El nuevo largo de Santiago Amodeo regresa al espíritu independiente de sus primeras películas (Astronautas, Cabeza de perro) después de un par de trabajos de encargo, y lo hace intentando navegar entre las aguas de ese neolenguaje pop de las redes sociales que sus protagonistas usan como vía de auto-representación, y esa férrea y determinista estructura dramática marca de la casa que impone una dirección y una mirada adultas a un universo que se quiere expresado en la propia voz y el sentir confuso de sus adolescentes.
Estamos así zarandeados entre el angst juvenil vivido desde dentro, con su coqueteo con el suicidio como salida romántica a las dudas, complejos y angustias, y ese otro marco narrativo que, a pesar de las prestaciones de Díaz, De la Cruz y demás chicas debutantes, pone en su boca (narradora) o en sus diálogos siempre un poco más (por supuesto más lúcido y autoconsciente) de lo que podría esperarse de sus cuitas de amor no correspondido, amistad incondicional, rebeldía contra los padres (caricaturizados) y retos con destino a la cuenta de Instagram.
Así, ni la tragedia anunciada ni la vida entendida como juego de verano terminan de encontrarse del todo en un filme que, a la postre, cobardea en su salida moral para nutrir sesiones didácticas patrocinadas por el Instituto Andaluz de la Juventud.