La 'charcutería' de Marujita Díaz en el ocaso de Dinio
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Marujita Diaz, María del Dulce Nombre Díaz (Sevilla, 1932-Madrid, 2015) fue mucho más que aquella señora de abrigos de pieles y novio cubano. La sevillana fue una de las grandes del cine español cascabelero, no sólo la señorona mayor de grandes gafas, vociferante y de maquillajes gruesos, que deambulaba por los platós al recuelo de su romance con la pelvis inquieta de Dinio.
En 1999 los españoles no conocían el término cougar y que una racial artista de los tiempos en blanco y negro apareciera de la mano de un maromo caribeño causó estupefacción, entre la comedia y una compasión confundida con cierta envidia.
Lo que hubo de verdad entre Dinio y Marujita ellos sabrían, porque lo que supimos los demás fue una sucesión de tertulias y declaraciones que iban de los arrumacos a los odios eternos. Las últimas generaciones no conocieron a Marujita, la artista, sino a Marujita la que aparecía en Aquí hay tomate, soltaba tacos y se vanagloriaba de sus animaciones sexuales.
Su novio formaba parte de esa ola inmigratoria en las revistas que trajo un puñado de parejas habaneras a las portadas.
Marujita no sólo fue la pareja de Dinio, recuperado en este fin de semana tras ser detenido por malos tratos. La coplera fue la productora ejecutiva de uno de los programas de entretenimiento más animados de la tele de la transición: Música y estrellas.
Fue en las tardes de los sábados de la Única Cadena en 1976. Allí Marujita tiraba de repertorio, se enfundaba en mallas y plumones, se arrojaba arropada escalera abajo, mientras compartía números y sketches con cantantes y actores. Juan Luis Galiardo entonando por aires de revista fue una de las sorpresas cantoras de aquel verano del 76, vacaciones anchas de letargo, polos de fresa y tardes sin televisor.
Díaz arrancaba el atardecer de aquellos sábados de hiperinflación entre lentejuelas y, boquiabierta, lanzaba como malabares sus ojos de chiribitas, el rasgo más memorable de una artista que le levantaba la falda a la pantalla cada vez que aparecía.
Lo de aquellos sábados eran salpicadas apariciones amables, antes de saltar al abismo marciano. Música y estrellas era un cabaré inesperado en una televisión muy triste y acartonada, donde el entretenimiento puro se servía a cuentagotas, de ahí que sus actuaciones parezcan del Moulin Rouge cuando se rescata la TVE de los buenos recuerdos. Aquel programa de Marujita se grabó en blanco y negro cuando el funeral de Franco ya se había retransmitido en color.
En Prado del Reír eran ya así de cutres: andaban aún cortos de colores y destinaban las unidades en blanco y negro a programas estelares. Valerio Lazarov era entonces el mimado que se quedaba con lo mejor.
Hasta tiempos recientes Marujita era de las que no necesitaba estar ahí todo el tiempo. Acudía a los saraos de niños bien de Madrid, lucía su "charcutería fina" y sus visones, como una marquesa retirada. Su refugio estaba en la radio. Era una de las contertulias de las tardes populares de Encarna Sánchez, con su espitosa Mesa camilla. Más de una vez puso las bragas sobre la mesa del estudio, mojadas de risa. Aquello era de lo más transgresor, aunque la sevillana siempre hizo honores al espíritu de la Banderita y al Soldadito español. La única compañera que era de izquierdas era Saritísima. La copla nunca entendió de centrismos.
A principios de los 80 ya había dado su pelotazo. Vendió la exclusiva de sus memorias a Semana y en ese relato desgranó su matrimonio de derroche millonario con Espartaco Santoni (frente a las penurias que tuvo que sufrir Carmen Cervera, como le reprochaba) y su fugaz amor, matrimonio y ruptura con Antonio Gades. Con esos dos episodios y una carrera cinematográfica pretérita, la artista tuvo materia para rato.
Hasta que apareció con Dinio. Por aquellos programas que abrieron la caja de Pandora, como Qué me dices , la tertulia de Tómbola o los uyuy de Aquí hay tomate Maruja se hacía la encontradiza y en cada intervención a los reporteros añadía su "chimpún", marca registrada de ese humor chamberilero que caracterizaba a una andaluza que bromeaba con ser finolis.
Con unos cuantos chimpún más las cadenas privadas reclutaron a la pizpireta Pelusa, que terminó siendo demandada en 2010 por Juan Valderrama en unos insultos calientes lanzados por teléfono cuando las redes sociales sonaban a chino. Su prolongada decadencia por Crónicas marcianas, el tomate o Sálvame no debería ocultar las virtudes artísticas de Marujita Díaz y la voz limpia y risueña de sus tiempos juveniles.
Si ahora la rescata la memoria por un decadente ex novio americano, es en favor de ella y en detrimento de un tal Dinio del que ya nos habíamos olvidado, evidentemente.
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