El derbi sevillano · el otro partido

Versalles se viste de verdiblanco

  • Nueva traslación de las diplomáticas formas de los directivos. El derbi 114 sólo desbocó los pulsos desde el césped.

Atrás quedaron los lamentables tiempos de insultos entre directivos, botellazos, broncas dentro y fuera del campo y demás execrables hechos que recibían con fruición desde fuera de Sevilla. La ciudad no se merecía esa imagen barriobajera que era voceada desde tribunas interesadas de Despeñaperros para arriba. Y el cambio tuvo que ver con el desembarco de los nuevos gestores del Betis. El premio a estas maneras fue el triunfo en el derbi 114, en el que ni siquiera llegó a más el amago de cabreo por la expulsión de Medel en la falta que supuso la victoria del equipo de Pepe Mel. Como en la Copa del Rey, el técnico del Betis remontó el resultado en contra que tenía a favor Míchel. Al final, los sevillistas pitaron a su equipo mientras los jugadores de ambos conjuntos se despedían y abrazaban y los béticos celebraban el triunfo. Todo dentro de la lógica del fútbol.

En la previa del partido de la ida ya se instalaron las maneras versallescas entre las directivas de Sevilla y Betis. Se escenificó en el Salón Colón del Ayuntamiento, con el alcalde Juan Ignacio Zoido como anfitrión. Una nueva forma diplomática que tuvo su prolongación tres meses y medio después con el de la vuelta, un hecho que se trasladó a las aficiones de ambos equipos. No hubo incidentes extraordinarios que remarcar en los momentos previos, a lo que contribuyó que era día laborable y apenas un par de días de tensa espera tras la anterior jornada. Los nervios, la tensión, el pique llegaron ya en el mismo escenario, un Sánchez-Pizjuán en el que se pudo ver a béticos en las gradas fuera de la zona acotada.

Quizá lo único lamentable, y que tendrá su correspondiente multa para el equipo anfitrión, fue el lanzamiento de decenas bengalas al campo a la salida de los equipos, y también alguna aislada cuando marcó el Sevilla. Una acción que fue reprobada por parte del público local con silbidos.

Este derbi, 114 en los anales de la historia de la ciudad, irrumpió con una inhabitual frialdad por ser en jornada intersemanal y también porque un rival, el Betis, no se jugaba nada salvo lo estrictamente intrínseco a la rivalidad, y el otro, el Sevilla, apuraba sus opciones de clasificarse para la Liga Europa, un objetivo menor que no pone los pulsos a mil por hora en una afición acostumbrada a muy superiores cotas. Total, que llegó como de puntillas. Pero, aun así, el ambiente fue extraordinario, propio de la fiesta futbolística que distingue a Sevilla del resto.

Antes del encuentro ya se notaba esa tranquilidad en las masas. La afición es permeable a los mensajes de las directivas, pese a la perseverancia de los radicales en el intercambio de insultos e incluso de mensajes crípticos.

Los nervios de verdad empezaron a desbocarse con los hechos futbolísticos: los goles, la chispa que saltaba en cada choque entre Negredo y Paulao o Iriney, la reclamación de un posible penalti de Reyes a Pozuelo o las dudas sobre las faltas que Beñat convirtió en gol. Es decir, un reflejo lógico del efecto acción-reacción, según el color de cada cual. Al final, cabreo de unos y sonrisa de otros.

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