Circo 'freak'

Torrente expone a tumba abierta las miserias de este país.
Manuel J. Lombardo

13 de marzo 2011 - 05:00

Torrente 4 Lethal Crisis. Comedia-acción, España, 2011, 92 min. Dirección y guión: Santiago Segura. Fotografía: Teo Delgado. Música: Roque Baños. Intérpretes: Santiago Segura, Tony Leblanc, Kiko Rivera, Yon González, Barragán, Enrique Villén, David Fernández, Francisco, Cañita Brava.

La arrolladora personalidad de Santiago Segura y la de su personaje Torrente, creado hace ahora 13 años para salvación de las cifras anuales de la industria del cine español, tiende a anular cualquier ejercicio crítico que ponga en tela de juicio el mal gusto de la propuesta, su insistente regodeo en los tics de la España más grasienta y casposa o su esencia políticamente correcta a propósito de cualquier tema de actualidad. En cualquier caso, ya hay quienes se encargan de justificar la validez del producto con extraños vínculos con la comedia gamberra posmoderna de otros lares, argumentando también que Torrente no es otra cosa que el espejo deformado en el que a todos nos gusta mirarnos cada noche frente al televisor.

Segura ha entendido como pocos que el cine popular de hoy no puede existir ni triunfar si no es a través de su vampirización de la basura televisiva y sus protagonistas (de Kiko Rivera a Kiko Matamoros), a los que convoca título a título en una particular y desahogada pasarela freak que condiciona la propia estructura de las películas y el sentido de sus cada vez menos afortunados y reiterativos chistes y gags.

Torrente 4, con sus mocos y fluidos arrojados en viscoso 3D, no supone apenas novedad al respecto, aunque ahora sea precisamente el patético famoseo que nutre la parrilla el que se pone en primer plano ya desde esa secuencia inicial, si acaso la más lograda del conjunto, en el que el viejo slapstick destructivo convive a duras penas con la acción pirotécnica y el desparpajo erótico-festivo del landismo en todo su esplendor carnal y miseria escatológica.

El principal problema de la propuesta radica en la negación constante de su propia esencia en favor del argumento, es decir, en el empeño de Segura en seguir situando a sus personajes en el epicentro de peripecias de cine de género que sólo sirven para estirar el metraje hasta la extenuación y desviar la atención de lo verdaderamente distintivo e importante: la infinita capacidad de Torrente para exponer a tumba a abierta las miserias de un país que, como bien decía Victoria Beckham, huele demasiado a ajo.

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