Antonio Rivero Taravillo, el “biógrafo modélico” en los sueños de Cunqueiro
La Academia de Buenas Letras acoge la presentación del libro póstumo del poeta, ensayista y traductor, fallecido el pasado septiembre, una semblanza del esquivo y fantasioso escritor gallego.
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Antonio Rivero Taravillo volvía ayer a la Real Academia Sevillana de Buenas Letras, la misma institución a la que en los últimos años había acudido con Sextante, la recopilación de sus primeros poemarios, o participado en un homenaje a Cernuda en el 60 aniversario de su muerte. La presentación de Álvaro Cunqueiro. Sueño y leyenda (Renacimiento), la última aventura como biógrafo del también poeta, narrador y traductor tras las excepcionales semblanzas de Cernuda y Cirlot, brindó el “recuerdo emocionado” de un autor querido que falleció el pasado septiembre, días antes de la publicación de este volumen.
Rivero Taravillo era “un lujo para esta ciudad”, resaltó Miguel Polaino-Orts, que lo definió como “un verdadero hombre del Renacimiento al que, como a Terencio, nada de lo humano le era ajeno”. El profesor destaca, entre “la diversidad amplísima de facetas” que cultivaba, su labor como biógrafo, en la que fue “modélico. Antonio sabía vivir su vida, pero también sabía vivir muy bien la vida de los demás”, observó el profesor.
Cunqueiro, para el especialista, se asemeja a los predecesores objetos de estudio de Rivero Taravillo, Cernuda y Cirlot, en “su carácter huidizo y hermético”, ya que era un hombre “escondido, como decía Umbral, en la fantasía de su bosque animado”, y cuya historia resultaba “complicada de reconstruir”. Polaino-Orts, que concibe la lectura como un reencuentro con los que se fueron –“nos consuela pensar que podemos encontrar a Antonio en este libro y en todos sus libros, también en alguno más que pueda publicarse”, aseguró–, quiere pensar que este retrato exhaustivo de Cunqueiro contribuirá a reforzar la leyenda del escritor de Mondoñedo, que entregado a la “prisa” del periodismo no pudo centrarse en la “larga paciencia” que exige la literatura, como señala el biógrafo en sus páginas. “Cunqueiro”, opina Polaino-Orts, “no tuvo quizás el reconocimiento que merecía, salvo un tardío Premio Nadal por Un hombre que se parecía a Orestes, quizás porque otros compatriotas suyos como Torrente Ballester o Cela lo eclipsaron”.
La puesta de largo de esta publicación póstuma transcurrió entre “la tristeza por el escritor que se ha ido, y el gozo por presentar un libro en el que estuvo trabajando en los últimos años”, una amalgama de sentimientos que apuntó Juan Lamillar y que minutos antes también había manifestado el director de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras, Pablo Gutiérrez-Alviz. “Hubiésemos querido que fuera Antonio quien nos hablara de su Álvaro Cunqueiro: sueño y leyenda”, dijo Lamillar, que antes de sucumbir a la tristeza prefirió evocar a su amigo “entusiasmado en los cafés mañaneros mientras me iba comentando los hallazgos, datos desconocidos, cartas inéditas, noticias de prensa” que hacían avanzar la redacción de ese texto, que fue “una de las ilusiones que lo habían sostenido en la enfermedad”.
Toparse, contó Lamillar, con “la biografía escrita por José Besteiro [Un hombre que se parecía a Cunqueiro], en la que el biógrafo hablaba casi más de él que de Don Álvaro”, una obra “fallida”, animó a Rivero Taravillo a trazar un perfil “extenso y documentado” del fabuloso y esquivo creador gallego. “En seguida, Antonio puso en marcha su capacidad de búsqueda por hemerotecas, y contactó con personas con las que Cunqueiro tuvo relación, entre ellas su hijo César, a quien no gustó por cierto que el libro aireara ciertos episodios”.
Rivero Taravillo era “el biógrafo perfecto, vivía con mucha convicción las vidas de los demás”, opina Polaino-Orts
En esta biografía escrita “al modo anglosajón”, prosigue Lamillar, “aparecerá un tema varias veces: la que yo creo forzada cuestión de si Cunqueiro era escritor gallego o castellano, cuando lo cierto es que brillaba en las dos lenguas”, sostiene el poeta, que ilustró con una anécdota la naturalidad con la que convivían en el autor las dos lenguas: “A los diez años escribe una novela del Oeste en la que los vaqueros hablan en castellano y los indios navajos, sus preferidos, en gallego, todo un ejemplo de bilingüismo”.
Lamillar se detuvo en los episodios que hacían del creador de Merlín y familia o Las crónicas de Sochantre un personaje irresistible, como su “inclinación a la picaresca” y una serie de estafas “que le provocan la expulsión de Falange y la retirada del carné de periodista, y que incluso lo llevan a la cárcel. Comparecen en sus tejemanejes las máquinas de escribir de la redacción de ABC; un jerarca nazi como Himmler desatendido; o el inexistente Premio norteamericano Mark Twain...”, enumera sobre un soñador de inventiva desaforada, una personalidad múltiple que se desdoblaba en un sinfín de seudónimos y un sabio, “conferenciante con los temas más dispares, gastrónomo avezado, que una tarde hablaba sobre los mariscos, sus tiempos y sus vinos, y al día siguiente sobre los personajes de Dante que vinieron a Santiago”.
En su intervención, Lamillar se despidió con una conmovedora cita del admirado Cernuda: “A Antonio no le importaría que pusiéramos en sus labios los versos finales de A un poeta futuro, donde está el deseo y la justificación de todo escritor. Cuando un lector se acerque a cualquiera de sus libros, él podrá decir también: ‘Escúchame y comprende. / En sus limbos mi alma quizá recuerde algo, / y entonces en ti mismo mis sueños y deseos / tendrán razón al fin, y habré vivido”.
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