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Aún no hay brotes verdes (0-0)

  • El Betis rompe su racha en un día de esparto en el que se fajó con hombría. El barniz de Mel, para mejor ocasión.

La cita se las traía y si ya en la previa se aventuraba que la batalla se fiaba sin tregua, a la hora de autos ésta resultó prácticamente una guerra con balón. Un partido malo, feo, de puro esparto, pero muy de verdad y jugado al límite de agresividad por el Alcorcón y respondido con testosterona a granel por parte del Betis.

Claro que a la hora del balance, tanto del juego como del resultado, sólo un Pepe estará contento. A Bordalás le valen el punto y el fútbol de rancho practicado por su tropa y Mel aún andará dándole vueltas a la cabeza sobre qué hacer para mejorar el de su equipo y, de paso, enseñar a su infantería a ganar partidos de este pelaje. Porque la competición es larga y ni qué decir tiene que está no será la última emboscada de la temporada.

Aun así, Mel, que afrontó el encuentro como si en una encrucijada se hallase, salió airoso y por su pie del mismo. Por supuesto que el Betis no jugó un pimiento y se dejó dos puntos en el limbo, pero si en algún campo puede abstenerse de ganar es en este incómodo y asechador Santo Domingo en el que los hombres de Bordalás se manejan con soltura.

Sí se echaron de menos algunas de las virtudes que el anterior Betis de Mel, el bueno, exhibió no hace tanto tiempo. Porque el equipo renegó demasiado pronto de presionar la salida del balón del Alcorcón, espantado por tanto voleón amarillo que le iba minando el oxígeno; tampoco fue capaz de eludir la múltiples celadas de la zona ancha para combinar con cierta fluidez y, encima, no fue capaz de ganar las bandas ante el doble cerrojo que por ellas diseñó Bordalás.

Pero hay que insistir en que todo tuvo un porqué. Y, lógicamente, habrá que colegir que en una semana resulta imposible notar la mano de un entrenador en algo tan complejo como dar lustre al juego de un equipo. Tan evidente resulta esto como que sí ha quedado cierto poso amargo por no haber notado siquiera un ligero barniz en el juego del equipo.

Por contra, el Betis, calcado al de Merino hasta en la alineación, se agarró al piso con hombría desde el tañido inicial. Del compromiso de estos futbolistas, algo tan reclamado por los entrenadores, no tendrán dudas Mel, Merino ni el mismísimo Velázquez, al que estos hombres ofrecieron más de una vida extra.

Fue, sin duda alguna, el punto de partida de Mel. El madrileño aceptó la herencia de equipo aguerrido y ordenado que le dejó el linense y, bajo la premisa de no equivocarse, trató de que la mejor calidad de sus delanteros le pusiese el partido en ventaja. Pero si el Betis no se dejó meter mano, el Alcorcón tampoco. El partido se llenó de faltas más que de imprecisiones y Rubén Castro si acaso apareció para resbalarse antes de enganchar una volea de las que él no suele fallar en los inicios de la segunda parte.

El fútbol, si era posible, incluso fue a menos con el paso de los minutos. Todo fueron interrupciones y faltas, tarjetas amarillas, saques de banda, pelotazos... Un despropósito del que el Betis debió sacar ventaja cuando Rubén Sanz, que con una amarilla castigó el tendón de Aquiles izquierdo de Xavi Torres, sí vio la segunda por una tenue patadita sobre el castigadísimo Dani Ceballos.

Faltaba media hora y por minutos se vio un Betis con más querencia por la combinación y la portería contraria pese al absentismo de N'Diaye. Mel dio entrada a Dani Pacheco, que enjaretó alguna que otra diagonal partiendo desde la banda izquierda, pero todo quedó en nada ante la ingenuidad de Piccini, quien vio dos amarillas absurdas e igualó las fuerzas.

Fueron veinte minutos en ventaja de un quiero y no puedo que Mel zanjó cuando dio entrada a Molinero para defender ese flanco derecho pero sacó de esa banda a Dani Ceballos -se había mudado tras la entrada de Pacheco por Kadir- y dejó sobre el césped a un huidizo N'Diaye.

Quizá se trató de una declaración de intenciones, de un recelo legítimo a guardar el punto conquistado en medio de una guerra en la que el enemigo tenía más armas. Tanto fue así que ésta acabó con el balón más cerca de Adán que de Falcón. Y con el aficionado bético un pelín contrariado, seguramente satisfecho del desempeño de su gente pero echando de menos un brote verde incluso más que la quinta victoria consecutiva.

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