Bicis contra motos (1-2)
sevilla - celta · la crónica
El Sevilla naufraga por completo en el primer periodo contra el Celta y sigue sin estrenar su casillero de victorias. El esfuerzo tras el descanso sólo sirve para mejorar la imagen.
El Sevilla no acaba de arrancar en el torneo liguero y eso provoca una justificada inquietud entre los suyos. Un equipo con las aspiraciones de esta plantilla sevillista no puede dejar pasar tantos trenes por una o por otra causa y ayer le volvió a suceder contra un Celta que le dio un soberano repaso en el transcurso del primer periodo. Esta vez no fue desidia, ni meter la pierna de mentira ni nada de eso, fue por la sencilla razón de que los hombres que vestían de blanco parecían montados en bicicletas mientras que sus adversarios, los celtiñas, transmitían la sensación de conducir motos de carreras, incluso de la categoría MotoGP.
Ese trote cansino de los locales, que tiene una infinidad de causas, fue un lastre imposible de levantar ni siquiera cuando se produjo una metamorfosis importante en la tropa de Unai Emery. Cuando el técnico vasco tomó la sublime decisión de sacar del campo a Banega e introducir en él a Fernando Llorente, los suyos perdieron en fútbol, al menos en la teoría pues en la práctica no habían tenido tampoco nada de fútbol, pero en cambio ganaron en intensidad, en deseo de darle la vuelta al marcador. El Sevilla le transmitió entonces al Celta que estaba dispuesto a pelear de igual a igual por el botín que se estaba poniendo en juego en la extremadamente calurosa mañana que se sufrió en el Ramón Sánchez-Pizjuán, pero ya era demasiado tarde. Los goles de ventaja que habían acumulado los gallegos en el primer acto pesaron tanto como el esfuerzo al que se vio obligado el Sevilla para desfondarse en lo físico al final, con varios de sus futbolistas al borde de la lesión muscular.
A la hora de efectuar el análisis más detenido de este esperpento protagonizado por el Sevilla del primer periodo conviene centrar los objetivos para tratar de efectuar un diagnóstico lo más acertado posible a la patología. La primera causa está clara y tiene que ver con el excelente nivel táctico-físico-técnico mostrado por un Celta que ocupó todas las zonas del campo con acierto y de manera valiente. Pero esto estaba dentro de lo previsible en un equipo con buen gusto a la hora de manejar el balón y que se muestra osado cuando lo recupera, siempre con prontitud, a base de ahogar al adversario. Por tanto, es mucho mejor centrar las miras en lo que tiene que ver con el Sevilla, con ese equipo al que Emery le dio confianza tras el rotundo triunfo del martes contra el Borussia Mönchengladbach.
El técnico vasco apostó fuerte a a la hora de realizar la alineación inicial. Sólo un cambio y obligada en la misma, la salida del lesionado Tremoulinas y la entrada de Mariano para que Coke hiciera de lateral izquierdo. Paradojas del fútbol, esa combinación de elementos que tan buen resultado ofreció ante los alemanes en esta ocasión se mostraba con un equipo tremendamente desequilibrado, incapaz de jugar a la velocidad mínima exigible en la máxima categoría del balompié español. La presencia al mismo tiempo de N'Zonzi, Banega y Reyes hacía que el Sevilla se convirtiera en una máquina de perseguir sombras, de ir detrás de los jugadores del Celta con una impotencia brutal. Jamás eran capaces de recuperar el balón, pero no sólo eso, tampoco se mostraban acertados a la hora de conservarlo y se lo daban una y otra vez a los vigueses para que éstos lo manejaran a su antojo.
El Sevilla era una verdadera marioneta que el Celta se encargaba de mover como mejor le iba conviniendo y eso ya se pudo observar con la primera entrada de Orellana por la banda de Coke, concretamente en el minuto dos del partido. A partir de ahí, los vigueses lo hicieron una y otra vez, entre otras cosas porque era complicado hallar la ubicación de Banega. El argentino estaba desaparecido, parecía que había sido engullido por el césped y que no estaba por allí. A N'Zonzi, por ejemplo, aunque estuviera igual de mal en su juego, sí se lo veía, aunque fuera para provocar la censura de los suyos, como a Reyes y como al resto de los nervionenses. Pero ¿y Banega, dónde estaba Banega?
El argentino lanzó un par de faltas desde el centro del campo de manera desastrosa y desde ese instante se ausentó, incapaz de pedir el balón para él, como ha hecho tantas y tantas veces durante su periplo sevillista. El resultado fue que los suyos se fueron al caos, que nadie se acercaba ni al 20 por ciento de su rendimiento. Lógicamente, el Celta, bastante inspirado, lo aprovechaba para ponerse con un cero a dos en el marcador en un visto y no visto.
El Sevilla era un fantasma desconocido y encima Vitolo se tuvo que marchar pronto por problemas musculares. Emery trató de taponar la sangría con Krhon-Delhi en apoyo del centro del campo, pero tampoco el alivio fue significativo. Hasta que en el descanso optó por sacar del juego a Banega para apostar fuerte con Llorente en compañía de Gameiro arriba. Y el movimiento de fichas no le salió bien del todo al vasco porque el balón no quiso entrar en alguna ocasión, como la rosca al larguero de Krhon-Delhi, y porque el desgaste físico acabó llevándose por delante a hombres como Mariano o Andreolli sin que ya existiera posibilidad de cambios.
Entonces sí, con Banega en la ducha, los blancos pelearon al menos contra la superioridad del Celta. Jugaron mucho más directos en busca de Llorente, pelearon los duelos individuales con la intensidad que éstos exigen para ganarlos en muchas ocasiones y llegaron a rozar un empate que hubiera sido increíble a la vista de las diferencias del primer periodo. A Emery le está costando hallar la fórmula magistral para combinar a los suyos. Esta vez fue porque parecían bicicletas ante las motos del Celta, otra vez ha sido por otras causas y el problema es que para las aspiraciones de este Sevilla el tren no se para y cada vez es más complicado subirse a él.
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