Exposiciones en Sevilla

Nuevos caminos para la pintura

  • La galería Birimbao muestra hasta finales de mes los últimos trabajos de la jerezana Ana Barriga, siempre audaz y ajena a toda retórica pretenciosa

  • En Rafael Ortiz, la alemana Dorothea von Elbe reflexiona, a partir de la naturaleza, en torno a la nociones de memoria, tiempo y figura

'Cucú', una de las obras que muestra Ana Barriga en Birimbao, realizada con óleo, esmalte, rotulador y 'spray'.

'Cucú', una de las obras que muestra Ana Barriga en Birimbao, realizada con óleo, esmalte, rotulador y 'spray'.

A veces se deslizan en el arte grandes palabras. Las incluyen los autores y, más a menudo, los críticos. Tales palabras perjudican, suelen ser coartada y barrera: barreras interpuestas entre la mirada inteligente y la obra, coartadas que suprimen el esfuerzo de abordar el cuadro. Ana Barriga (Jerez de la Frontera, 1984) renuncia a las grandes palabras y aun a la figura solemne. Evita cualquier retórica pretenciosa.

Ana Barriga pinta bodegones pero sustituye las nobles orzas y elegantes jarras por objetos sacados del más ramplón de los bazares. Vean si no la sirena caída en Charlestón, lambada, perreo. Pero esa humilde sirena es un prodigio de color: reúne azules, añiles, púrpuras y dosis de azur, reposa en un plano horizontal rojo, ante otro vertical gris-violeta. El color hace el cuadro. El color es difícil: es estímulo y a la vez enigma, encandila pero escapa a toda racionalización. Esa es la desconcertante poética del color. Van Gogh quería, dijo, dibujar (esto es, construir) con el color. Quizá sea también ese el afán de Ana Barriga.

Sus cuadros crecen entre la brillantez del color y la figura vulgar. Añade además técnicas inusuales en pintura. Cubre la pequeña sirena con trazos de rotulador y las imágenes del fondo emulan el spray del grafiti. En Cucú ocurre algo parecido. Estas técnicas y las triviales figuras tienen la virtud de negar o al menos, restar solemnidad a la pintura. El arte quiere desbordar los límites del orden social vigente. Esa es su ambición. Es ambición, no engaño: el arte abre horizontes pero sin ocultar o disimular el suelo (incierto e injusto) que pisamos. Por eso el arte no es magia, sino utopía. Puede que aquí esté la clave del audaz mestizaje de esta autora.

'Charlestón, lambada, perreo', el peculiar bodegón con sirena caída de la artista jerezana. 'Charlestón, lambada, perreo', el peculiar bodegón con sirena caída  de la artista jerezana.

'Charlestón, lambada, perreo', el peculiar bodegón con sirena caída de la artista jerezana.

En el encuentro entre el gozo (y el desconcierto) del color y las imágenes de nuestra prosaica cultura radica la fuerza de su obra. Por eso puede sin engolamiento alguno reescribir en Cucú los rasgos de la vanitas o mostrar en Mi pequeña flor la difícil tarea de ser mujer en una sociedad como la nuestra. La sencillez y aun vulgaridad de las figuras elegidas promueve el pensamiento al que antes despertó el gozo del color. Añade aún el ingenio de los títulos (no explican el cuadro sino que implican al espectador) y alguna sutil ironía (vean el marco construido para De animales a dioses). Son nuevos caminos para la pintura.

En la 'tierra de nadie' de Dorothea von Elbe

Según la leyenda, una joven corintia inventó la pintura: con tiza trazó en el muro la sombra de su amante que partía a un incierto viaje. Otra tradición pone el origen de la pintura en Narciso, sorprendido por su bello rostro reflejado en una fuente. El tiempo anima los dos mitos: en el primero, como memoria; en el otro como suceso que abre un tiempo nuevo.

Xilofrafía de Dorothea von Elbe. Xilofrafía de Dorothea von Elbe.

Xilofrafía de Dorothea von Elbe.

Ambos mitos sintonizan con el trabajo de la alemana Dorothea von Elbe (Dettmansdorf, 1941). Sus obras tienen la fuerza de lo inesperado: tallos que hace vibrar el viento, una flor de cardo deshecha por un sol intenso y repentino, hojas de roble tal vez abandonadas en la tierra, una planta solitaria capaz de definir por sí un espacio. Leone-Battista Alberti vio al pintor como un Narciso capaz de recoger la bella naturaleza reflejada de pronto en la superficie de una fuente. Es una de las claves de la pintura de von Elbe: sorprender aquello que muchos no llegamos a ver.

Pero estos breves lances de la naturaleza se llevan además al papel o al lienzo, esto es, a la memoria, sin violentarlos. La pintura, ya se sabe, no fabrica reproducciones ni réplicas de la naturaleza, sino que construye la relación que se entable entre pintor y paisaje. Pero a veces el pintor parece imponerse y antepone su idea a lo que se ofrece a la mirada. Von Elbe hace justo lo contrario. Los trazos suaves de la aguada y los más definidos de la pintura o la xilografía respetan al objeto y al ahora irrepetible del encuentro. Sus piezas son huellas: llevan a la memoria la figura y el instante.

Obra de la artista alemana realizada con latón pintado. Obra de la artista alemana realizada con latón pintado.

Obra de la artista alemana realizada con latón pintado.

El intento no es fácil porque el proyecto tiene exigencias muy diversas. Pide a veces el trazo firme (como el de la pintura oriental) pero con la delicadeza de la aguada para subrayar la fragilidad no sé si de las hojas o del instante. Otras veces la firme soledad de una planta sin nombre requiere la fuerza del óleo y la consistencia del lienzo. Caminos intermedios demandan técnicas mixtas, como las figuras dedicadas a las Imágenes de plantas vivas, el célebre herbario de Hans Weiditz en pleno Renacimiento.

La xilografía, por fin, permite la finura del trazo y es, como grabado, metáfora de la memoria. En las esculturas sucede a la inversa: hilo y plancha de latón patinado, siendo fieles a la experiencia, se hacen además, por ser materia, metáforas de la propia naturaleza. Trabajar en esta tierra de nadie no es fácil pero ahí hace crecer von Elbe sus obras.

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