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Manual de la buena esposa | Crítica

Empoderamiento retroactivo

Noemie Lvovsky, Juliette Binoche y Yolande Moreau, protagonistas de esta comedia.

Noemie Lvovsky, Juliette Binoche y Yolande Moreau, protagonistas de esta comedia.

Como en aquella Milou en mayo de Louis Malle que pillaba a la pequeña burguesía de picnic en el campo mientras ardían las calles de París, los ecos lejanos de las revueltas del mayo del 68 se cuelan levemente por las ventanas de la escuela de buenas esposas y mejores modales que regenta y dirige con mano firme Madame Van der Breck (Binoche) acompañada de su marido, su cuñada (Moreau) y una monja (Lvovsky) que reciben e instruyen cada curso a las muchachas de bien enviadas allí por sus padres.

La cinta de Martin Provost (Séraphine, Violette, Dos mujeres) se queda siempre del lado de sus tres protagonistas adultas y abandona el foco juvenil (muy desdibujado y con algunos apuntes de liberación sexual que se quedan en lo anecdótico) tal vez para insistir en el tibio mensaje feminista, empoderado y transformador de su propuesta de cara a su público potencial, que no es precisamente el joven sino más bien el de la generación de estas tres estupendas actrices que se entregan aquí con esfuerzo al tono general de caricatura sin demasiado miedo al ridículo.

El principal problema de Manual de la buena esposa vuelve a venir de la incongruencia entre su mensaje emancipador de fondo, su tibieza y candidez a la hora de desplegarlo y el profundo conservadurismo de sus formas y su envoltorio, que apenas se libera del yugo del academicismo y de un cansino ritmo de vodevil acartonado en esa secuencia musical de cierre camino de París.