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Bendito WhatsApp

Síndrome expresivo 85

WhatsApp

No sé tú, querido lector, pero, en general, tengo la sensación de que vivimos en una etapa de simplificación de las ideas, donde una mentira repetida mil veces se convierte en la verdad suprema. Para los más jóvenes, la luz de la existencia es revelada por los voceros de las grandes multinacionales tecnológicas (GAFAM para los amigos) mientras que, en justa y desigual batalla, las generaciones anteriores claman contra los dislates de una modernidad líquida. Vamos, lo de toda la vida: la fe ilimitada en la novedad contra la solidez de las tradiciones. ¿Para qué perder el tiempo en buscar puntos de encuentro?

Ante tal panorama de diálogo y acuerdo imposibles, los filólogos (y profesores en general) nos enfrentamos casi a diario con el martilleo de una sentencia absolutoria por parte de las familias respecto a las carencias expresivas de sus vástagos desvalidos: “Sí, somos conscientes de las muchísimas faltas de ortografía, el vocabulario infantil y la incapacidad para redactar dos o tres frases con una estructura sintáctica elemental. Sufrimos todas estas carencias en silencio. En casa lo hemos hablado muchas veces… ¡El maldito WhatsApp!”.

Debo reconocer que, en muchas ocasiones, envidio la capacidad analítica de muchos vecinos para reducir al mínimo los efectos de algunos problemas de cierta complejidad intelectual. Según estas mentes preclaras, en la década de los setenta u ochenta, todos los jóvenes leían con devoción a los clásicos de las letras hispánicas, redactaban con esmero unos textos pulidos y torneados con la técnica del artesano y disfrutaban con el estudio y la aplicación de las reglas gramaticales sancionadas por las instituciones académicas. Vivíamos en un paraíso comunicativo hasta que llegó la peste de la mensajería instantánea… ¡y el maldito WhatsApp!

No pretendo ser osado en mis conclusiones, pero tengo la impresión de que el idioma salta por los aires, porque los alumnos cada vez escriben menos en contextos formales. La lengua se corrompe, porque la estructura de pensamiento es débil y está poco entrenada. Los alumnos se expresan mal, porque los índices de lectura en España (entre los adultos) son irrisorios y sonrojantes. Los jóvenes ningunean la cultura, porque desde pequeños están habituados a la pelea por el mando a distancia y a la solución de los males del país con fórmulas y sentencias propias de un parvulario multicolor. Pero, claro, es más fácil acusar al maldito WhatsApp. Vamos, lo de toda la vida: busca un enemigo que te quiera y te tenga llenita la nevera.

Si echamos la vista atrás y analizamos las profecías de Nostradamus, no tardaremos en descubrir que ya fueron anunciados cataclismos expresivos a lo largo de la historia de la humanidad: la corrupción y la pérdida de vitalidad de las lenguas clásicas, la vulgaridad y diversidad de las lenguas romances, el libertinaje ideológico causado por la invención de la imprenta, la osadía de los proyectos enciclopédicos, la revolución tecnológica de los telegramas, el acta de defunción del libro impreso con el fin de la galaxia Gutenberg, el nacimiento de internet y la globalización del conocimiento, los SMS y el adictivo, alienante y maldito WhatsApp.

Llamadme raro y excéntrico, pero no creo que debamos confundir el tocino con la velocidad. Estoy convencido de que la escuela no aprovecha la habilidad de nuestros adolescentes en el manejo de las aplicaciones de mensajería instantánea. ¿Recordáis cuando tomábamos apuntes en el instituto o la universidad? Todos desatendíamos conscientemente las reglas gramaticales y las normas ortográficas en beneficio de la rapidez y la efectividad de nuestras anotaciones. Ninguno de nosotros se avergonzaba por eliminar determinantes y conectores superfluos, ni por escribir abreviaturas y términos sin vocales.

¿Se puede superar?

Los usuarios de la lengua debemos desarrollar actitudes positivas ante las modernas formas de expresión escrita y, de paso, aprovechar las habilidades de las nuevas generaciones. El sistema lingüístico no es un concepto etéreo, sino que depende, entre otros factores, de la situación comunicativa. Por la mañana, al levantar la persiana de mi dormitorio, no asusto a mis hijas con una apreciación inmortal y refinada: “El cielo está plúmbeo”. No redacto igual un correo electrónico dirigido a mi amigo Juanlu, que un breve análisis literario sobre la obra narrativa de Antonio Muñoz Molina.

Por lo tanto, un alumno educado en el siglo XXI elimina las categorías gramaticales sin lexema, subraya las ideas fundamentales con interjecciones y onomatopeyas, busca la eficacia con la eliminación de las tildes y los signos de apertura de las exclamaciones e interrogaciones, simplifica los dígrafos, elimina las vocales y nos deleita con el empleo de siglas, acrónimos y abreviaturas.

Consejo final

La mayoría de los profesores claman en el desierto ante la apatía de los alumnos en las clases: “Están petrificados en los pupitres. ¡Nadie escribe en el cuaderno!”. Como norma general, no toman apuntes durante las explicaciones, a menos que los conceptos queden fijados en diapositivas digitales molonas y excitantes; ni copian las ideas organizadas en la pizarra tradicional, a menos que sean amenazados con la lectura obligatoria de una obra clásica de la literatura española. ¿Y si aprovechamos la maestría de nuestros jóvenes en el formato digital? ¿Los ayudaría a estar más activos en el aula? ¿Sería una motivación para la toma de apuntes? Bendito WhatsApp. Vale.

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