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Crítica de Música

Orfeo sin final feliz

El nivel más que aceptable de esta producción local de la conocida ópera de Gluck es una prueba feliz del buen grado de calidad artística alcanzado por los músicos de Sevilla y de su entorno. Ignacio Herrera planteó una dimensión escénica escueta pero eficaz, habida cuenta del escaso ritmo teatral de esta ópera más bien estática, un estatismo que se resolvió con el recurso a cuatro correctas danzantes que llenan los vacíos de acción con unas coreografías atractivas.

Por debajo de este nivel se movió el coro, un conjunto de voces abiertas y sin impostación, carente de empaste y de conjunción y que en los momentos más agitados, como Chi mai dell'Erebo, se desajustó notoriamente respecto a la orquesta. Con una orquesta correcta, aunque con pasajes de sonido deslucido en las cuerdas, Vázquez planteó una versión más bien morosa en materia de tempos y de acentos, provocando a menudo que el ritmo decayese en exceso, como en las escenas iniciales, demasiado lentas, o en los pasajes más danzables, en los que hubiera hecho falta una mayor incisividad en los acentos.

José Carrión salió airoso del gran desafío que supone esta ópera para su personaje. La voz es algo estridente en la franja superior y tiende a un excesivo vibrato, pero su fraseo fue siempre muy cuidado y detallado, diseñando un Orfeo frágil y conmovedor. Bruna de Castro, también denotada por su vibrato, se mantuvo en un nivel correcto, mientras que fue el Amore de Irene Román la voz más fresca y timbrada del elenco.

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