todas las pruebas en mi propio hospital", recuerda.
El tumor primario estaba en la mama, y su oncólogo la incluyó de inmediato en un ensayo clínico. "Empecé el tratamiento en abril de 2017 y me fue muy bien. He estado prácticamente asintomática, con muy buena calidad de vida. Siempre digo que hasta para tener un cáncer hay que tener suerte", sostiene. Durante más de siete años, las lesiones se mantuvieron estables, hasta que recientemente comenzó a notar nuevas molestias. "Pensé que era cansancio, pero el dolor aumentó y resultó ser una progresión. Ahora estoy a la espera de un TAC y de un cambio de tratamiento", explica con serenidad.
Su profesión la obligó a dejar el trabajo antes de lo previsto. "En urgencias el esfuerzo físico es enorme y tuve que aceptar la incapacidad. Eso me costó mucho, porque era médica por vocación", lamenta. Pero, lejos de rendirse, buscó otra forma de seguir ayudando. Hoy forma parte activa de la Asociación Española de Cáncer de Mama Metastásico, donde coordina el grupo del Premio Chiara, destinado a financiar la investigación. "Ver que hay científicos y oncólogos implicados te motiva muchísimo. Saber que investigan por ti, para mejorar tratamientos o cronificar la enfermedad, te da esperanza", reconoce.
María José descubrió la asociación por casualidad, a través de Facebook, y desde entonces ha encontrado en ese grupo una red de apoyo y propósito. "Juntas conseguimos que nos escuchen. Gracias a la unión de muchas mujeres se han logrado avances, como la financiación de fármacos que antes estaban fuera de los protocolos. Si eso ha ayudado aunque sea a una mujer más, ya ha valido la pena", explica.
Desde su doble mirada, la médica y la personal, tiene muy claro qué recomendar a quien acaba de recibir un diagnóstico. "Que busque ayuda, que no se enfrente sola. Y que confíe en su equipo médico; si no hay conexión, que cambie. La confianza en el tratamiento es clave", subraya.
Hoy, a sus 62 años, sigue pintando, participando en el podcast Con cáncer con meta y acompañando a otras mujeres. “Por mi familia, por mí misma y por las que vendrán, merece la pena seguir peleando", afirma rotunda.
"Yo a lo que me dedico es a vivir"
Fabiola Serrano Jiménez, 58 años, Dos Hermanas (Sevilla)
Policía local durante casi 26 años, Fabiola Serrano siempre ha sido una mujer activa, apasionada y con un profundo compromiso social. En marzo de 2014 le diagnosticaron un cáncer de mama. Se sometió a quimioterapia, cirugía y radioterapia. Todo fue bien, y después de 17 meses de baja volvió a su puesto. "Yo pensaba que todo había terminado. Me reincorporé al trabajo y seguí con mi vida", recuerda.
Durante años, las revisiones semestrales fueron tranquilas. Pero en diciembre de 2020, una analítica alterada lo cambió todo. "Los marcadores tumorales estaban disparados. En enero me confirmaron que el cáncer había vuelto, esta vez con metástasis en el hígado", relata. Comenzó un nuevo tratamiento, pero no funcionó. A los seis meses entró en un ensayo clínico en el Hospital Virgen del Rocío, diseñado para una mutación específica que presentaba su tumor. "Estuve sólo 20 días, porque me dio toxicidad. Ese es uno de los grandes problemas de estos tratamientos. Pueden funcionarte para el cáncer, pero no para tu cuerpo", explica.
Después vinieron más líneas de tratamiento. Con la capecitabina, una quimioterapia oral, logró mantener la enfermedad controlada durante más de dos años y medio. Pero los efectos secundarios fueron duros. "Tenía las plantas de los pies y las manos en carne viva. He pasado meses en silla de ruedas, sin poder caminar. Aun así, el tratamiento funcionaba y yo seguía viviendo", sostiene. En agosto de este año, nuevas pruebas revelaron progresión en el hígado. Hoy Fabiola afronta un nuevo tratamiento con esperanza: Trodelvy, el caballo de Troya, como se le conoce. "Está funcionando muy bien y me aferro a eso. Cada vez que empiezo un tratamiento me digo a mí misma: este es el mío. Es mi prórroga de vida", afirma.
