El vértigo como compañía fija

Las ventas en horas de Gameiro y Coke y la celeridad para buscar sustitutos señala otra vez el modelo de negocio. El riesgo de acoplar cada año un plantel nuevo desgasta a los dirigentes.

El vértigo como compañía fija
Jesús Alba, Sevilla

01 de agosto 2016 - 05:02

Un continuo desgaste. Los que viven el día a día de este club, los que tienen responsabilidades ejecutivas, cuentan en esta época con los dedos de una mano los días en los que pueden dormir tranquilos y de corrido una noche entera. El director general deportivo, en uno de sus no pocos momentos de debilidad, llegó a arrojar la toalla. No se la cogieron. Es más, le secaron el sudor brevemente y le dieron media vuelta y el empujoncito pertinente. Otra vez al ring, a la arena. Así, un día, y otro, y otro... Todo se hace con el corazón, con el sevillismo que mana de cada uno de sus actos, pero llegará un momento en que el desgaste se comerá a sus propios mentores.

Es el peaje, un alto precio, que deriva de este modelo de negocio. Vender, invertir, revalorizar y otra vez vender... La salida de Gameiro y Coke en prácticamente cuestión de horas pone a la plantilla del Sevilla de nuevo en el filo de un precipicio. El vértigo vuelve a aparecer, igual que el temor razonable de que no siempre todo va a salir bien.

El Sevilla lleva cuatro temporadas cambiando prácticamente el 50% del vestuario de su primer equipo en un verano de locos. Los que lo sufren argumentan que trabajan 25 horas al día por lo que aman, lo que sienten, el club que defienden hasta las últimas consecuencias, pero hay veces en los que parece que no se miden los riesgos.

Curiosamente, en este final de la gira por Alemania que significó la segunda parte de la pretemporada, más inquietó al sevillismo la venta de Coke que la de Gameiro, si no asumida, más o menos digerida semanas atrás. La marcha del capitán tiene, por contra, otras lecturas a las que la afición, parte de la cual también es verdad que deseó perder de vista al madrileño, no es ajena. Con el traspaso del héroe de la final de Basilea al Schalke 04 por unos cinco millones ya no quedan en la plantilla futbolistas anteriores al verano de 2013. Ni uno solo. Pareja, Iborra, Carriço y Vitolo son ahora los más antiguos de una plantilla a la que le cuesta tomar una identidad. Hubo tiempos de brasileños, hubo tiempos de franceses y ahora es tiempo de argentinos.

Y las preguntas aparecen. ¿Qué necesidad tenía un jugador tan comprometido como Coke, ya el primer capitán, respetado por la afición, para forzar su salida? Y, también, ¿qué necesidad tenía el Sevilla de dejarlo ir por cinco millones para tener que buscar en el mercado un sustituto a ocho días de un título?

Valga el ejemplo de Coke para ilustrar un puesto cualquiera, el de lateral derecho, sin el predicamento y la importancia para el aficionado del que marca los goles. Pero da igual, es una espiral. El Sevilla es presa de este modelo de negocio del que parece que, aunque quiera, no puede escapar.

Moralmente, por muchos títulos que gane, por muchos millones que reciba en traspasos, se ve incapaz de frenar el paso adelante de un futbolista que llame a la puerta del despacho del presidente pidiendo el finiquito. Era, de alguna manera, un acuerdo tácito para desechar otras ofertas cuando llegó al Sevilla. El Sevilla, a diferencia de otros clubes, no quiere tener futbolistas descontentos en su plantilla. Lo hemos visto asistiendo a los casos de Gameiro y Diego Costa, el primer plato para Simeone. El hispano-brasileño llegó a presionar despidiéndose de sus compañeros en las redes. El Chelsea no cedió. Podrán argumentar que el club inglés no es comparable al Sevilla. Pero tampoco lo es Las Palmas con la entidad de Nervión y a Roque Mesa la presión le sirvió de poco.

No es criticar. El Sevilla ha hecho bien vendiendo a Gameiro por un precio disparado para unos y sólo aceptable para otros. Es simplemente la ilustración de que sus dirigentes son y serán esclavos del modelo de negocio. Se vende bien, sí, pero al precio de una búsqueda y un examen continuos.

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