El futbolín del Tío Cuco
Los candidatos principales han tenido sus distintos momentos estelares en esta recta final ante el 20-D, campaña más aprovechada por Iglesias y Rajoy
ANDRÉS
GALLARDO
LA campaña se fue mascando desde el vuelco de las europeas, cuando Podemos, desde sus apariciones en La Sexta y Cuatro, se convirtió en el visitante inesperado para uno y otro flanco, ese bipartidismo al que le cuesta dibujar cosas nuevas entre sus propósitos serpenteantes como garabatos. Las reglas del juego habían cambiado y los debates ya no sólo iban a ser en el Congreso sino en cualquier pantalla enredada, en cualquier canal de televisión, con el público, la gente, interactuando. Desde Cataluña y la Puerta del Sol se fueron perfilaron las cuatro fuerzas que terminaron debatiendo ante Vicente Vallés y Ana Pastor, hora cero de este ciclo, con la Menina de recambio estelar. Los sondeos fueron los sismógrafos que durante estos meses iban narrando las inclinaciones de los votantes, movidos más por simpatías, por gestos, por opiniones ajenas. Líneas quebradas altibajas que apretaban las posiciones en la carrera. Cada día de 2015 ha sido de campaña, aunque coincidieran otras tres consultas, y donde imperceptiblemente una palabra, una sonrisa o un proyecto anunciado (y una metedura de pata, un acusado al que añadir a la montaña corrupta) iban moldeando estas barras de alambre dulce que eran las estimaciones de voto de los nuevos tiempos.
El cronómetro se puso en cuenta atrás el 18 de octubre, en el bar de El Tío Cuco, en Barcelona, donde entre un servilletero y dos vasos de café debatieron Albert Rivera y Pablo Iglesias. Ante la mirada de Jordi Évole el partido Ciudadanos, acunado desde su reconocimiento en Andalucía, se ponía al frente de los emergentes ante un líder podemista arrugado y cansado. La repercusión de aquel cara a cara con textura de charla en la calle dio gas al partido naranja, que ha sido el que menos parece haber aprovechado los días de campaña. La convicción de un Rivera descamisado se tornó en el nerviosismo de un Rivera con chaqueta y corbata. En aquel debate "decisivo" el de Ciudadanos pareció estar un tanto fuera de juego, todo lo contrario de Iglesias, seguro, con el mejor y más teatralizado minuto de oro que se recuerda en la televisión política en España desde el "puedo prometer y prometo", palabras mayúsculas. El de Podemos ha ido escenificando, en cuerpo, rostro y mensaje, su espíritu de remontada. Y esta rectificación, con su nuevo empaque estadista, comenzó canturreando en El Hormiguero. En ese escaparate, finalmente tan goloso, fue donde el público pareció reencontrarse con la bailarina Soraya. La versión rejuvenecida del escondido presidente, con el que parece existir una especie de reconciliación.
Los "partidos tradicionales", como han sido definidos con cierto retintín más de una vez, han apelado a la fuerza de la costumbre y al poder de la inercia para hallar la empatía de sus votantes, de ese campo inmenso de indecisos (o tal vez sólo callados), para ilusionar con viejas marcas ante la tentación de los nuevos. Tanto el líder socialista, Pedro Sánchez, como el presidente Mariano Rajoy, han tenido el afecto de los canales públicos y de las principales privadas para contar con cierta ventaja de presencia en esta campaña de la televisión, donde era más importante un gesto natural ante Bertín Osborne, un giro de muñeca en el futbolín, que mil besos antiguos a bebés encontrados en el mercado. Ahora hay que hacerse todos los selfies. Sánchez estuvo más bien insípido en la sala de masajes de La 1 y Rajoy, que había estado ausente durante tanto tiempo, pareció humano, entrañable y con repuntes de brillantez (enmendándose de algunas de sus perogrulladas ridículas). La remontada del PP, tras el tancredismo gallego, partía desde aquel programa del 2 de diciembre, revalidado en La Sexta Noche del sábado siguiente, donde el señor del plasma salió indemne de las preguntas en vivo del público en el canal de Ferreras.
La insuficiencia de Sánchez se constató dos días después, el lunes de la partida a cuatro en Antena 3 y La Sexta donde el del PSOE estuvo por detrás de sus oponentes, arrastrando a la baja su aguja electoral. En esas se fueron escenificando arrumacos con Susana Díaz y apariciones (y ausencias precipitadas) de González, Rubalcaba y Zapatero. El PSOE en pleno se ha fajado mucho para remontar con un líder que buscó su redención en el lunes definitivo del cara a cara con Rajoy. En este caso el ataque, la interrupción y la acusación eran las armas del jactancioso candidato ante un presidente que se sintió por momentos desbordado e incluso herido. Sánchez pareció convencer a los que estaban más bien convencidos.
En una campaña donde el termómetro oscilaba según la última aparición, según las últimas palabras de cada uno, según las sospechas de pactos, hubo dos momentos críticos en los que los cuatro candidatos optaron por desmarcarse del oportunismo y neutralizar el mensaje en los medios. Primero, en el asalto de Kabul donde fallecieron dos policías (la sombra del 11-M empezó a revolotear) y segundo, en la reciente agresión a Rajoy, donde no se sabe qué se temía más, si un exceso de provecho victimista o una oleada de violencia revanchista. Ahí la televisión jugó a favor de todos nosotros manteniendo un espíritu de total rechazo y calma.
Esas agujas de intención de voto, tintineantes entre tanta exposición mediática, seguirán vibrando hasta que se cierre el último colegio.
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