En busca de Mark Twain

El arte de ser otro | Crítica

Hermida publica El arte de ser otro, cuatro relatos de Mark Twain, pertenecientes a sus Travestite Tales, no editados hasta la segunda mitad del XX, donde los equívocos en torno a la identidad sexual de sus personajes sirven a Twain para abordar una cuestión nuclear en su literatura: la verdadera naturaleza de lo humano.

Mark Twain en el laboratorio de Nikola Tesla (al fondo). 1894
Manuel Gregorio González

28 de septiembre 2025 - 06:00

La ficha

El arte de ser otro. Mark Twain. Trad. Camilo Perdomo. Hermida Editores. Madrid, 2025. 128 págs. 19 €

Los relatos aquí recogidos, con traducción y prólogo Camilo Perdomo, forman parte de los conocidos como Travestite Tales, debido al carácter equívoco de sus tramas. Tramas cuya equivocidad nace, como es fácil deducir, tanto del aspecto de sus protagonistas como de las situaciones, trágicas o cómicas, que de ello pudieran derivarse. Según señala Perdomo en su prólogo, esta fue la razón de que los Travestite Tales (faltan una novela y una obra teatral) quedaran sin publicarse hasta los ochenta del siglo pasado. A ello se añaden modernamente las especulaciones de cierta erudición anglosajona -sigue Perdomo- que ha querido adivinar una temática homosexual en tales relatos, así como una indicación velada de las preferencias del autor, cuyo nombre, travestido/revestido con el pseudónimo de Mark Twain (un término marinero), era el de Samuel Langhorne Clemens, nacido en Missouri, Florida, en noviembre 1835.

Twain sintió fascinación por la naturaleza misma del individuo en términos científicos

No es necesaria, sin embargo, la conjetura queer para explicar la naturaleza de estos relatos -o esbozos de novela en algún caso- cuya insistencia en el equívoco apunta, muy probablemente, a las convenciones sociales donde se despliega la personalidad del individuo. Hay una amplia tradición en la literatura barroca (piénsese, por ejemplo, en Tirso de Molina y Ana Caro de Mallén y sus audaces personajes femeninos disfrazados de hombre), cuya función no era la de cuestionar la sexualidad de sus protagonistas, sino la marcación y determinación social del sexo femenino. La propia obra de Mark Twain, cuya fascinación por Juana de Arco era conocida, nos servirá para argüir en tal sentido. Tanto los Travestite Tales como Las aventuras de Huckleberry Finn, sus Escritos irreverentes o La tragedia de Wilson Cabezahueca, remiten a una pregunta sobre la verdadera identidad del individuo. Pero no solo en lo concerniente a los aspectos raciales (Huckleberry) o de género (La autobiografía de Eva), que se desprenden de su conocida postura antiesclavista y favorable a la liberación de la mujer (Twain, como joven sureño, luchó sin embargo con los confederados), sino a la naturaleza misma del individuo en términos científicos. Es sabido que Twain sintió una temprana fascinación por los gemelos; y particularmente, por aquellos unidos en alguna parte del cuerpo, lo cual les obligaba inextricablemente a avecindar sus vidas, pero no sus personalidades. Twain publicó en 1865 un relato titulado Personal Habits of The Siamese Twins, dedicado a los hermanos Chang y Eng Bunker, quienes se hallaban comunicados por el esternón y el hígado, y cuya particularidad daría origen al término “siamés”. También se interesó por el caso, aún más severo, de los hermanos Tocci, dos jóvenes italianos, que compartían cuerpo de cintura para abajo, pero que disponían de sus respectivos brazos y cabezas. Este tipo de anomalías llevarían a Twain a preguntarse cómo conviven dos individuos, dos caracteres, dos mundos, en un mismo cuerpo.

Dicha aproximación tentativa a la identidad es la que expone Twain dramáticamente en La tragedia de Wilson Cabezahueca. Ahí, es un intercambio de niños recién nacidos el que extrema tal interrogación, ya que uno de los niños es negro (con apariencia blanca) y el otro es el hijo de su dueño. En una sola trama, Twain he hecho coincidir el esclavismo, el cambio de identidades y los avances técnicos (la huella dactilar de Galton), con que pretende resolverse una cuestión, acaso insoluble, como es la identidad última, constatable, “certificada”, en la que reside la especificidad de cada cual.

Para precisar el suelo cultural donde se apoyan estos cuatro relatos -cómicos como “Wapping” Alice y “Hellfire” Hotchkiss; amargos como el primero y el último-; señalemos que al momento en que Twain escribe, el tema del doble, del doppelganger, es un tema literario de gran interés, que ya han abordado Hoffmann, Hawthorne, Stevenson, Bierce, Marcel Schowb y muchos otros. El interés de Twain por los trabajos científicos de Galton va en paralelo, pues, a la frenología de Gall, a las especulaciones de Lombroso, al hipnotismo Charcot y al misterio electromagnético de su amigo Tesla, con quien existe una foto en su laboratorio. Es, por tanto, el misterio huidizo de la personalidad, del cerco berroqueño donde reside y se acoge el individuo, lo que Twain parece abordar por reducción al absurdo, presentado tanto las convenciones sociales del racismo y el sexismo, como las limitaciones físicas, de más difícil resolución, manifestadas angustiosamente en los mellizos siameses. Es en aquellos lugares donde la humanidad de lo humano se resuelve o se dirime según otras categorías, donde Twain ha desplazado su literatura humorística y acerba, de una violenta y lúcida ternura.

No hay comentarios

Ver los Comentarios

También te puede interesar

Bello universo, ¿dónde estás? | Crítica

Viaje político y melódico con Kurt Weill

Lo último