Vespres d'Arnadí | Crítica

Travesías del canto barroco

Xavier Sabata y Vespres d'Arnadí en el Espacio Turina.

Xavier Sabata y Vespres d'Arnadí en el Espacio Turina. / Luis Ollero

En el último lustro Dani Espasa ha llevado a sus Vespres d’Arnadí a la cima de los conjuntos barrocos españoles. En la primera parte de este programa, hasta una figura internacional del canto como Xavi Sabata se las vio y se las deseó para estar a su altura. La visión dramática que Espasa tiene de esta música, y que refleja en interpretaciones de contrastes netos y articulaciones y acentos muy marcados, funciona a la perfección porque el conjunto le responde, por empaste y por un fraseo ágil y flexible, con un estupendo bajo continuo, en el que sobresale el sonido de la tiorba de Rafa Bonavita. El propio Espasa se lució también en solitario al principio de la segunda parte interpretando de manera magistral una Tocata de Alessandro Scarlatti en un virtuosístico y encendido stylus phantasticus. La respuesta de los otros solistas fue también magnífica, especialmente la de una Farran James que como concertino lució lo mejor de un sonido poderoso y carnoso.

Lo dicho. A Sabata le costó entrar en calor. La voz empezó sonando demasiado trasera, sin la proyección necesaria. Los recursos de gran cantante estaban sin duda ahí, y lo mismo ornamentaba con imaginación y buen gusto la cadencia del aria de Ristori que resistía el empuje de la orquesta en la de Porta con agilidades magníficamente articuladas. Pero faltaba algo, claridad, brillo, potencia, algo que empezó a escucharse ya con la patética aria de Gasparini: la voz más fuera, los graves más asentados y un espléndido fiato que mostró al final en un morendo exquisito. Los diálogos con los instrumentos obligados (cello en Porpora, oboe en Giacomelli) afianzaron la calidez de su voz y llevaron al cantante barcelonés a culminar su actuación con una extraordinaria exhibición de canto dramático de agilidad en el aria de Sarro, con Vespres d’Arnadí forzando al límite los efectos instrumentales.

Antes de las propinas, Sabata recordó al periodista y crítico Eduardo Torrico, redactor jefe de la revista Scherzo, que murió esta misma mañana. Sin duda que Eduardo, un hombre apasionado del Barroco, muy bien conocido por todo el sector de la música antigua en España, habría apreciado la energía y el empuje con los que el contratenor catalán afrontó el aria de Pollarollo. Luego, un sorprendente Morgen de Richard Strauss nos volvió a la melancolía de espíritu con la que muchos asistimos a este concierto.

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