Fabiola afronta la enfermedad con realismo, pero también con una profunda fe en la vida. Se define como una paciente activa e informada. "No me gusta engañarme ni engañar a nadie. Soy optimista y creyente, pero también soy realista. El miedo está ahí desde el principio, es un compañero de viaje, y hay que aprender a convivir con él", cuenta.
Lo que más le cuesta no es el dolor físico, sino la pérdida de su antigua identidad. "Echo de menos a la persona que era. Era muy dinámica, siempre metida en mil cosas, con mucha pasión. Ahora tengo otra vida, diferente, y doy gracias por tenerla. Si de 21 días de tratamiento tengo seis buenos, pues esos seis los vivo a tope", sostiene.
Su fuerza está en su familia. Madre de mellizos adolescentes de 15 años, vive con su madre, su gran apoyo. "Mis hijos son mi motor, y mi madre mi sostén. Ellos me dan la fuerza para seguir", reconoce. También encuentra sentido en su entorno social ya que mantiene el contacto con sus compañeros de la Policía Local y con sus amigas de Jerez, con quienes se reúne cada dos meses.
Fabiola es además la impulsora del proyecto Escudo Solidario, nacido en la Policía Local de Dos Hermanas para recaudar fondos en favor de niños con cáncer, iniciativa por la que recibió en 2022 la Medalla de Oro de la Diputación de Sevilla. "Ese proyecto me llenó el alma. Me enseñó que incluso desde la enfermedad se puede seguir ayudando", recuerda emocionada.
Consciente de la desinformación social, reivindica mayor visibilidad. "La gente no sabe lo que es el cáncer de mama metastásico. Piensan que con un tratamiento te curas y ya está. No saben que esto es para siempre, que es incurable. Y que los tratamientos son finitos. Hay un porcentaje que no se cura, y de ese no se habla", explica.
Su mensaje es claro, tanto para la sociedad como para quien acaba de recibir el diagnóstico. "Hay que vivir. Cada día. No reprimir las emociones, dejarlas salir y luego seguir adelante. Este camino solo se recorre hacia adelante. Yo tengo una enfermedad, pero no me dedico a estar enferma: me dedico a vivir", sentencia.
“El cáncer de mama metastásico llegó cuando pensaba que estaba curada”
Virginia España, 57 años, Málaga
Virginia España es una malagueña que vive desde 2013 con un diagnóstico de cáncer de mama que creyó superado. Sin embargo, diez años después, el cáncer volvió en forma de metástasis, afectando principalmente sus huesos y el hígado. Su historia es un reflejo de la lucha diaria y la incertidumbre que enfrentan miles de mujeres con esta enfermedad.
“Me operaron en julio de 2013 y durante años mis revisiones salieron bien. Pero en 2023 empecé a sentir dolores muy fuertes en la espalda y los huesos. Al principio pensé que era estrés, fui al fisioterapeuta, pero el dolor fue en aumento hasta que un día no pude ni levantarme de la cama ni caminar”, relata Virginia.
Tras varias visitas al médico y una resonancia, le diagnosticaron metástasis óseas y múltiples lesiones en el hígado. “Pensaban que podía ser leucemia o mieloma múltiple, pero gracias a unos amigos médicos, y la oncóloga que me había tratado en el primario, hicieron pruebas específicas y confirmaron que era cáncer de mama metastásico. Había lesiones por todo el esqueleto, sobre todo en cadera, pelvis y sacro, y 15 en el hígado”, explica.
Virginia comenzó un tratamiento oral que lleva dos años tomando sin descanso y que, aunque le provocó una pérdida significativa de peso y un intenso cansancio, logró que muchas lesiones desaparecieran o se estabilizaran. “Ahora tengo que usar andador y a veces silla de ruedas porque no puedo estar mucho tiempo de pie, pero el tratamiento funciona: de 15 lesiones en el hígado solo quedan dos pequeñas y las óseas están estables”, cuenta.
Para ella, lo más duro no fue dejar de trabajar, sino aceptar las limitaciones físicas diarias. “Hacer cosas cotidianas como tender la ropa o cocinar me cansa mucho. Tengo que parar, descansar, y el día para mí termina a las dos de la tarde", afirma.
