Costa-Gavras: “La vida no tiene los finales felices del cine americano”

El director de clásicos como ‘Z’ y ‘Desaparecido’, ya nonagenario pero aún en activo, recibe el homenaje del Festival de Sevilla.

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El director Costa-Gavras, tras recibir el Giraldillo de Honor de manos de la delegada de Cultura Angie Moreno. / Juan Carlos Muñoz

El veterano Costa-Gavras, que ha denunciado la opresión y la injusticia en clásicos como Z o Desaparecido, aseguró ayer en el Festival de Sevilla, donde recibió el Giraldillo de Honor en reconocimiento a su trayectoria, que el cine es “un espectáculo en el sentido más noble del término” y nunca debe caer en la literalidad. El director (Lutra-Iraias, Atenas, 1933) defendió que, aunque “la sociedad se está transformando en Europa y en América” y “no faltan temas de los que hablar”, el fin de las películas no es “contar la actualidad” ni “hacer un discurso”, dijo, antes de recordar una lección que aprendió de la tragedia griega: la importancia de la metáfora para dotar de emoción a una obra artística.

En un encuentro con los periodistas antes del homenaje que le dedicó el festival, Costa-Gavras se mostró consciente del panorama desolador que nos rodea. Hay gobernantes, señaló, “poniendo en marcha políticas en contra de la voluntad de las personas”, gestionando de espaldas a los ciudadanos y “con la mirada puesta en sus propios intereses”, promoviendo de nuevo “esas guerras horrorosas del pasado con medidas extremistas que llevan a los países a lo peor”. De ahí que el franco-griego esté “intentando encontrar una metáfora, para contar la historia tal como la siento. No sé si lo conseguiré”, expuso, y matizó que “la cultura grecolatina sigue existiendo, es la política la que ha cambiado”.

El autor, que estrenó este año El último suspiro, un drama sobre los cuidados paliativos y la eutanasia, habló con orgullo de la independencia que había podido disfrutar en su carrera. “Desde que empecé, y siempre que me he embarcado en una producción con EE UU, he exigido poder hacer las películas según mis condiciones, tener mi última palabra en el guión, el casting, el montaje”, presumió. “Porque los americanos creen en el happy end, ven una película como una experiencia plácida antes de acostarte tranquilos, y yo pienso que no se puede vivir siempre en un final feliz”.

Costa-Gavras puso como ejemplo de su libertad Desaparecido (1982), en la que ante la desconfianza de su entorno eligió a Jack Lemmon para el papel de un padre desesperado por encontrar a su hijo en el Chile del golpe de Estado de Pinochet. “Me decían que era un cómico, y que no funcionaría en un papel trágico”, rememoró sobre aquella apuesta que salió bien: Lemmon ganó el premio al mejor actor en Cannes –y la película se hizo con la Palma de Oro– y estuvo nominado al Oscar en una gala en la que Costa-Gavras lograría la estatuilla al mejor guión adaptado.

“El cine no puede lanzar discursos, retratar la actualidad sin más. Necesita una metáfora”

El actual presidente de la Cinemateca Francesa contempla a los actores como “auténticos colaboradores” en los rodajes, “figuras muy importantes en el proceso creativo”. “Pero siempre he procurado mostrarles en una faceta diferente a la visión que tenía el público de ellos. A Michel Piccoli, que era un hombre muy querido, le di personajes detestables, y a Yves Montand lo despojé de esa imagen de cantante elegante”, comentó un cineasta que en la reciente El último suspiro tuvo a sus órdenes a dos estrellas del carisma de Ángela Molina y Charlotte Rampling.

Preguntado sobre los títulos favoritos de su filmografía, Costa-Gavras respondió que “las películas son como hijos, y uno siempre quiere más al más desvalido. En el caso de los largometrajes, un director recuerda con cariño los trabajos que no triunfaron”. El realizador escogió Hanna K. (1983), que “pasó sin pena ni gloria y yo me pregunté por qué. Nadie entendió lo que quería decir. Todos los directores tienen proyectos que son incomprendidos”, dijo de un drama sobre el conflicto palestino-israelí que en su momento fue acusado de antisemita y retirado pronto de la cartelera por Universal. Años antes, a finales de los 60, por el contrario, Costa-Gavras y un equipo del que formaba parte como coguionista Jorge Semprún no esperaban el impacto mundial que alcanzaría Z, un proyecto que se había topado con dificultades para levantar la financiación y que salió adelante gracias a la producción de Jacques Perrin y la generosidad de Yves Montand y Jean-Louis Trintignant.

Cannes le otorgó a aquella cinta el Premio del Jurado y Hollywood el Oscar a la mejor película extranjera y al mejor montaje, y su vigencia todavía es tal que esta historia sobre el asesinato de un diputado de la oposición inaugura hoy en el SEFF las Jornadas sobre Cine y Geopolítica, un foro que explora “desde una óptica cinematográfica” los “grandes desafíos que enfrenta el mundo, en general, y Europa, en particular. “Yo estaba convencido de que había que hacer un filme sobre la dictadura militar griega, simplemente”, resumió. “No se puede calcular un éxito, no es algo que puedas predecir”.

El nonagenario –que publicó recientemente sus memorias, Ve adonde sea imposible llegar, un título que el director del Festival de Sevilla Manuel Cristóbal toma como un lema para esta edición del SEFF– trabaja en contagiar el entusiasmo por el séptimo arte desde su cargo en la Cinemateca Francesa. “Programamos una sección para niños, organizamos exposiciones que también viajan, montamos retrospectivas de actores y directores”, detalló sobre una institución en la que los archivos custodian “la historia del cine desde sus comienzos”. Costa-Gavras valora el criterio y la investigación de los especialistas frente al caos que espera en las plataformas: “Cuando enciendes la televisión, tienes cientos de películas esperando, una avalancha. No se puede elegir”.

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