EL OTRO PARTIDO

El reparto del ganado, cuestión de rifa

  • El prado verde de Eduardo Dato, lejos del albero ferial, fue el escenario donde se resolvió el negocio de los cuartos de final.

Cuando Unai Emery señalaba en la previa del partido que la Feria se trasladaría al Sánchez-Pizjuán, no pudo imaginarse que sus palabras serían premonitorias. Aunque fue una feria en minúscula, sin albero, sin manzanilla, sin fritangas, y sí con el prado verde y el agobio que comporta fiar los ahorros del curso a unas cabezas de ganado. Al final, el intercambio acabó decidiéndose por una rifa en la que la res de la marisma superó al león de Bayona. Así fue.

El Sevilla lo confió todo a las semifinales y acabó ganando un vellón y el mejor de los cueros, con el balón como medida de referencia. En el prado de Eduardo Dato, alejado de Pascual Márquez y de Antonio Bienvenida, se presentaban las cabezas y los ganados. Unos con la divisa roja y amarilla; enfrente, con la ikurriña. La presión era enorme en el reducido espacio donde se batían a grito pelado los viajantes. Kolodziejczak ofrecía el vellocino de oro en los inicios, la cola de vaca fue producto de Krychowiak, Escudero, otro de los destacados en la primera mitad, dejaba entrever una piel de cordero que ya quisieran algunas loberas. Por momentos, Nervión celebraba en menos de una hectárea de feria las ganancias por venir. Al descanso, el baile por sevillanas irrumpió con la intención de convertir el mercado en una Feria con rebujito. Pero empezó la segunda mitad.

Los altibajos en los precios del género comenzaron a desconcertar a los marchantes. El once vizcaíno, arengado por un tal Ybarra, agarró el cuero, lo pesó, le dio forma y comenzó a lucir con esmero. Más que leones, los de Ernesto Valverde se asemejaban a una manada de unicornios. Así llegó el 0-1, gol que silenció el recinto nervionense, justo con el vacío que hizo más patente el grito tras el tanto de Gameiro. Empate a uno. El vacuno había engullido la garra septentrional.

El ruido, sin embargo, volvió para desaparecer minutos después. Las cartas y los billetes estaban sobre el mantel. Raúl López había igualado la eliminatoria y menos mal que a nadie le dio por cocinar una sartén con vísceras, de cardiaco que se había puesto el choque. Nadie quería vender la piel del oso. Agotados físicamente, llegados a la prórroga, el negocio tenía visos de inclinarse de lado del visitante, quien había cambiado la tropa de carnívoros por un bestiario de quimeras: cabeza de león, cuerpo de caprino y cola de serpiente.

El ganado se hundía de tanto movimiento. Que si hacia arriba, que si abajo, quienes manejaban los dineros apostaron por decidirlo todo a una rifa. Ganó quien menos falló. Por los sevillanos acertaron todos. A los bilbaínos los miró el demonio, mitad león y mitad dragón, según San Agustín, mitad ímpetu y mitad insidia. Y a pasar la noche en la majada.

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