CRISTINA MONTES | CRÍTICA

Un arpa en recuerdo de Viardot

Cristina Montes.

Cristina Montes. / D.S.

El ciclo de conciertos del Alcázar se está convirtiendo, a falta de implicación de otras instituciones musicales de la ciudad, en el corazón del homenaje a Pauline Viardot a nivel nacional y desde la ciudad natal de su padre. A lo largo de varios programas se está pudiendo calibrar la calidad de la música compuesta por esta brillante exponente de la estirpe de los García. Pero también, con conciertos como el que aquí nos ocupa, se está abriendo los ojos de los aficionados a la enorme figura que la Viardot alcanzó en el panorama musical y cultural francés de su momento.

Cristina Montes planteó precisamente, a través de un discurso narrativo muy bien hilado, el acercamiento al círculo musical del que se rodeó, con una nómina de compositores rendidos a sus pies realmente impresionante.

La imagen habitual del arpa como instrumento delicado se descompone en manos de Cristina Montes desde el momento en que saca a la luz todas las posibilidades de color y de matices de su instrumento. Controla a la perfección la técnica de producción del sonido mediante diversas intensidades en los ataques y el coloreamiento del sonido por medio del uso de los pedales, algo que emergió de manera sensacional en las piezas de Fauré que hacen del color y de los matices dinámicos su corazón. Montes, en la Fantasía de Godefroid y en el Liebesträume de Liszt, supo siempre subrayar la melodía con claridad, sin por ello renunciar a todo el chisporroteo ornamental ni a los juegos de voces superpuestas. Magistral su propia versión, muy idiomática, del Liebestod de Wagner, con un crescendo expresivo muy medido y un final matizado hasta el infinito.

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