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Iván Zulueta, el eremita en éxtasis

Marta Medina y Enrique López Lavigne presentan en Sevilla ‘El Último Arrebato’, un documental en el que exploran el misterio de la película de culto que dirigió el creador vasco y protagonizó Eusebio Poncela.

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Enrique López Lavigne y Marta Medina, fotografiados el pasado fin de semana en Sevilla. / Lolo Vasco

Al principio de El Último Arrebato, el largometraje que codirigen Marta Medina y Enrique López Lavigne, un homenaje a la película de culto de Iván Zulueta, Jaime Chávarri –que finalmente se prestará a la causa, y protagonizará el filme y participará en el guión– se resiste a una nueva revisión de aquel proyecto mítico y maldito al que prestó en su momento la casa familiar. Más avanzado el metraje, la actriz Marta Fernández Muro también se muestra abrumada por la leyenda de aquella aventura inclasificable en la que participó siendo joven. “¡Arrebato! ¡Otra vez Arrebato!”, exclama la intérprete entre risas por no saber disimular su hastío.

Porque el cine español había encontrado en el perfil esquivo de Iván Zulueta un patrón salvaje al que rezarle. “Se habían hecho muchos documentales de Arrebato”, admite López Lavigne, que entre otros acercamientos cita el trabajo de Andrés DuqueIván Z. Pero pese a todo lo dicho, esa obra “mutante, que empieza como cine negro y deriva al fantástico, y que al mismo tiempo contiene un humor costumbrista, casi berlanguiano” no se agotaba nunca, y los directores sentían que el misterio del fotograma rojo que asomaba en sus secuencias les interpelaba de algún modo. “Pero no podíamos hacer un retrato ortodoxo de un hombre tan heterodoxo como Zulueta. La pregunta era cómo lo abordábamos”, confiesa Medina.

Así, El Último Arrebato, que se proyectó este fin de semana en el SEFF y culminó así el circuito de “cuatro eses” tras su presentación en los festivales de San Sebastián y Sitges y la Seminci de Valladolid, se articula a través de una metáfora: la certeza de que “la gente que hace cine se queda dentro de las películas”. En la acción de Arrebato son el aficionado a las grabaciones en super-8 Pedro (Will More) y el director de serie B José Sirgado (Eusebio Poncela) los que desaparecen, subyugados por unas imágenes indescifrables; pero en la vida fue Zulueta quien haría mutis, convertido en fantasma mientras crecía su mito, hasta su fallecimiento en 2009. “Y ahí llegamos nosotros”, apunta Medina, “unos directores primerizos que van a intentar buscar qué pasó con Arrebato, qué pasó con Iván, y entramos también en esa dinámica”.

“Y fíjate lo que es el infortunio: Eusebio Poncela desapareció dentro de nuestra historia”, añade López Lavigne sobre el protagonista de Arrebato, La ley del deseo o Martín (Hache), invitado al juego de espejos que disponen aquí los directores. El fallecimiento del actor el pasado agosto impactó al equipo: “En el rodaje comentábamos con asombro el vigor que tenía ese hombre a su edad, y unos meses después, tras su muerte, las tomas que habíamos filmado cobraron otro sentido. Montamos la última escena en la que él sale junto a la imagen de una vampira cerrando el ataúd, extraída de Arrebato, sin sospechar el significado que alcanzaría aquello”, afirma Medina. La presencia de Zulueta en los cortos que grabó y que han sido restaurados recientemente por la Filmoteca Española, “bocetos en los que el director prueba tiros de cámara y ópticas que repetirá en Arrebato”, refuerza el carácter espectral de la película, no exenta de humor y de un componente lúdico a pesar de la tristeza que destilan sus materiales.

Eusebio Poncela, en un fotograma de ‘El Último Arrebato’. / D. S.

Los creadores del documental trazan el emocionante linaje al que se adscribe la obra audaz y única del cineasta vasco, una genealogía en la que le preceden otras joyas en los márgenes como El sexto sentido de Nemesio Sobrevila o Vida en sombras de Lorenzo Llobet Gràcia. Medina y López Lavigne plantean su trabajo como un homenaje a los que rompieron con lo establecido. “La nuestra es una película sobre Iván Zulueta, interpretada por Jaime Chávarri y dedicada a Eusebio Poncela. Estamos hablando de tres figuras de la Transición que nos enseñaron la dirección que podíamos seguir a los que hacemos cine: el camino de la provocación, el de no ajustarse a las etiquetas”.

El largometraje reúne además los testimonios de Cecilia Roth, enfrentada a la versión de sí misma que brindó en Arrebato; el distribuidor Paco Hoyos, que guardó el negativo original mientras la película dormía su particular limbo; Carlos Astiárraga, que fue novio de Zulueta y ayudante de dirección, y Virginia Montenegro, la mejor amiga del cineasta. En una emocionante confesión, Astiárraga habla de la rivalidad imposible que supone la heroína en la convivencia de una pareja.

Arrebato ya describía la turbia cercanía de la adicción y el vampirismo. “Hay una entrevista que le hicieron a Zulueta, creo que en 2004”, revela Medina, “en la que dice que todo el mundo le pregunta cómo hubiese sido su carrera sin la heroína, pero añade que sin la heroína no podría haber hecho Arrebato”. López Lavigne indica que el título del filme “ya habla de llegar al éxtasis, algo que se consigue entre otras formas con las drogas”, expone el productor, para quien su homeajeado “era un místico. Y ocurre con los místicos que se convierten en eremitas, y un día se suben a la montaña y ya no se bajan. La montaña de Zulueta era su casa familiar, Villa Aloha, y de ahí no volvió. ¿Dio por cerrada su vida al alcanzar ese éxtasis que supuso Arrebato? Es una de las preguntas que nos hacemos”.

Medina, que prepara un largometraje de ficción como directora y entregó hace unas semanas la última versión del guión, interpreta que Zulueta se quedó “vacío” tras una creación tan radicalmente personal como Arrebato. “Carlos F. Heredero contaba que le ofrecieron dirigir otra película y no quiso”, revela la también crítica cinematográfica, que percibe “un gesto muy punki” en el retiro de su protagonista, “una muestra de rebeldía contra lo que se espera de uno, contra el mercado.Hago esto, y desaparezco, y ahí os quedáis. Es muy hermoso”.

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