Virginia destaca también el apoyo fundamental de su familia y de la asociación a la que pertenece. “Mi marido y mi hermana son mi tándem. Pero el motor principal es mi hija, que tiene 25 años. Y la asociación es un descubrimiento. Hablamos todo el día con mujeres que viven lo mismo, nos apoyamos, nos entendemos sin necesidad de explicaciones.”
Sobre la percepción social del cáncer de mama metastásico, Virginia es clara. "La sociedad no entiende la enfermedad. Ni siquiera muchas pacientes saben qué es la metástasis. A mí me lo tuvieron que explicar, porque cuando me dijeron que tenía cáncer metastásico no tenía ni idea. Y eso debe cambiar. Los médicos no siempre tienen tiempo para explicar en qué puede derivar un cáncer, y la comunicación es fundamental", sotiene.
Para Virginia, "la meta es cronificar la enfermedad, convertirla en algo compatible con la vida, como la diabetes. Que podamos tener tratamientos de por vida y vivir con calidad, no solo cinco años". "Perder compañeras en el camino es durísimo. Cada año mueren miles de mujeres por esta enfermedad y sólo nosotras sabemos lo que significa vivir con ella día a día", concluye.
"La enfermedad me cambió la vida, pero no me venció"
Silvia Bengoechea, 53 años, Huelva
Silvia Bengoechea, hoy con 53 años, relata cómo su historia con el cáncer de mama comenzó hace más de una década, justo cuando estaba a punto de casarse. “En 2008, vivía en Logroño, me enamoré como todas nos hemos enamorado a lo loco. Me preparaba para la boda y 20 días antes me diagnosticaron el primer tumor en la mama izquierda". Aquel diagnóstico detonó un proceso largo y complejo que cambiaría su vida para siempre.
“En aquel momento La Rioja era puntera en radioterapia y el tratamiento empezó muy rápido. Me operaron, pero al hacer la segunda operación detectaron metástasis en algunos ganglios, y tuve que pasar por una tercera operación para vaciar el brazo del sistema linfático.” La noticia de que debía cancelar su boda fue un golpe duro. “Me dijeron que podía casarme, pero no hacer viaje ni nada, porque tenía un drenaje y el brazo vendado. Decidimos no casarnos y seguir adelante.”
La batalla no sólo fue contra la enfermedad, sino también contra las circunstancias personales. “En 2010, mi pareja me invitó a marcharme. Yo tenía mi casa en Huelva y decidí volver a mi tierra.” La crisis económica en España dificultó aún más su situación: “Con 40 años y en plena crisis, tuve que estudiar un ciclo superior y buscar trabajo en lo que fuera. No conseguía ayudas porque no tenía ningún miembro amputado, eso era un problema entonces.”
Silvia recuerda cómo, pese a las dificultades, siguió con su tratamiento y revisiones en Madrid durante años, hasta que en 2019 recibió la noticia de que podía dar por finalizados los 10 años de seguimiento oncológico. Sin embargo, la estabilidad duró poco. "Al poco tiempo me dijeron que tenía progresión: cáncer de mama metastásico en estadio IV. Es incurable, pero no estamos terminados, gracias a Dios", sostiene.
El cáncer se extendió a sus huesos, provocándole un dolor crónico que la acompaña día y noche. “Los huesos se rompen o deforman, y es el cáncer más doloroso que hay. Pero gracias a Dios no tengo afectación en órganos vitales". A pesar de todo, Silvia destaca el apoyo fundamental que ha recibido. “Conocí la asociación gracias a una amiga. Ellas nos dan mucho: asesoramiento, charlas, talleres, apoyo psicológico. Sin ellas, yo no sería nada".
En su relato también aflora la importancia de la familia y la red de apoyo. “Tengo un padre mayor que está ahí, tres hermanos y amigas que no me dejan sola. Eso es un privilegio.” Silvia es consciente del impacto emocional y físico que conlleva la enfermedad: “Es difícil asimilarlo, porque no es solo un tumor, es una vida entera que cambia.”
Hoy, aunque reconoce que la enfermedad la acompaña día a día, Silvia sigue adelante, comprometida con la asociación y con un mensaje claro. "El cáncer no es sólo rosa, no es sólo una lucha individual, somos un equipo. Y hay que seguir luchando, con toda la fuerza que se pueda", sentencia.
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