Álvaro Pereira | Sacerdote: "Entre Dios y la verdad me quedo con la verdad"
Podría haber sido periodista y podría haber sido boticario, pero ha acabado dispensando salvaciones espirituales más que ofreciendo relatos o despachando fármacos. Álvaro Pereira Delgado (Montellano, 1979) es cura, profesor de la Facultad de Teología San Isidoro de Sevilla, canónico lectoral y un reconocido especialista en las Sagradas Escrituras. Arameo, latín, griego, hebreo, inglés, francés, italiano y "un poquito" de alemán, no hay estudio bíblico al que sea ajeno, aunque lo único que habla y entiende, dice, es el "montellanero".
Pregunta.–¿Investigadores como usted habrían estado más tentados de comer del Árbol de la Ciencia?
Respuesta.–El saber es poder y puede convertirse en manipulación. También los sabios están tentados de comer del fruto del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal. Pero Jesús le da gracias a Dios por no revelar sus misterios a los sabios y entendidos, sino a los pequeños. La verdadera sabiduría requiere humildad.
P.–¿Cómo lleva el dilema de la razón frente a la fe?
R.–Esa oposición surgió con la Ilustración pero no fue siempre así. Las universidades nacieron en el seno de las Iglesias. La fe cristiana, de hecho, exige la indagación de la verdad. Los ataques del siglo XIX hicieron que desgraciadamente la Iglesia se retirara a los cuarteles de invierno. Pero la fe auténtica no puede considerar a la ciencia como enemiga. Eso sí, también la ciencia debe aceptar sus límites. Solo con ciencia el corazón humano se ahoga.
P.–Si tuviera que elegir entre Dios y la verdad...
R.–... Me quedo con la verdad, sin duda, porque podemos ponerle caretas a Dios, deformar su imagen, y usarlas para justificarnos. Pero quien busca humildemente la verdad siempre estará más cerca del Dios verdadero. Muchos fundamentalismos de nuestro mundo se solucionarían si buscáramos la verdad.
P.–¿Y si la verdad lo apartara de Dios?
R.–No tengo miedo a dudar. Acepto cuestionar mis posicionamientos. La duda es exigida por mi propia fe, si es que quiero ser sincero. Pero mi experiencia personal es que mientras más busco la verdad más me acerco a una gracia que me abraza y a la que reconozco en el Dios de Jesucristo.
P.–¿A qué asocia este auge de la expresión popular de la fe?
R.–Las razones son variadas, una muy importante tiene que ver con la necesidad actual de identidad y arraigo. La gente está muy sola y se siente insegura ante un mundo en el que todo parece desmoronarse. La fe popular nos ofrece identidad y nos ancla afectivamente a la tradición de nuestros mayores.
P.–Se habla de que la sociedad ha abandonado los valores y los grandes relatos, incluidos los de la Ilustración y el cristianismo...
R.–Vivimos en una sociedad marcada por el interés utilitarista. Parece que todo tiene un precio y nos cuesta reconocer lo gratuito, lo que no se puede comprar, los universales del ser: la belleza, la verdad y el bien. Así nos va. La gente se usa, se trata por interés y se olvida que el otro tiene una dignidad en sí mismo. Un desafío educativo de primer orden es transmitir a los jóvenes que no hay que saber para tener, sino que la sabiduría tiene valor en sí misma, y lo mismo pasa con la belleza y el bien.
P.–¿Es idolatría o es un tipo de nihilismo?
R.–Creo que hay algo de nihilismo y mucho de manipulación. Hay poderes interesados en una ingeniería social que no eduque a personas libres y adultas, sino a consumidores perpetuamente adolescentes, dominados por sus pasiones, muy útiles para esos poderes.
P.–¿Es contracultural el cristianismo?
R.–Jesucristo fue fiel a la ley de sus mayores y, al mismo tiempo, fue profundamente contracultural. Incluso fue incomprendido por sus discípulos, quienes lo abandonaron en el huerto. El drama de Getsemaní no es el de un hombre cobarde que no quiere morir sino el de quien ve cómo el proyecto de su Padre muere con él. El reino de Dios por el que dio su vida se quedaba así sin nadie que lo secundara. Ese era su proyecto cultural.
P.–Hay un resurgimiento de rituales antiguos y vuelven las misas en latín. Para alguien como usted, un orador amante de la lengua y la comunicación, ¿no sería un obstáculo para su labor el uso del latín?
R.–El rito no es malo, nos ayuda a acceder al misterio. Es cierto que ciertas tendencias tradicionalistas asociadas a posturas políticas extremas son en mi opinión peligrosas. Pero el latín es precioso para celebrar, incluso aunque no lo comprendamos bien. En la catedral de Sevilla se celebra en latín los últimos sábados de mes.
P.–Ha defendido que Benedicto y Francisco no fueron distintos sino complementarios. ¿Cómo ve a León XIV?
R.–Dios manda en cada momento al Papa adecuado. A Benedicto había que escucharlo y a Francisco había que encontrárselo. Vamos a ver el papa León. Me parece una persona serena que, en una época de polarización también dentro de la Iglesia, no cesa de hablar de unidad.
P.–¿Qué le parece que eligiera el nombre de León?
R.–Genial. Si León XIII enseñó a la Iglesia que tenía que hacer suyos los problemas sociales surgidos con la revolución industrial, León XIV se siente llamado a encarar los problemas propiciados por la revolución epocal que supone la inteligencia artificial. El Vaticano ha publicado un excelente documento sobre el asunto que invito a leer: Antiqua et nova. Nota sobre la relación entre la inteligencia artificial y la inteligencia humana.
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