Arte

Pereñíguez: un mapa del tesoro

Galería Rafael Ortiz: José Miguel Pereñíguez nos explica su exposición / Juan Carlos Vázquez

En uno de los dibujos que forman parte de Esa sola señal, la cuarta exposición individual en Rafael Ortiz de José Miguel Pereñíguez, el artista recrea una fotografía de Andrés Marín, profesor de danza y padre del bailaor con el que Pereñíguez ha entablado una fructífera colaboración. El hombre se refleja en el espejo, pero de él no habla sólo su silueta, también todos los elementos que cuelgan en las paredes de su estudio. Una composición en la que podría advertirse un paralelismo con esta muestra que se despide de la galería de la calle Mármoles este miércoles y en la que Pereñíguez, como el protagonista de esa imagen, se rodea de las referencias, lecturas e inquietudes que han conformado su identidad.

El autor ha tenido "muy presente" una cita de Novalis, que comparaba los senderos y el porvenir de los hombres con "aquella escritura difícil y caprichosa que se encuentra en todas partes: sobre las alas, sobre la cáscara de los huevos, en las nubes, en la nieve", una declaración que Pereñíguez considera "el más hermoso y conciso tratado de dibujo". El sevillano siente que Esa sola señal "muestra mi camino": el conjunto "revisita materiales de muy distinta procedencia, acarrea de mucho tiempo atrás hasta ahora. Ese acarreo no es siempre literal, ha sido una especie de reinvención de cosas que me he encontrado y que he vuelto a hacer ahora". Una reescritura en la que este artista reflexivo y concienzudo, reconocido con la beca Velázquez o el Premio Cervezas Alhambra de Arte Emergente y reclamado por museos como el CAAC, el Patio Herreriano o el MIAM de Sète, en Francia, ha explorado "la función que el dibujo adquiere según el motivo y la ocasión".

La exposición ‘Esa sola señal’ también incluye estampaciones. La exposición ‘Esa sola señal’ también incluye estampaciones.

La exposición ‘Esa sola señal’ también incluye estampaciones. / Juan Carlos Vázquez

En las obras, en las que la investigación del trazo se extiende también al estampado, hay líneas austeras que buscan la representación –el proyecto que ideó el arquitecto Fernando García Mercadal para la Plaza de Cuba, que no se materializó y hoy reaparece como fantasmagoría– y figuras abstractas "que funcionan en la evocación, o que convierten algo tangible en algo hermético, configuran una especie de mapa del tesoro que no sabes exactamente adónde lleva", explica Pereñíguez, que vive el proceso creativo como una aventura plagada de revelaciones, por "esa confusión de las formas y los accidentes que quería traducir. De repente algo orgánico era mineral, de pronto una vista muy amplia era igual que un fragmento microscópico".

Tal vez porque el asombro es un patrimonio de la niñez, el artista se inspira para algunas piezas en la expresividad de los dibujos infantiles. "Esas escenas proyectan una apariencia de espontaneidad, pero si te fijas hay una tensión, cuando ya no puedes contar con la gestualidad original e irrumpe una caligrafía aplicada", señala este pintor más interesado hoy en otros formatos.

El artista investiga “la función que el dibujo adquiere según el motivo y la ocasión”

Pereñíguez reinterpreta esbozos realizados por un pariente, signos hallados en viejos cuadernos. "Hay memoria familiar en esta exposición", asegura, "pero es como un relato que haces a partir de lo que encuentras, una ficción que no tiene un argumento nítido y está lleno de pistas falsas". En Esa sola señal el creador vuelve a abordar los destellos con que el arte, la literatura o la música alumbran su intimidad. Estas piezas tienen el Parsifal como punto de partida para "una escenografía con una contención que no se asocia con lo wagneriano"; cobra una nueva vida en otro dibujo el ribete de una chaqueta diseñada por Picasso para El sombrero de tres picos; un párrafo del prefacio de Una tirada de dados de Mallarmé se reproduce sólo en su caja de texto. Pereñíguez vuelve la mirada al niño que fue, devoto de La isla del tesoro, y propone "una lectura esotérica en la que Jim Hawkins no se topa con Ben Gunn, sino consigo mismo en el futuro: no hay tanto un desplazamiento en el espacio sino un viaje en el tiempo".

La planta superior de la galería Rafael Ortiz reserva una sorpresa: al asomarse a una mirilla, el visitante observará "una especie de versión idealizada de un taller, un espacio de trabajo y también un espacio de pensamiento", detalla Pereñíguez, que ha compuesto "una suerte de eremitorio del artista que está hecho a partir de restos, de piezas que van quedando de otras obras que no terminas de aprovechar pero que están perfectamente terminadas en sí mismas".

El autor dispuso estos elementos, "casi improvisadamente, durante el tiempo de montaje de la exposición", en un juego que no renuncia al humor y celebra la belleza que desprende el caos. "Es un estudio de San Jerónimo pero tiene la ironía de que ese orden del mundo que está implícito en la idea del eremitorio, algo que contiene todo el saber de la época resumido en una serie de objetos, aquí se vuelve un espacio colmado de cosas casi inidentificables, es casi una escultura dadaísta". La vida, ese camino del que habló Novalis, siempre tuvo predilección por los desvíos.

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